“El enemigo nunca descansa… Tu misión es la nuestra”.

Así y en primera plana, Lockheed Martin, una compañía privada que vende armamento de guerra (siempre haciendo referencia al “derecho de defensa” y a la “seguridad nacional”) se anuncia en el New York Times, por si hay algún otro comprador, aparte del gobierno.

50.000.000.000 dólares a la búsqueda de nuevos enemigos. 

El 31 de diciembre de 2021 el Wall Street Journal publicó un extenso análisis. Sólo el título comienza con una pregunta y termina con la resuesta: “Who Won in Afghanistan? Private Contractors. El ejército estadounidense gastó 14 billones de dólares ($14 trillion) durante dos décadas de guerra; los que se beneficiaron van desde los principales fabricantes hasta los empresarios”.

Tras el nuevo fiasco militar en Afganistán, y tras semejante fortuna invertida por Washington en las compañías de la guerra, en los mercaderes de la muerte, es urgente encontrar un nuevo enemigo y un nuevo conflicto.

Antes de una aventura mayor con China, la opción es clara: continuar violando los tratados de no expansión armamentístico de la OTAN hacia el Este, presionar a Rusia para que reaccione desplegando su ejército en la frontera con Ucrania y, acto seguido, acusarla de intentar invadir el país vecino. ¿No ha sido exactametne esta la historia de los tratados firmados con los indígenas estadounidenses desde finales del siglo XVIII? ¿No ha sido exactmente este el orden y el metodo de actuación sobre la Frontera salvaje? Los tratados con otros pueblos han servido para ganar tiempo, para consolidar una posición (fuerte, base). Una vez convertidos en un escollo para una nueva expansión, se los viola acusando a la otra parte de agresión o de incumplimiento. 

Por otra parte, el presidente Joe Biden necesita recuperar su alicaída popularidad. Tanto la impopularidad de los presidentes como el masivo apoyo que reciben luego de probar su masculinidad ejerciendo el bullying internacional, constituyen un patrón de larga data. Bastaría con recordar las dudas sobre la sexualidad del presidente William McKinley, el llamado a la masculinidad imperial de Washington y, finalmente, el mismo McKinley enviando al Maine a La Habana en 1898, con el cual la prensa amarilla inventará la guerra “Hispano Americana” para robarle Cuba a los negros rebeldes que luchaban contra España. 

Negocio redondo que, a juzgar por la historia de los últimos doscientos años, será apoyada por la mayoría del pueblo estadounidense o por todos los poderosos en Wall Street, Londres y Washington.