He cumplido todos los rituales: prender el sahumerio hindú, los platos del almuerzo lavados, la casa en silencio, el café humeante al lado del monitor. Hoy no voy al consultorio y la tarde se me entrega como una mujer dispuesta al amor. En realidad sería mejor si fuera hombre, pero la Real Academia o vaya a saber quién quiso que la tarde fuera un sustantivo femenino. Fue la primera metáfora o comparación que se me ocurrió, no muy acertada, por cierto.

Ya me fui por las ramas. En realidad lo que quería decirles es que voy a empezar a escribir un cuento, por eso lo de los rituales, si recuerdan lo que leyeron más arriba. Tenía la idea y hasta el título: La otra historia de Ulises y Penélope.

Pensaba:

Contar el otro lado, lo que los lectores no interpretan en la primera lectura de La Odisea. Reflexionar acerca de la conducta de Odiseo a quien no le bastó con tener dos nombres sino que en ese viajecito que se mandó fuera de Itaca engañó una cuantas veces a la pobre Penélope pero siempre con el apuro de volver porque la extrañaba. ¿Me pregunto qué extrañaba?

Seguir reflexionando y analizar la conducta de su fiel esposa que destejía el sudario entreteniendo a sus pretendientes a pesar del deseo de Ulises‑Odiseo. Él le había dicho antes de partir que no sabía si iba a volver así que todo lo que estaba allí quedaba a su cuidado y que se podía casar con quien quisiera y desamparar la morada.

¡Qué mujer!, ¿en qué pensaba cuando conmovió a la diosa Atenea quien le hizo una suerte de make over y le agregó un centímetros de altura, unos quilitos de más ‑no se usaba la mujer anoréxica como ahora- y le blanqueó la cara al mejor estilo Michael Jackson, que en paz descanse, todo para esperarlo a Éeeel.

La verdad es que no sé en qué o quién se inspiró don Homero cuando escribió esto. Si en realidad lo escribió... ya que algunos dudan de su existencia aunque tenga como ocho biografías, y otros dicen que podrían haber escrito estos poemas homéricos varios escritores, por lo tanto dejarían de ser homéricos.

Pero en realidad hoy, precisamente hoy, cambié de opinión y no voy a escribir la otra historia de Penélope y Ulises. Me pareció mejor idea contar acerca de unas cartas encontradas en el fondo de un cajón de un  ruinoso mueble. En una de ellas se lee algo así como... ¿Qué quiero decir cuando digo te amo?

El azar, o mejor dicho que me haya levantado para buscar las bases del concurso hizo que decidiera abandonar la idea de la carta: no se permiten más de 2 páginas. Lástima. Esas cartas las podría haber escrito la provocadora Circe y llegar a las manos de Penélope. Pero hubiera sido otra la historia. Penny, cómo les decían los vecinos, podría haber agarrado viaje con cualquier de los pretendientes en venganza o haber negociado con la carta y sacar ventaja en el reparto de bienes cuando le pidiese el divorcio a Odi. Claro que toda esa complicación no cabe en estas hojas de papel. Los pájaros de mi imaginación volaron más de lo permitido. Creo que deberé inventar una prosa breve que no exceda los límites que impone el reglamento.