El 16 de julio de 1977 se publicó en el diario La Nación el primer aviso de venta de una casa en dólares. La inmobiliaria Beccar Varela fue la primera que se animó. En ese entonces era una rareza encontrar el clasificado de propiedades en dólares. Eran dos en San Isidro en esa moneda en que, apenas tres años más tarde, ya se publicaban el 90 por ciento de los avisos clasificados.
No es casualidad que este hecho que investigaron los sociólogos Pablo Nemiña y Alejandro Gaggero y aún marca el cotidiano de los y las argentinas haya sucedido en 1977. Estaba consolidándose el modelo económico de la dictadura militar que, desde el 24 de marzo de 1976, se dedicó a derrumbar el proyecto de construcción de una sociedad motorizada por la actividad industrial y reemplazarla por otra que pone el eje en la valorización financiera del capital, con un claro impacto negativo en la distribución de la riqueza.
La herencia del gobierno militar a 46 años del golpe son 30.000 detenidos desaparecidos, 300 nietos y nietas que aún no saben su identidad, y dinámicas económicas que aún persisten en el día a día de los y las argentinas: por ese tiempo se empezó a vivir en pesos pensando en dólares y el piso de pobreza, que estaba en 5 por ciento, perforó un 20 que no se pudo bajar nunca más. Nunca más.
Plata dulce
"La deuda externa", resumen Martín Schorr y Matías Kulfas en La deuda externa argentina, diagnóstico y lineamientos propositivos para su reestructuración, " tuvo su génesis histórica en el período que se abre a partir de la última dictadura militar". Durante el gobierno militar la deuda se quintuplicó: ascendió de 8,2 mil millones en 1976, a 45 mil millones en 1982 aumentando un 449 por ciento. Este incremento se dio en gran medida por un estado financiando un feroz endeudamiento del sector privado permitido por la desregulación financiera y la posterior estatización de esa deuda privada.
A mediados de los setenta, la primera crisis del petróleo dispara los precios del commodity generando que los países productores tengan un exceso de dinero y avidez de invertir más allá de sus fronteras. Los países de América Latina fueron unos de los principales receptores de esos préstamos que, en el caso puntual de la Argentina, asumieron inicialmente la forma de préstamos al sector privado en un contexto de desregulación y apertura financiera.
Uno de los hitos en este sentido fue la reforma financiera concretada en 1977 que le dio al sector privado el control sobre el comportamiento del sector bancario y financiero liberando la entrada y salida de capitales, permitiendo abrir financieras que operen con horarios más amplios que los bancos, la colocación de múltiples tipos de papeles con intereses a plazo, habilitando los plazos fijos y elevando y luego liberando la tasa de interés.
El negocio del endeudamiento externo no tenía ningún correlato con la economía real. No estuvo destinado a la inversión productiva sino que sirvió como eje de una operatoria orientada a la apropiación de enormes rentas financieras, la bicicleta financiera, que consistía en aprovechar la diferencia de tasas de interés locales e internacionales.
De esta manera, los petrodólares entraban al país, se cambiaban a pesos baratos y se colocaban en el mercado financiero local con tasas de interés - y ganancias- altas que, en su gran mayoría, posteriormente se remitían al exterior. "A diferencia de otros países de la región, que destinaron parte del endeudamiento externo a profundizar sus procesos de industrialización, en la Argentina se inició una etapa en la que la forma predominante de acumulación fue, y aún es, la valorización financiera ligada a la desindustrialización, a la centralización del capital y a la concentración de la producción y del ingreso", grafican Schorr y Kulfas.
Esa operatoria que traccionó inicialmente el sector privado, involucró luego al Estado en forma de garante hasta terminar estatizando la deuda externa privada de la mano de un apellido conocido: Domingo Cavallo, en ese momento al frente del Banco Central. Hacia principios de los 80 las tasas de interés internacionales empezaron a subir y los capitales encontraron nuevos rumbos. En 1981 la moneda se devaluó y todas las deudas dolarizadas se encarecieron en pesos.
En ese momento de cuasi colapso del sistema financiero, apareció el Estado. Por un lado endeudándose de manera directa para responder a las necesidades privadas. Pero, como eso no parecía suficiente, se hizo cargo directamente de la deuda de las empresas. La solución de Cavallo fue implementar un seguro de cambio para permitir a los deudores privados locales el repago de su deuda con el exterior. "Si bien dicho seguro incluía una tasa de interés, la inflación y las posteriores devaluaciones la fueron licuando y se produjo, en los hechos, la estatización de la deuda externa privada", aseguran Schorr y Kulfas. De acuerdo a estimaciones del economista Eduardo Basualdo, el subsidio estatal canalizado a través de dicho instrumento fue de 8.243 mil millones de dólares entre 1981 y 1983.
"Se trató de una fenomenal transferencia de recursos públicos hacia los sectores más concentrados del capital. Basta con mencionar que sólo 30 grupos económicos nacionales y algo más de 100 grandes empresas transnacionales concentraban aproximadamente 65 por ciento de la deuda externa privada", continúan Kulfas y Schorr.
Efecto pobreza
Los números de la deuda externa y de estancamiento económico explican también el salto de otro indicador: el índice de pobreza. Hasta 1974 la Argentina rondaba guarismos del 5 por ciento en los índices de pobreza. Con la llegada de la dictadura militar se produjo el verdadero salto de ese índice: la dictadura dejó un piso de 20 por ciento de pobres al dejar el gobierno.
“En la política económica de este gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada", lo resume Rodolfo Walsh en su Carta abierta a la dictadura militar de 1977 - apenas un año comenzado el gobierno de facto-: "En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40 por ciento, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30 por ciento, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales. Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas". Pasados los años, la situación se agravó: el sector asalariado pasó de tener una participación del 45 al 22 por ciento en el ingreso nacional entre 1974 y 1982.
Cuando en 1983 cayó el gobierno militar la derrota no fue absoluta. Muchas de las marcas que el plan sistemático de valorización financiera vino a dejar a la Argentina aún siguen vigentes. Fueron muchos los Boniffati que decidieron dejar de producir botiquines para dedicarse a los negocios financieros. Muchos quebraron, pocos sobrevivieron pero esos años de plata dulce que la película Fernando Ayala resume a la perfección ya no resultan extraños. Y uno de los principales desafíos de los sucesivos gobiernos desde 1983 hasta hoy se trata de luchar (o profundizar) ese modelo.