“Estoy en el mundo de la ilustración pero no soy ilustradora, estoy en el mundo de la escritura pero no soy exactamente escritora, edito pero no soy estrictamente editora, hago libros que no son libros”, es como se presenta Catalina Kobelt. “Soy una hacedora de cosas”, resume. Para 2021, Kobelt se propuso construir cada mes del año una de sus cosas y las llamó fanzines-objetos: “Prefiero decirles así porque de esa manera resumo lo que busco: la absoluta libertad creativa, la autogestión, y la edición única e irrepetible”. Al final del año no sólo cumplió con su meta sino que sus creaciones (cada una con una tirada de apenas veinte ejemplares) despabilaron a los lectores de las redes y de las ferias independientes.

Nacida en Lomas de Zamora en 1980 y hace años vecina de Caballito sur, su aventura comenzó con un deseo: hacer libros para su hija mayor, objetos en donde poder atrapar y conservar las innumerables historias surgidas del íntimo universo madre-hija. Para eso decidió poner marcha el mecanismo creativo apelando al combustible de todo autodidacta: la curiosidad por los procesos de la escritura, del dibujo, del diseño, e incluso de la música. El deseo movió las páginas de su vida y un día, durante el paso por diversas carreras universitarias, descubrió el mundo del italiano Bruno Munari. Entre tantas clarividencias, Munari advirtió lo aburrido que era encontrarse con objetos ya terminados, ya concluidos, donde al lector o al espectador no le queda otra que aceptarlo de forma pasiva. Entonces le nació aquella idea de los libros ilegibles, es decir libros donde la materialidad del objeto empieza a ser un elemento fundamental del relato y exige del lector o espectador “completar” su significado total.

De su mano fue como Kobelt comprendió que los libros no son objetos sagrados, que un libro puede contener en su interior otros libros invisibles; que las palabras pueden interrumpirse por páginas en blanco o en colores, que cada página puede variar de forma y abrir huecos o ventanas para espiar la idea que viene, que el riguroso paginado puede sucumbir ante el azar del encuadernador, que una historia puede encontrar atajos incluso en los hilos de la costura y que todo libro no es más que un soporte para el juego, para el ensayo, y la creación sin límites.

Oraculozine, de Catalina Kobelt

“Un día me puse a aprender a encuadernar”, cuenta Catalina, que lo considera un arte alquímico. “Empezás con papeles, cartones, telas, pegamento y de golpe todo se transforma en un objeto. Es un proceso maravilloso”. Al mismo tiempo empezó a hacer sus propias ilustraciones, sin saber muy bien cuál era su línea o su estilo, pero cuando crealizó un taller con Isol considera que alcanzó su punto de inflexión. “Me dio un consejo clave: que no intentara dibujar a la manera de, sino que hiciera lo que yo hacía, porque claramente lo mío no era la ilustración entendida como tal sino más bien una utilización del dibujo como herramienta para contar lo que buscaba contar”. A ese consejo de Isol, Kobelt le sumó las enseñanzas del gran diseñador y editor Daniel Wolkowicz en la UNA y los secretos del oficio que supo transmitirle la ilustradora chilena Paloma Valdivia.

Después de realizar una serie de diez minilibros que “pueden leerse al derecho como al revés” y otros libros ilustrados como El azar de los pájaros, a partir de un poema de Jacques Prevert, ingresó en 2020 al taller del ilustrador Cristian Turdera, un aleph en Parque Patricios para conocer el por qué y para qué de la ilustración. En ese espacio creativo “la hacedora de cosas” comprendió que sus búsquedas se dirigían hacia un mismo punto. Y Turdera la impulsó –con recomendaciones en las redes– a lanzarse a mostrar su trabajo autoral. No perdió el tiempo: desde 2021 hasta hoy ya creó once títulos de sus fanzines-objetos y tres libros de artista.

Entre esa breve pero intensa producción se destaca sin duda el Oráculozine, fanzine de papel pesado con un pequeño truco en el remache de marroquinería, que busca convocar al lector a realizar una pregunta (lado a) y a hallar respuestas sobre su futuro (lado b) a través de una construcción móvil que recuerda al famoso instrumento de papel Volvelle. Otro imprescindible es Miedos, trabajo realizado luego de recopilar (con una plantilla de google) los grandes y pequeños temores de amigos y seguidores de Instagram durante la segunda ola de la pandemia (“miedo a que me deje de funcionar el cuerpo”, “miedo a atragantarme con un maní”, “miedo a los domingos”, “a los pinchazos”, y sigue la lista), que Kobelt dibujó, clasificó y distribuyó acaso como el panel de un coleccionista de bichos raros. Un papel calado al comienzo y otro al final del fanzine a manera de celda, permite al lector enjaular o liberarlos.

Historia de una menstruación, por Catalina Kobelt

Hay otros dos fanzines fundamentales (no solo por originalidad, sino por tratamiento) y a destacar de esa producción Kobelt 2021. Uno es Historia de una menstruación (con la aclaración humorística: Sangre sin crimen intriga ni misterio) en donde se indaga en la secuencialidad de la historieta, y a través de la superposición de papeles se simulan viñetas móviles permitiendo desarrollar el momento en que una niña durante su período menstrual –y con antojo de algo dulce– termina por conocer la cara de su útero. El otro es Diario de la pérdida de mi embarazo, un trabajo testimonial (“lo fui haciendo mientras tanto, acompañando mi proceso”) que retrata en pocas páginas y brevísimos textos el camino del dolor mientras se expone la violencia discursiva institucional (“que una vez pase no significa nada”, dicen desde la guardia hospitalaria) a la que se ven sometidas las mujeres en momentos como esos. En este Diario la mancha que tantas veces se usa como símbolo del origen de la creación artística, aquí atraviesa –hace literalmente huecos en el papel– el corazón de la existencia humana: “Todo empezó con una manchita”, dice Kobelt, una mancha que crece como los silencios y no se borra como la sangre.

Alguna vez el poeta Louis Aragón sostuvo que la única manera de combatir el tedio en el arte –cada vez más industrializado, cada vez más seriado y repetitivo–, es apelar a un lenguaje que nunca olvide el nombre de cada uno de los componentes de un objeto artístico: lo llamó el lenguaje de la confección. Catalina Kobelt lo habla mejor que nadie.

Miedos, por Catalina Kobelt

Sus fanzines-objeto se pueden conseguir en instagram.com/catalinakobelt y behance.net/catalina_kobelt.