El primer libro de cuentos de Félix Bruzzone, 76, reeditado por Literatura Random House, irrumpió con la impertinencia de una voz que cuestiona los modos de representar las distintas experiencias vinculadas con la última dictadura cívico militar.
La perspectiva del hijo --nacido en el mismo año en que desaparecieron su padre y su madre-- explora las piezas sueltas de una identidad atravesada por las consecuencias de la desaparición en la pequeña historia íntima de un niño, adolescente, joven y adulto que necesita saber más, como en “Otras fotos de mamá”; pero en la deriva de su modesta pesquisa algo se pierde o extravía. Como si la pérdida de los padres, pero también la imposibilidad de lograr conocerlos, fuera el origen de una narrativa que perfeccionó el arte de la incomodidad en novelas como Los topos (2008) y Las chanchas (2014).
En 2008, cuando apareció la primera edición de 76 por Tamarisco, editorial cofundada por el propio Bruzzone para difundir autores y escrituras nuevos, esos relatos resultaban frescos, extraños y, en parte, anómalos. No hay estridencias ni certezas en la enunciación de los cuentos; no se impone una voz militante que reivindica la lucha política de sus padres.
“Siempre es difícil contarle a un desconocido que uno no tiene mamá”, dice ese narrador de diez años que tampoco tiene papá. En otro de los relatos ese narrador confiesa: “En tercer grado mi abuela me mandó a un psicólogo que en una de las primeras sesiones, cuando le pregunté si sabía de que habían muertos mis padres, me dijo que lo averiguara en casa. Y mi abuela, que hasta ese momento me había dicho que iba a contármelo cuando yo fuera más grande, me lo contó. Así que yo en tercer grado ya era grande”.
“Yo nunca milité en HIJOS, estuve por hacerlo y nunca lo hice, y me di cuenta de que no necesitaba hacerlo. A mí no me interesa hacer algo reivindicativo; la literatura no sirve para eso. La literatura tiene que cuestionar y mostrar tensiones; trabaja más en la dimensión de la representación de las cosas que de las cosas en sí. Con esto no quiero decir que la lucha de los organismos de derechos humanos esté mal ni mucho menos. Al revés, son dimensiones diferentes -aclaró el escritor en una entrevista con Página/12-. En los cuentos aparecen estas tensiones respecto de la militancia en HIJOS; incluso en otro de los cuentos el personaje no sabe muy bien qué pensar de los antropólogos forenses. Yo en particular sí. A mí me ayudaron un montón y gracias a ellos conozco un montón de cosas de mi vieja que jamás hubiera podido conocer. Pero como escritor no me interesa tomar partido”.
Volver a 76 es como recuperar el origen de una narrativa que se fue desprendiendo de la contención espacial del cuento para expandirse en novelas que derivan hacia el delirio, una imaginación desaforada o la parodia. No hay idealización ni nostalgia. Bruzzone, ganador en 2010 del Premio Anna Seghers en Berlín, prefiere el desvío de la ironía. La ficción es la mejor forma de completar los agujeros negros de la identidad rota.