Un artista de teatro nunca sabe bien qué es lo que está haciendo en una obra hasta que la ofrece al mundo. Antes de los ensayos hay charlas, hay investigación, escritura, reescritura, hay tormentas de ideas. Durante los ensayos hay experimentación, se hace y se deshace, se prueban tonos, colores y escenas con la intuición de que eso que había sido escrito crecerá en sentidos cuando sea tomado por voces y cuerpos. Pero la verdadera noción sobre eso que una obra cuenta recién termina por formarse cuando se pone en circulación, cuando otros miran, reaccionan y piensan con el material. Las integrantes del grupo Piel de Lava todavía recuerdan con lujo de detalles lo que pasó el día en que se estrenó Petróleo, su quinta obra. También, el alivio que sintieron cuando escucharon las primeras risas del público y se dieron cuenta de que esa catarsis escénica en torno al mundo masculino que habían creado podía ser contagiosa: no solamente les hacía gracia a ellas. Ese día, dicen, se empezó a prender la chispa.
El proceso de trabajo de la obra que las catapultó a públicos nuevos y se convirtió en “un fenómeno” –como ellas mismas llaman, constantemente, eso que pasó con Petróleo–, no había sido fácil. O, para ser justos, había sido muy distinto del que ellas conocían hasta entonces. Ahora, mientras comienzan a despedirse al menos por un tiempo de esta obra que vieron alrededor de cien mil personas (una cifra insólita para el teatro que ellas están acostumbradas a hacer), Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa se sientan a recordar esos primeros días y se siguen sorprendiendo un poco. Corría 2018 y las cuatro venían de hacer la retrospectiva de sus obras anteriores (Colores verdaderos, Neblina, Tren y Museo) en el Teatro Sarmiento. Concluido ese viaje por el pasado, el grupo tenía que estrenar la obra nueva que completaría el ciclo creado por Vivi Tellas para la sala, que invita a distintos artistas de la escena a recorrer sus obras viejas y gestar una nueva, después de las reflexiones que despierta el encuentro con materiales de otras épocas. Tenían dos meses para salir al mundo con la novedad, y esos tiempos, para Piel de Lava, eran completamente ajenos: por lo general sus creaciones llevan años de acopio y experimentación. “Ensayábamos todos los días mil horas, durante muchos días seguidos, y eso era algo que como grupo jamás habíamos hecho”, recuerda Pilar. “La sensación es que estábamos en el medio de un caos creativo zarpado con la composición de estos chabones, bastante estresadas, dando volantazos grandes de un día al otro, haciendo ajustes de último momento que después terminaron siendo fundamentales y terminaron marcando un poco los hits de la obra”.
Pocas semanas después de esos primeros ensayos, y con la obra aún en proceso de levado, llegó el día del ensayo general, que las chicas recuerdan como “un verdadero bajón”. Elisa todavía se ríe cuando evoca las caras de sus amigos, que las esperaban a la salida de esa pasada previa al estreno. “Estaban como angustiados, no entendiendo muy bien qué habíamos hecho, no sabiendo qué decirnos, casi con preocupación por lo que podía pasarnos con este trabajo. Los recuerdo tratando de encontrar las palabras para darnos alguna devolución, darnos su punto de vista para que no la pasáramos tan mal. No entendían muy bien ese salto compositivo que habíamos dado”, recuerda Elisa. Con esa pequeña experiencia traumática a cuestas, el día del estreno, se prepararon anímicamente para que “pasara lo que tuviera que pasar”. Eso incluía la posibilidad de estrellarse. No eran solamente los miedos naturales de cualquier estreno, había algo más: la angustia de que la obra no terminara de encontrar asidero en el público.
Es cierto que la hipótesis de trabajo era riesgosa: jugar con la potencial masculinidad que habita en cada una de ellas (desde la gestualidad, desde la corporalidad, desde los modos de vincularse con el otro), pero más todavía con ciertos preconceptos que circulan en torno a lo masculino. En Petróleo, las Piel de Lava “hacen de varones”, lo que también lleva contenidas ciertas preguntas acerca de qué es un varón, cómo se construye uno, qué se supone no puede faltarle a alguien que se jacte de serlo.
Petróleo es la historia de cuatro obreros golondrina asignados a un pozo petrolífero de la Patagonia profunda, lejos de todo, en pleno invierno. Cuando comienza la obra, lo que sabemos es que hace tiempo que tres de ellos trabajan juntos, y la dinámica grupal del terceto está muy consolidada: el Carli (Pilar), manda; Montoya y Formosa, los más jóvenes del terceto (Laura y Valeria), no se plantean otra alternativa que obedecer. La irrupción de Palladino, el nuevo contratado (Elisa Carricajo), es un detonante para cambiar, voluntaria o involuntariamente, algunas reglas del juego. Palladino es un personaje particular dentro del árido mundo interior y exterior que habitan estos hombres: habla con mucho conocimiento de causa sobre los derechos del trabajador y parece entender que no todo lo que se presenta de determinada forma debe permanecer tal y como fue dado. Pero lo que verdaderamente sacude al grupo y posiciona al “Palla” como elemento disonante no es su ideología sino su forma de vestirse: el tapado de piel que se prueba en el cuarto compartido (“es de mi mujer”, se justifica, “porque en invierno la extraño mucho”) abre un mundo de preguntas y replanteos en los demás personajes. Y ese es solo el comienzo, porque Petróleo juega con varias pregunta-guía: ¿qué pasaría si en unas horas, y a raíz de una serie de sucesos un poco absurdos, los conceptos más enquistados sobre la masculinidad se diluyesen? ¿Es posible deconstruir un macho en una sola noche?
Pero volvamos a esa noche de estreno, llena de incertidumbres para ellas. “Cuando la obra arrancó, recuerdo mucho eso: escuchar una carcajada, y otra carcajada, y mirarnos más allá del bigote, mirarnos a los ojos entre nosotras, debajo de nuestros chabones, para decirnos de alguna manera: ‘bueno, algo está pasando’. Y eso para mí fue algo medio mágico que le pasó a Petróleo”, dice Pilar. La complementa Valeria: “Nosotras conectamos por muchísimos lugares, el humor es uno de ellos. Y entre nosotras desde el principio circuló cierta risa en torno a la obra, a nosotras nos daba gracia hacerla, pero éramos conscientes de que también había otras capas más densas que se estaban poniendo en juego. Teníamos la preocupación de que estuviera bueno, estar en el tono justo para que esas composiciones no se leyeran como una burla, pero a la vez no pasarnos de solemnes o ser unas bajalínea totales. Escuchar al público conectando fue liberador, nos sacó de encima varias preocupaciones. Y fue como un trampolín que nos llenó de energía”.
SALIR DEL CLÓSET
Hay otra anécdota que a las chicas les gusta recordar de esos días de desconcierto previos a las primeras funciones, y ahora es Laura quien lo trae a cuento. “En una de esas noches de insomnio, después de ensayar muchas horas y todavía con el vestuario puesto, le mandamos una foto nuestra a Vivi (Tellas). Nos respondió casi enseguida: ‘Pobres varones asustados. ¡Todo va a salir bien!’. Creo que ella vio algo ahí: no solo estábamos vestidas de hombres, sino que nos habíamos mimetizado con nuestros varones y ese miedo a inmenso al ridículo, a quedar como unos boludos. Quizá era eso lo que se nos estaba jugando”.
Ahora, después de muchísimas funciones exitosas e ininterrumpidas –primero en el Teatro Sarmiento, luego en la sala Casacuberta del Teatro San Martín y, finalmente, en el Teatro Metropolitan– las chicas entienden su quinta obra como una especie de salida del clóset, en la que terminaron de consolidar algo que hacía mucho tiempo se venía potenciando en el grupo. “Creo que lo que nos pasó haciendo la retrospectiva fue que nos tuvimos que hacer cargo de que el trabajo central del grupo había sido Tren: una obra súper compositiva, donde interpretábamos personajes mucho más grandes que nosotras al momento del estreno, donde nos metíamos con un mundo ajeno al nuestro, donde hacíamos un chiste atrás del otro”, dice Elisa. “Ahí, me parece, dimos una piña de lenguaje. Y hubo algo de el encuentro con ese material que nos disparó una claridad: ‘Bueno, hay que seguir probando por acá’. Fue un llamado, una especie de revelación: somos esto, nos gustan los chistes, nos gusta componer personajes que no se parezcan en nada a nosotras. Puede que sea vintage, que ya no se use este tipo de actuación, que las generaciones que nos siguen actúen siempre muy en su forma, pero somos esto: ¡vayamos al hueso!”.
Ese giro compositivo fue tomando forma radical a medida que las actrices, guiadas por Laura Fernández –suerte de quinta Beatle del grupo, que desde Tren acompaña los procesos de cada obra en dramaturgia y dirección– repasaban cada gesto de sus personajes masculinos, con una capacidad de observación muy aguda: en el escenario, las chicas no solamente replican una forma de hablar y de moverse sino esa manera de habitar el mundo tan masculina. “En cierto momento, ese dragueo empezó a ser muy profundo y muy movilizante”, dice Elisa. “Creo que, a cada una en su lugar, le sigue rebotando. Y va a ser fuerte dejar de hacerlo. A veces pienso que si dejamos de hacer Petróleo, nos vamos a tener que juntar una vez por semana igual, a hacer otra cosa con estos chabones, porque se nos volvió casi necesario: te clarifica un montón el cuerpo”.
La rutina de convertirse en chabones al menos una vez por semana durante tanto tiempo también les regaló una manera de vincularse con sus personajes que hasta ahora desconocían. “Lo confieso: yo antes me reía un poco por dentro de los actores que hablan de sus personajes como si fueran ellos”, dice Valeria. “Pero la verdad es que acá es lo que nos terminó pasando”. La prueba contundente es que todas, de vez en cuando, utilizan su doppelganger masculino para describirse a sí mismas o a otros varones que se cruzaron: frases como “ese tipo era re Formosa” o “yo cuando manejo soy re Carli” empezaron a formar parte del universo de referencias habituales para ellas y para sus amigos, y no pocas veces le escucharon decir a alguien cosas como “me crucé con unos pibes re Petróleo”.
Esa invención de un lenguaje propio, tanto hacia el interior como por fuera de la obra, probablemente quede grabada para siempre como un hito en la historia del grupo, que ya lleva casi veinte años de trabajo en conjunto. Por eso es que a las Piel de Lava les gusta tanto hablar de fenómeno para referirse a lo que sucedió con su quinta obra. La elección del término es excelente por donde se la mire: según el contexto, fenómeno puede ser un adjetivo (de uso muy extendido entre varones), un vocativo (también masculino) o un sustantivo que describe un suceso extraordinario y sorprendente, en el que no necesariamente hay una responsabilidad directa de alguien, porque se da casi de forma sobrenatural. “Me acuerdo de que Vale, una de las primeras veces que salíamos a hacer función en el Metropolitan, miraba desde atrás a toda la gente que se iba acomodando en el teatro y, vestida de Formosa, toda chiquitita, me gritó: ‘¿Quiénes son? ¿Quiénes sooon?’. Y no teníamos idea de quiénes eran ni quiénes son los que nos vienen a ver. El Met nos trajo un público que desconocemos. Y esto, de verdad, es como salir a tocar delante de un montón de gente que no tenés idea quién es”, dice Pilar. “No es algo que nos pase muy seguido. Nos pasó acá, con esto. Por eso la palabra fenómeno nos parece tan justa. Es raro decirlo, pero es así: los fenómenos son un poco bizarros también, se te escapan de las manos”.
PATEAR EL TABLERO
Aunque ya llevan casi 200 funciones a cuestas, para el grupo la obra sigue estando fresca y sigue ofreciendo sus novedades. Tanto que a veces, incluso, fantasean con seguir volviendo cada tanto para envejecer junto a esos personajes, a lo largo de los años. “Para nosotras cada miércoles sigue siendo una fiesta”, dicen a coro. Hace algunas semanas, cuando empezaron a filmar videos cortos en los camarines antes de salir a escena para subir a las redes de su compañía, pusieron a sus personajes a jugar y a contar situaciones nuevas, que no son parte de la obra. Y entonces empezaron a pensar una cosa: el chiste acaso sea infinito.
Claro que, a su vez, por todas las implicancias sociales y políticas que tiene la obra –que, en paralelo a sus humoradas, habla de una manera de ejercer violencia entre varones, de una violencia que es la punta del iceberg de otras– no todas las funciones fueron livianas para el grupo. La coyuntura le imprimió a cada semana una energía distinta, por momentos también muy ardua. A veces, la noticia de algún femicidio quedaba resonando en el cuerpo de las actrices, y se les hacía difícil salir a escena para hacer reír envueltas en sus armaduras masculinas. “De vez en cuando alguna noticia te sacude y se hace inevitable pensar: cuánto sufrimiento real hay en el mundo a causa de las violencias de género, nosotras nos estamos riendo de esto pero hay gente que la pasa de verdad muy mal. Y la salida siempre termina siendo la misma: ‘A tu drag, mi amor, lo único que podés hacer ahora es regalar a tu chabón’. Esa autenticidad de lo que nos pasa con la masculinidad se volvió parte de la obra. Siempre nos está atravesando”, acota Elisa.
Esta conciencia de que Petróleo fue un suceso fuera de serie les da tranquilidad para que los proyectos que siguen no tengan el peso del “trabajo que viene después del éxito”. Este año, cada una de las Piel de Lava por su lado trabajará en distintas obras como actriz, dramaturga o directora y, a la vez, las cuatro tienen varios desafíos en conjunto para 2022. Por un lado, están haciendo la curaduría del próximo festival de dramaturgia que prepara Plataforma Fluorescente, el espacio de creación escénica de Matías Umpiérrez; por otro, están trabajando junto a Buenos Aires Escénica, la compañía de Matías Feldman, en una obra que se estrenará a mediados de mayo en el Teatro Cervantes. Dice Elisa: “Siempre estamos reflexionando sobre la grupalidad, generando lenguaje, a veces también damos clases juntas de creación grupal. Pero lo que está un poco más verde es la creación de una nueva obra. En dieciocho años de trabajo juntas estrenamos solo cinco: es algo que nos lleva mucho tiempo”.
Para Laura, una cosa es cierta: “Ni siquiera sabemos si Petróleo es nuestra mejor obra. De hecho, no pensamos que lo sea. Creo que la que va es encariñarte con ese fenómeno, alegrarte, reírte un poco de él. Y a por lo que viene. Es posible que todo esto que pasó alrededor nos dé impulso para patear el tablero”.
Suma Pilar: “Y esto que pasó con Petróleo, nos pasó después de haber hecho muchas cosas. Nos llegó a los 40 años con mucho carreteo encima, con la tranquilidad de saber que esto es medio fuera de serie y que lo próximo quizá no lo sea. Pero cuanta más energía y más neura le ponés, más disparada para cualquier lado sale la bala. Quizá, la próxima obra la hacemos para muy poquitas personas en un espacio chiquito. O nos mandamos una obra enorme para el Coliseo. Ni idea, no estamos pensando tanto en eso. Ya no siento la presión de tener que hacer algo grandioso. Pero no me pasa no solo con Piel de Lava, no me pasa con nada: no siento ninguna presión de tener que ser, y me parece que así lo vivimos todas. Ese alivio de la adultez se traduce, también, en el alivio de los próximos proyectos”.
Cuándo y cómo seguirá el fenómeno está por verse. Por lo pronto, a las chicas les quedan tres funciones en el Met antes de un parate obligado para que nazca la segunda hija de Pilar, cuya panza –suya y del Carli– crece de función a función. Pero las cuatro sienten que todavía hay mucha tela para cortar y entienden este receso como un hasta luego más que como un adiós definitivo. La pausa venidera también ayuda a revisitar todo lo que pasó y se traduce en una sensación de infinito agradecimiento. Por el público nuevo y desconocido hasta ahora, por el inaudito reconocimiento en la calle y por la cantidad de personas admiradas que vieron la obra a lo largo de estos años. “¡Ah! Un día vinieron a vernos Skay y Poli. Fue increíble cantar ‘Ji ji ji’, mirándolos a los ojos. A mí me temblaba la voz”, recuerda Valeria. Cierra Elisa: “Petróleo tiene un ángel, nos dio muchísimas cosas buenas. Seríamos unas taradas si no pudiéramos abrazar eso”.