La Selección Argentina vivió una noche inolvidable en la Bombonera. Porque más allá del cómodo 3-0 ante Venezuela que estiró el invicto de Lionel Scaloni y marcó en el campo la diferencia real entre ambos equipos, el partido fue una larga excusa para prolongar el idilio con un plantel que se metió en el corazón de la gente, que no paró de celebrar a sus ídolos desde el inicio hasta el final. Hasta el orden de los goles, primero Nico González para abrir el marcador en el primer tiempo, y luego los mimados Di María y Messi sirvió para darle marco a una fiesta completa.
Argentina salió a jugar con la tranquilidad de su actual situación, pero pronto dejó en claro que esa serenidad se podía transformar en aburrimiento. Sin cambio de ritmo ni peso en el área, porque Messi era el falso centrodelantero en reemplazo de Lautaro Martínez, al equipo de Scaloni se le iban los minutos sin generar nada. Con orden y la referencia de Rondón arriba, a Venezuela le alcanzaba para controlar a los locales sin sufrir sustos.
Y el primero en darse cuenta fue Messi, que salió de su extraña posición a tomar contacto con la pelota y generar corridas electrizantes, más propias de otros tiempos que de la actualidad parisina. Y el capitán provocó así un efecto contagio, más unos cambios de fichas que modificaron la geografía del partido: Correa dejó la punta izquierda y pasó de nueve, Nico González salió de la derecha y se colocó como extremo zurdo, para darle más espacio a las subidas de Molina. Con sólo eso, el partido ya fue otro.
Y entonces, después de un par de avisos de Correa, la nueva fórmula tuvo éxito. Mac Allister, con poca actividad pero bastante efectivo, combinó con Molina, que trepó al vacío y habilitó por el medio para que González venciera sin oposición a Faríñez. Un descuido en defensa casi permite el empate de Josef Martínez, pero el delantero venezolano le erró al arco y permitió que Argentina mantuviera la justa ventaja.
El desarrollo del partido tenía poco misterio, porque el equipo de Scaloni había roto el cerrojo, tenía todo bajo control y, salvo otro descuido con Martínez, que de nuevo se perdió el empate cuando Armani estaba sin chances, no pasaba sobresaltos. Por eso, la única incógnita era saber cuando llegaría el segundo tanto. Entonces, como si la fiesta estuviese guionada, primero fue Di María el que replicó uno de sus clásicos goles por encima del arquero para desatar un festejo con memoria emotiva. Y para completar la historia, fue Messi, ovacionado en cada intervención, el que cerró el marcador con un gol algo sucio, pero que le puso el pico de emoción que le faltaba a una noche inolvidable, para un grupo que cada día disfruta más.