Cuarenta años, casi, Dora Ríos calló lo más intenso que vivió en sus 66. Sin una orden explícita de ningún decreto, solo por la imposición del régimen castrense sobre ellas, 170 enfermeras civiles en el invierno de 1982, en el Hospital Naval de Puerto Belgrano, la base militar que fue apoyo logístico durante la guerra de Malvinas. Dora Ríos aguantó un tiempo después de la guerra y renunció, jaqueada por el espanto de ver en las calles de Puerto Belgrano y Punta Alta la secuela de la posguerra en los veteranos. Eligió radicarse en Rosario por ser la cuna de la bandera. Sí, hoy lo dice con franqueza simple y sólida. Dora cree en el valor de servir al otro, a la Patria, como ella dice. Pero desde entonces nunca le contó ni a su familia lo que vivió en aquellos días trágicos, a los 27 años, embarazada de su primera hija, y como enfermera de guerra.
-¿Cómo es eso de que desde la guerra nunca habló de ello con nadie? -preguntó Rosario/12 en la charla que Ríos ofreció una tarde húmeda y pegajosa en un bar de zona oeste, con remera malvinense y sus medallas prendidas al pecho. Llegó un rato antes en su auto, con la bandera argentina fija en una de las puertas y un portafolios con testimonios de su pertenencia a la agrupación Unión Malvinas y a Mujeres por Malvinas Rosario.
-Es que no se podía hablar nada sobre la guerra. Hasta hace cinco años atrás no se podía decir nada. La Armada nacional nos hacía callar, ni con la familia podía. No se podía hablar. Como si la guerra no hubiese existido. Era algo colectivo, se dijo para todos cuando estábamos en la Armada. Éramos 170 enfermeras civiles que atendimos a los heridos que venían desde el frente. Sí, sé qué es difícil de entender, pero en la base hay una disciplina distinta a lo que la gente vive afuera -contó.
Dora nació en Santa Fe. En 1982 trabajaba en el Hospital Naval Puerto Belgrano, dentro de la base militar. Su esposo falleció, le quedan una hija y un hijo. Al radicarse en Rosario, en los '80, trabajó en varios sanatorios. Se jubiló siendo enfermera de Terapia Intensiva y Cirugía Cardiovascular en el Sanatorio de la Mujer y en el Plaza.
"Nos vinimos a vivir a Rosario 4 años después. Renuncié al empleo en el Estado y empecé a trabajar acá. Nos tuvimos que ir de Puerto Belgrano porque no soportaba ver a mis compañeros enfermeros, militares heridos, caminando en la ciudad en posguerra gritando por la calle 'No me ataquen', 'Me rindo', 'No me hagan nada', como si siguieran en la guerra. Sufrí mucho, tenía hipertensión y era joven. Un médico nos aconsejó que cambiáramos de lugar, pero sin asistencia psicológica. Así que decidimos irnos y elegimos venir a Rosario. Ahí cambió mi vida. Ya no veía a mis compañeros heridos, a los que salieron, pero la verdad es que nadie tuvo atención psicológica", relató.
-¿Por qué eligió Rosario?
—Porque es la cuna de nuestra bandera, amo Rosario, amo mi bandera. Por nuestros soldaditos, jovencitos de 18 años, que fueron a defender a la patria, y por eso elegí esta ciudad porque aquí nació la bandera, la patria.
-¿Cómo siguió la vida?
-Empecé a trabajar en los sanatorios. Venía con una disciplina diferente, de trabajar recibiendo los heridos que venían de la isla, y acá tuve que readaptarme a otra cosa. Amo el servicio de enfermería, por eso después de jubilada sigo sirviendo, porque la Patria nos necesita a todos. Me gustaba estar al lado del paciente, en la situación más crítica, el momento más duro de la vida de una persona. Me jubilé en Sanatorio de la Mujer y en el Plaza, amo a mis compañeros y compañeras. Pero nunca les dije que fui enfermera en la base naval Puerto Belgrano.
-¿Por qué?
-No debíamos hablar. Nos habían impuesto eso. Después de que me jubilé sí, ahí sí dije basta, ahora voy a hablar. Rompí el silencio que teníamos, lo guardé hasta ese momento porque tenía la obligación de guardar un secreto. Cuando me jubilé me destapé y empecé a contarlo. En todos los años anteriores no lo conversé ni con mi familia, ni amigas. Estas cosas las llevé conmigo adentro, y mis compañeras se asombran ahora de cómo no les conté. Y ahora me voy acordando y cuando nos hablamos entre compañeras por whatsapp o teléfono nos recordamos cosas. De Santa Fe somos dos, una en Rafaela, Norma Lino, que vino la otra vez cuando la Municipalidad nos hizo un homenaje. Con ella trabajamos codo a codo en el Hospital Naval.
-¿Qué secreto había que callar? ¿Por qué la orden de callar, a ustedes, civiles?
-No nos dijeron porqué. No se, no se, realmente, y mis compañeras tampoco. Lo hablamos entre nosotras pero no sabemos, y sin embargo todas guardamos obedecimos.
-¿Cómo fueron esos días cuando empezaron a llegar soldados heridos?
-En el hospital había atención normal, a la familia de militares y cualquier persona, pero durante la guerra fue distinto. No sabíamos que íbamos a tener una guerra, los militares sí, y había compañeras mías casadas con militares pero no podían saber nada. Nos dijeron que iba a haber un operativo y que preparámos todo el material posible. No recuerdo si era el 2 de abril o cuando, perdí la noción del tiempo de esos días. Y no había celular ni teníamos reloj.
El primer día llegaron de a muchos, por avión, otras veces los bajaban en otro lado y llegaban en colectivo. Los más graves llegaban ahí en helicóptero. Eran atendidos, y según su gravedad eran derivados a terapia, cirugía, a quemados. Algunos eran derivados directamente porque el hospital tenía tecnología, pero otros eran atendidos primero en el sur.
-¿Qué sensaciones tiene de esos momentos en que se dio cuenta el trabajo que enfrentaba?
-No tenía sensaciones entonces, no podía pensar. No teníamos días ni horarios, ni para comer ni para ir al baño. No sabíamos de noticias, ni comunicados ni nada. Era solo trabajar y trabajar. Era atender, salvar vidas, y llamar, y traeme esto, llevá lo otro, andá, vení. Era un trabajo infernal. Había pacientes de jerarquía militar, pero la myoría mayoría eran soldados conscriptos. Eran muy jóvenes y venían muy asustados, no tenían idea de dónde habían estado. Era como una película en vivo. Había poco diálogo porque todo era atender y derivar. Los delicados ni hablaban. Cuando pasaron los días y la situación fue menguando ya nos dieron un pabellón para atenderlos y estar un poco más con los pacientes.
Atendíamos toda clase de heridas, pero lo más frecuente era el pie de trinchera, las piernas congeladas de la rodilla para abajo de tanto estar en las trincheras con el suelo helado. Muchos de esos soldados se fueron recuperando pero con una amputación del pie o la pierna. También venían heridos graves, quemados, sin un brazo, sin una pierna. No quiero profundizar porque es muy cruel contar eso. Pero hay que contarlo porque nuestra generación se está acabando y no se sabrá la verdadera historia si no la cuentan los que la vivimos.
-¿Cómo encontraba la calle cuando salía del hospital y volvía a su casa?
-A la noche pasaba un helicóptero vigilando y había que tener todas las ventanas cerradas, no dejar ni una sola luz a la vista. El que salía por alguna cosa urgente en auto tenía que pintarle las luces con azul para que no pudiera divisarse desde arriba y atraer un bombardeo. El hijito de una compañera le llamaba la atención el helicoptero y abría la ventana, y desde el edificio le gritábamos que la cerrara, y lo enfocaban para que cierre la ventana. La ciudad estaba totalmente desierta. Nadie podía andar en la calle, solamente a comprar lo necesario y volver a encerrarse adentro. Los chicos no iban a la escuela. Andaba la patrulla militar y mandaba a encerrarse. Es que si atacaban la base naval, ya en el continente, habríamos estado perdidos como país.
—¿Recuerda algún paciente en particular?
—Recuerdo un soldado que tenía 16 años, porque en el campo eran anotados los hermanos todos juntos, así que vi chicos que eran más jóvenes y no tenían la edad para estar ahí. Los atendí, y teníamos que hacer como de hermana mayor, apoyo psicológico. No demostraban mucho porque la Armada les enseña que no deben llorar. Había que tener una amabilidad muy sensible para llegar a ellos. Algunos se cerraban y no decían nada. Todos en un pabellón largo, con 30 o 40 pacientes, una cama al lado de la otra.
-¿Se reencontró con alguno?
-No. Pero una vez estaba en Buenos Aires y escuché a una persona hablando que conocía a alguien en Neuquén, Daniel Aranda, un conscripto, trabaja en una estación de servicio, le falta un ojo, y sí a ese chico lo atendí yo. Me gustaría encontrarlo, abrazarlo, decirle que acá estoy. En fin, antes no había celulares, comunicarse era más complicado. Después nunca más pude saber, aunque en mi casa pasó mucha gente, familiares de los heridos, venían a visitarlos y los dejaba quedarse en mi casa, gente de cualquier provincia. No tenía lujo pero podían estar, hacerse una comida. A los chicos les hacíamos de cartero también, con mi esposo íbamos al correo y les mandábamos las cartas a otros que no podían venir. Y otros mandaban a mi casa y nosotros llevábamos la carta a los heridos en la Base Naval.
-¿Qué pasó cuando terminó la guerra y hubo que continuar la vida civil?
-Lo que muestra la estadística: murieron más soldados después que los muertos en el frente. Soldados, militares, veteranos, enfermeros que se quitaron la vida sin poder contar, aguantar ese trauma. Así que quise irme y llegué a Rosario.
-Dice que hoy sigue sirviendo ¿de qué manera?
-Junto con los veteranos Unión Malvinas formamos Mujeres por Malvinas Rosario, nos agrupamos yo como enfermera civil de Puerto Belgrano, con viudas e hijas de veteranos no reconocidas, con mi hija. Buscamos donaciones y llevamos a los barrios más necesitados. Ahora estamos con Cabín 9, que no tiene agua potable. Un servicio a la sociedad, para devolver lo que la patria nos dio antes en la guerra. Una abuela recogió a dos hermanitos, hijos de una pareja perdida por la droga, y entonces le conseguimos una cama, o juntamos guardapolvos para una escuela, zapatillas. Lo que haga falta, nos enteramos y nos movemos, todo a pulmón, sin ayuda del Estado.
-Además, está el reclamo del personal civil y militar que no estuvo en el frente de combate pero sí afectado al conflicto.
-Yo participo de ese reclamo junto con todos los veteranos continentales que estuvimos en la logística, nosotras atendiendo a los heridos y no estamos reconocidas. Hay veteranos en territorio llevando alimentos, municiones, arreglando helicópteros. Todos estuvimos en Malvinas. Esperamos que este año se nos reconozca, 40 años después.
-¿Siente que el país olvidó la cuestión Malvinas?
-La gente que nos mandaba cosas nos quiere. En este tiempo me siento olvidada por el Estado. Los veteranos continentales no tenemos una pensión, una obra social, nunca tuvimos apoyo psicológico. Por eso sigo activa, sirviendo a mi país, y contando ahora esta historia. Tal vez sea que hago esto para no parar a pensar. Aquello está grabado en mí, aunque trato de cerrar esa herida. Por eso empecé a contar esta historia, para no irme con esa herida abierta.