El pasado jueves fui a la Plaza, como todos los 24 de marzo. Con mi querido amigo Carlitos F. somos socios fundadores, líderes, dirigentes, militantes y únicos miembros activos de “La 525”, una gran agrupación, quizás poco numerosa (Carlitos y yo; más algunos amigos/as y familiares/as/os que saben que estamos allí y vienen, saludan, acompañan), que, desde hace unos 12 años, en los actos populares se reúne en el umbral de Avenida de Mayo 525 (si el acto es en Congreso, lo vemos medio de lejos, eso sí) y desde allí festeja, ríe, salta, evoca, llora, grita, aplaude, silba, insulta si corresponde (recuerdo unos increíblemente energizantes “¡MMLPQTP!” hace unos añitos), acompaña y, sobre todo, abraza.
Abraza a los amigos y amigas que, casualmente o no, van pasando, y constituye, cada vez, un extraño mosaico biográfico. Se encuentra uno allí con personas para las que el tiempo ha pasado –tanto como para uno mismo– y ha dejado su huella, su marca, su grieta, su cicatriz, su hermoso recuerdo, o todo eso junto. El 24 de marzo en la Plaza uno se encuentra con amores reales o imaginarios, con ex, actuales o futuras/os. Con maestros y alumnos, con compañeros, -eras y -eres. Con parientes lejanos. Con saludos también lejanos que uno responde, seguro de que la persona lo confundió con otro, o que uno lo/la confundió a él/ella, pero no importa: si está allí, corresponde que nos saludemos, que nos reconozcamos aun sin conocernos. También, con personas a quienes uno no reconoce hasta que alguna palabra, gesto o mirada hacen estallar el abrazo a la vez que la memoria.
Nos saludamos de cerca, de lejos, con la mano, con los brazos, agitando un sánguche o un mate, haciendo extraños signos con los dedos que el otro/a decodificará como pueda, porque el sentido es conocido, es el de saberse allí.
Es sacarse una foto y enviarla rápidamente a Japón, Guinea, Alaska o adonde sea que estén las personas que no por estar geográficamente lejos dejan de estar ahí, con uno, en la Plaza.
Esta Plaza es el lugar de la memoria. De la memoria singular, de la biografía de cada uno, del “¿Qué estabas haciendo el 24 de marzo de 1976?”. Y de la memoria colectiva, de lo que nos pasó como sociedad, del nefasto sistema cívico-militar-eclesiástico-empresarial-... (agréguele usted los guiones y palabras que considere, lector, lectora) que “desapareció” a 30 mil personas (o tal vez más) y aterrorizó a un país entero para imponer un sistema nefasto dictatorial-neoliberal-neocolonial-genocida-persecutorio-... (y, otra vez, agregue guiones y palabras a su criterio).
Y, lo queramos reconocer o no, lo queramos elaborar o no: en peligro, estábamos todos y todas. Recuerdo que hace ya unos 25 años, un 24 de marzo, mi hijo, de 10 años entonces, tras haber visto un documental que conmemoraba aquellos tiempos, nos preguntó a su mamá y a mí: “Pero ustedes, ¿cómo hacían para dormir, con todo eso que pasaba?”. No encontré mejor resumen de aquellos tiempos.
Hubo algún 24 de marzo solitario en los '90, cuando los medios enfermónicos hacían creer que el golpe había sido “contra la izquierda” y no contra todas y todos; alguno furioso, como en el 2001, prologando el clima que estallaría meses después; alguno esperanzado, como cuando las nefastas leyes de Punto Final y Obediencia Debida fueron derogadas y las palabras “memoria", "verdad", "justicia” se recargaron de sentido. También, un 24 de marzo de pura resistencia, como el de 2016, cuando, recién asumido el exSumo Maurífice, unas 800 mil personas fuimos a decirle y a decirnos que NO.
Y este 24, el de anteayer, fue el 24 del reencuentro, después de tres años. Volver a mirarnos, reconocernos, abrazarnos y festejar. Sí, ya sé que no era un día de festejo, pero fue inevitable festejar que ahí estábamos, nos veíamos y escuchábamos la mejor música del mundo, que, según dicen, es la voz del pueblo en la calle.
Sugerimos al lector acompañar esta columna con el video “No están locos”, de RS Positivo (Rudy-Sanz):