Tras dos años de pandemia, los y las argentinas empezarán a recuperar uno de esos rituales que desde se hace años forman parte del ADN nacional. Desde el 31 de marzo, todos los jueves y viernes a las 20, la sala Caras y Caretas (Venezuela 330) será el escenario en el cual los oyentes de La venganza será terrible (lunes a viernes a la medianoche, por la AM 750) se reencontrarán cara a cara con Alejandro Dolina, Patricio Barton y Gillespi. El programa de radio más teatral de la radiofonía argentina retoma así esa comunión entre el público y los artistas que se da (casi) ininterrumpidamente desde hace más de 35 años, en un clásico que se traspasa de generación en generación, sin fecha de vencimiento. “La expectativa está puesta en corroborar que ese encuentro longevo no ha muerto y sigue vivo”, le cuenta Dolina a Página/12.
Con su tono pausado habitual, con esa prudencia al hablar de quien no se deja tropezar por las palabras, sino que más bien las elige cual artesano, Dolina se entrega a una charla en la que el regreso a la presencialidad con público de La venganza… será apenas el disparador para abordar otros temas. Ni el paso de los años ni el conocimiento en detalle de un programa que nunca pasa de moda le vuelven indiferente este retorno post pandemia. “Si bien es un programa que a lo largo de los años no ha tenido grandes cambios, aunque incluso los que ya no están siempre aparecen por ahí, son días de inquietud, de cierta ansiedad ante la inminencia de volver a mirar a los ojos al público, de ver qué es lo que pasa”, confiesa el conductor y escritor.
-¿Teme por la manera en que responderá el público o por la manera en que el equipo reaccionará ante este retorno presencial?
-No es temor sino cierta expectativa. En realidad, hicimos ya algunas presentaciones en distintas ciudades que nos habían generado cierta expectativa y que no siempre fue optimista. ¿Qué sabemos lo que puede pasar en esta nueva etapa? El resultado en La Plata fue buenísimo, porque se llenó y salió maravillosamente. Pero podría no haber sido así. ¿Qué pasa si la gente después de dos años de interludio toma otras costumbres, se olvida de nosotros o concurre menos? Podría haber pasado eso. Afortunadamente no sucedió y el ritual se repitió muy intensamente. Y tenemos la esperanza de que así ocurra también con el regreso al Caras y Caretas. La expectativa está puesta en corroborar que ese encuentro longevo sigue vivo y no ha muerto.
-Con todo lo que significa esa palabra…
-Con todo su significado, claro, porque convengamos que como pocas veces sucedió en la historia reciente, han muerto muchas cosas. Muchas personas, muchas costumbres, muchos rituales, muchos negocios que dejaron de serlo…
-La venganza será terrible es, además, un ciclo que necesita del público, que a través de sus aplausos, risas u onomatopeyas cumple un rol protagónico.
-En algún momento pensamos que no íbamos a poder salir adelante del trabajo a distancia, del Zoom, de hacer el ciclo estando cada uno en su casa. Nos costó mucho hacer el programa durante la pandemia. El ciclo perdió eficacia, evidentemente. No es lo mismo hacer el programa con público o, incluso, en un estudio de radio con tus compañeros, que hacerlo en la soledad de cada cual, desde su casa. No es lo mismo no solo en lo evidente, en los problemas técnicos, en las diferencias de tiempo; hay errores de interpretación de la partitura radial, que con el tiempo las fuimos tomando para generar situaciones graciosas. Pero nos ha pasado que alguien decía algo y por la conexión a Internet o lo que fuera uno entendía cualquier otra cosa. ¡Eso pasaba mucho!
-Y, encima, no había cómplices con los cuales compartir tan peculiares circunstancias.
-Este programa, desde que comenzó hace tantos años, por una casualidad, hizo del público una circunstancia indispensable. La venganza… corrió el riesgo de poder sortear este nuevo formato en el que cada uno de los integrantes estuvo en su casa. Tuvimos dificultades y ahora estamos tan contentos de poder volver a vernos. Disfrutamos el placer de volver a estar ahí, todos juntos, de reírnos con los chistes que hacemos. ¡Ahora podemos reírnos de nuestros propios chistes sin quedar como un loco! No es fácil para el espíritu decir un parlamento, quedarnos solos en silencio, ante la duda de no saber si el otro te escuchó bien.
-Además de que no hay circunstancia más extraña que reírse en soledad uno mismo de sus chistes frente a una pantalla. Ese formato impide conocer la eficacia de lo que sale aire, ¿no?
-Claro. Uno dice algo que a uno le parece ingenioso y solo recibe como única respuesta al silencio. Y a veces el silencio dura demasiado… Uno se pregunta "¿qué está pasando aquí, me estarán escuchando, hubo un problema técnico o simplemente la genialidad que creía haber dicho era apenas una pavada mayúscula?" Eso es pésimo. Siempre, pero mucho más para cualquier cosa relacionada con el humor y la música.
-Además, más allá de lo artístico, los seres humanos somos seres sociales que nos motivamos y, en el mejor de los casos, nos enriquecemos en el contacto con los otros.
-Por supuesto. Recuerdo haber recibido al principio de nuestras aventuras en la radio, alguna propuesta para hacer el programa en otro horario. Inmediatamente dije que no. Principalmente, por la ausencia del público. Me imaginaba que un programa de radio con público a la mañana no podía salir bien. Eso pensaba yo, creyendo tal vez que el universo se debe parecer a mí (risas). ¿Por qué alguien iría a escuchar un programa de radio a las 10 de la mañana con buen humor? No podría imaginarme este programa sin público. La venganza… sin público sería un gran absurdo.
-¿Por qué? Lo hizo obligadamente durante dos años en pandemia.
-En la ausencia del público, La venganza… pierde mucho y no gana nada. Hay una renuncia de eso que (Jorge) Dubatti llama “el convivio”, esa coexistencia bajo un mismo techo del artista y del consumidor de arte. Ese fenómeno es el que hace posible el teatro. El teatro no es posible sin esa presencialidad. Y el programa, que tiene mucho de teatral, se resiente cuando no hay público. Lo intentamos. Hicimos cada tanto algún streaming pero siempre sentí que eso no era el programa, que era otra cosa. En todo caso, me fue mejor cuando hice alguna cosa en forma solitaria, con texto escrito y preparado, con no tanta improvisación como la que hay en el programa. Pero cuando hicimos el programa por streaming, me recordó a lo que era La venganza… en televisión, que es algo que te puede gustar y no tanto. La venganza… en TV puede darse dignamente si dura poco, una vez por semana, durante dos o tres meses. Para compañía de todos los días, para esa amplitud que tiene La venganza… radio, la TV es demasiado exigente, quizá resulta que necesita más preparación, más tiempo, más presupuesto, más vida.
-¿Sí? ¿Le parece? ¿Aún hoy en día donde la TV de aire tiene mucha palabra y poca imagen artística?
-Es que eso hay que hacerlo con un presupuesto televisivo. Lo digo yo que he cometido varias veces ese error: hacer un programa de TV con un presupuesto de radio. Lo que resulta que es bastante parecido a esos programas de radio que hay ahora donde ponen una cámara en el estudio. Eso no es una forma distinta de hacer radio sino una forma pésima de hacer televisión. Y barata, además. Lo que pasa es que, quizá, la televisión ha dejado de ser, sin que nosotros nos hayamos dado mucha cuenta. Al menos dejo de ser aquella televisión que conocimos.
-¿Cómo es eso?
-Lo que hay ahora son canales de noticias. Algunos muy buenos, pero son canales de noticias, no de televisión. Para mí un canal de TV es una familia mirando El mundo del espectáculo. En esa tele se ponían en juego un montón de resortes artísticos que ahora no percibo. Estos de ahora no digo que sean malos, ni mucho menos buenos: son otra cosa. Son programas de editoriales. La TV de hoy es una serie de programas sucesivos que empiezan a la mañana y terminan a la noche, a los que se les quita el título y son todos más o menos lo mismo. Tratan los mismos temas con distintas caras de locutores.
-Cada programación es como un gran programa ómnibus durante 24 horas que solo es separado por la arbitrariedad de un programador que lo divide en títulos.
-Así es. Y muchas veces ni siquiera está separado del todo, porque el conductor del programa siguiente ingresa al aire saludando al que está en vivo y hacen pase un rato. O sea que esa idea de que la TV se convirtió en un programa que dura las 24 horas no es inconsciente.
-¿Usted ve TV? ¿Cómo se informa o desinforma?
-Veo tele informativa, aunque en el último tiempo menos. Desde luego que veo partidos de fútbol y series. Pero cuando el país está muy politizado o estoy muy pendiente de ciertos asuntos, veo mis canales informativos.
-¿Se informa con lo que está más cercano ideológicamente o busca también miradas divergentes a la suya?
-Para no hacerme tanta malasangre, trato de ver periodistas con los cuales coincido en los trazos gruesos. Pero me doy cuenta que esto no debería ser así.
-¿Por qué?
-A lo mejor lo que me está faltando no es amplitud a mí, sino amplitud en la información. ¿Por qué no puedo ver, escuchar o leer a periodistas con los cuales no sepa si voy a coincidir o si voy a discrepar? Antes, uno podría elegir escuchar a determinados periodistas por su solvencia profesional, porque te gustaba cómo hablaba, cómo se expresaba, cómo buscaba información, cómo la presentaba, y no porque era peronista. Ahora eso es muy difícil.
-¿Cómo ve el debate que se da en la coalición gobernante del Frente de Todos?
-No tengo un pensamiento muy complejo. Hay un conflicto en la Argentina que es muy claro, que es casi de manual: ricos contra pobres. Entonces, uno se pregunta si el reclamo que uno hace a los propios por no ser suficientemente eficaces no es funcional a los extraños. Si yo digo exactamente cuál es mi visión sobre la conducción política del país, por ahí estoy diciendo la verdad y estoy diciendo algo que me satisface personalmente pero, ¿le hago bien con expresarlo públicamente al verdadero conflicto, al conflicto en el que se juega la viabilidad misma del país? La respuesta es que no lo sé, pero más bien me parece que no.
-¿Y por qué cree, entonces. que sucede ese debate tan público en el gobierno?
-No lo sé. Hay cierto énfasis peligroso en el discurso, un énfasis al que los argentinos somos proclives y yo también. Alguien del campo popular puede decir, finalmente, “este es un gobierno malo” y me parece que es demasiado. Porque lo hay que hacer es ajustar la sintonía para saber qué demonios está pasando, qué está haciendo un bando y otro, si es que están haciendo todo lo que pueden hacer, si es que se puede hacer más o no… Y la verdad es que las cosas no están bien pero tampoco está tan mal. Con esto que digo no es que me estoy conformando con lo que es, ni tampoco es mi manera de pensar ni de encarar la política. Si uno se toma el trabajo de leer todo lo que se ha informado en los últimos días, la verdad que hay una serie de noticias políticas y económicas al menos interesantes, o que deberían ser tomadas en cuenta. Sin embargo, es evidente que la oposición aprovecha mejor la irresponsabilidad que le permite ejercer su no gobierno: como no gobierna, todo lo que critique es dado por cierto, todo malestar la beneficia y todo deseo no cumplido es una cuenta pendiente para el gobierno. De manera que en ese intercambio de opiniones, de sinceridades de los propios y de falacias, salimos perdiendo. Es un jueguito en el que salimos perdiendo.
-¿Cuál sería el juego?
-Que nosotros reconocemos nuestros errores e incluso los magnificamos para enfatizar nuestro discurso, mientras los otros tipos te están esperando sin hacer ni pensar, solo aprovechando lo que vos mismo decís. Y sin mirar nunca atrás para ver quién empezó esta serie tremenda de errores, irresponsabilidades, mentiras y entregas. ¿Quién es el responsable? No tenemos que olvidarnos de ello cuando señalemos los errores, bastantes por cierto, que solemos cometer.
Notas al pie
Terminado en pandemia
“No rescato nada bueno de la pandemia. No crecimos espiritualmente ni nos convertimos una especie de Buda por solo ver a nuestro alrededor el sufrimiento. Ni siquiera en lo particular, donde a veces aparece algún resplandor casual. El mundo de los negocios sigue igual o peor tras la pandemia”. Lejos del espíritu de La vida es bella, Dolina tiene claro que nada bueno pudo surgir de estos dos años en pausa. Aunque, a razón de verdad, la pandemia le permitió al “Negro” terminar de escribir Notas al pie (Editorial Planeta), su última y particular novela. “Había descuidado bastante la escritura del libro. Había tomado caminos equivocados, que me habían impedido culminar la obra. Es una novela sobre la envidia, el amor, el tedio, que se desencadena en un crimen que le aporta tintes policiales”, cuenta Dolina, cuyo último libro publicado había sido Cartas marcadas.