¿Existe acaso la categoría “autor industrial”? Alguien capaz de convertir en propia una producción fabril. O de hacer el proceso contrario: venderle a Tinseltown un pequeño proyecto propio. Entre los años 30 y 50, pleno auge de esas instalaciones de producción en serie que eran los grandes estudios de Hollywood, no fueron pocos los cineastas capaces de convertir la baratija en joya. John Ford, Alfred Hitchcock, Howard Hawks, Josef von Sternberg, Ernst Lubitsch, Preston Sturges, Nicholas Ray, Vincente Minnelli: todos ellos “trabajaron” para la Warner, la Paramount, Universal Studios, Fox y la Metro. Se las ingeniaron para que la mayoría de sus películas (no todas, claro) resultaran inconfundibles. Todos ellos fueron autores industriales. Y después están los “coladores” de proyectos personales. Muy pocos, por cierto, y todos salieron magullados. Orson Welles, notoriamente. Erich von Stroheim. Charles Laughton y su única película, la obra maestra La noche del cazador.
Francis Coppola fue ambas cosas. Un director “de encargo” que creó la que posiblemente sea la mejor trilogía cinematográfica de todos los tiempos. El padrino, claro está. Entre una película de estudio y otra, el nativo de Detroit “vendió” proyectos boutique a los grandes estudios. Gemas como La conversación, Apocalypse Now, la catastrófica (en términos comerciales) One from the Heart, Rumble Fish. En la ceremonia de los Oscars que se celebrará hoy a la noche en Argentina, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood rendirá homenaje a los 50 años de El padrino, que en 1972 logró anotar todas las bazas: exitazo de masas, aplausos de (casi) toda la crítica, Oscars, a la larga un carácter legendario equivalente a Lo que el viento se llevó, Casablanca o más tarde Star Wars.
La segunda gran película hollywoodense del 2021 (cuento al reestreno de El padrino como el enésimo estreno de una película sin tiempo, e incluyo como tercera de la lista a la versión Speilberg de Amor sin barreras) también se va a hacer presente hoy: la Academia anduvo con buena puntería este año. Me refiero a Licorice Pizza, una de las películas más libres, energéticas y contagiosas que se hayan filmado desde School of Rock. La clase de película que los académicos suelen pasar por alto. Tres nominaciones de las “grandes” para ella. Gracias a la repercusión que sus películas suelen obtener, el realizador de Boogie Nights y Magnolia goza del privilegio de ser, después de Quentin Tarantino, el realizador indie más mimado por Hollywood. Anderson jamás rodó nada que no saliera de su cabeza. Y filmó, como aquellos autores “encubiertos”, para New Line, Miramax, Focus Features, la Warner y ahora la Metro
No es que las películas de Anderson dejen en boletería el rédito de una de superhéroes, pero ninguna fue un fracaso, su nombre da lustre y no hay actor consagrado que no quiera trabajar con él. Desde el mismísimo Tom Cruise hasta Bradley Cooper, pasando por Julianne Moore, Joaquin Phoenix, Amy Adams, Daniel Day Lewis y el fallecido Philip Seymour Hoffman. Curiosamente a Coppola nunca le entusiasmó El padrino, un proyecto de la Paramount que aceptó porque su amigo George Lucas, más práctico, casi que lo obligó a hacerlo. El autor de la exuberante Drácula siempre soñó con hacer films de ruptura, radicales, libres de las cadenas hollywodenses. Sin embargo la muy clásica El padrino es una obra maestra (y la segunda y tercera parte por ahí le andan) y los proyectos más personales, Youth Without Youth (filmada en Rumania) y Tetro (filmada en Argentina), resultaron dos bodrios de consideración. Hasta el punto de que lo empujaron al retiro.
Anderson es un caso distinto: el cineasta que no filma nada que no haya propuesto él. Ambos, como también el mismísimo Spielberg (que también se hará presente hoy en el Dolby Theatre, con siete nominaciones; no le van a dar ninguna de las “grandes”) son auténticos independientes, en el sentido creativo de la palabra. Separadas por medio siglo, El padrino y Licorice Pizza son parientes. Ambas cuentan historias del “barrio” donde sus autores vivieron, en una costa y otra de Estados Unidos. Las dos tienen una fuerte impronta autobiográfica y los protagonistas constituyeron junto a sus realizadores verdaderas “familias” artísticas (Anderson conoce desde chicos a los protagonistas de la película de la pizza; la otra es la de los fideos). Los octogenarios y nonagenarios miembros de la famiglia de El padrino tal vez suban al escenario a paso lento. Quizás Alana Haim y Cooper Hoffman lo hagan corriendo.