Las encuestadoras prevén un final cerrado y los comandos electorales pusieron toda la carne en el asador, hasta el arranque de la veda electoral. Este domingo 27 los uruguayos definirán la continuidad de 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración (LUC) que se someten a referéndum y con su pronunciamiento reordenarán un tablero político polarizado entre la coalición oficialista que lidera Luis Lacalle Pou y el Frente Amplio, que pasó a la oposición después de 15 años en el gobierno (2005-2020).
El politólogo Daniel Chasquetti opina que en este referéndum el gobierno “pone mucho más en juego que la oposición” y Lacalle Pou se colocó en el centro de la campaña porque “es muy consciente de eso”. “El gobierno en definitiva se está jugando su supervivencia, porque una derrota puede implicar no sólo la pérdida de legitimidad como gobierno sino también la posibilidad de mantener a la coalición unida”, señaló Chasquetti, entrevistado por la Agencia Regional de Noticias.
El analista político considera que la izquierda uruguaya ha subestimado “permanentemente” la capacidad política de Lacalle Pou, que durante la pandemia elevó sus niveles de popularidad y logró mantener unida a una coalición de gobierno integrada por cinco partidos.
Sin embargo, según Chasquetti, el FA sí tuvo mejores reflejos para “recrear lazos históricos” con los movimientos sociales durante la campaña electoral y además pudo dar “pasos muy grandes” en materia de renovación generacional, después de un largo ciclo marcado por los liderazgos de Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori.
-¿Cuánto se juega el gobierno de Lacalle Pou con el referéndum de cara a los tres años de gestión que le quedan por delante?
-En términos jurídicos lo único que se juega son los 135 artículos, pero en términos políticos se juega mucho más. Todo gobierno tiene ciertas condiciones políticas que favorecen o entorpecen el desarrollo de la gestión. Las condicionantes que favorecieron al gobierno de Lacalle Pou fueron básicamente dos o tres: la primera el resultado electoral (de 2019), sobre todo el de la primera vuelta (de octubre), cuando todos los partidos de la coalición sumados llegaron al 54% y el Frente Amplio (FA) obtuvo solo 40%.
La segunda condición es que Lacalle Pou efectivamente fue capaz de construir y liderar esa coalición, que es la llave de la gobernabilidad. En términos estructurales, Lacalle Pou es el presidente más débil de la historia moderna del Uruguay, su partido tiene solamente el 28% de las bancas del Parlamento. Si tuviera que gobernar solo con el PN sería un presidente extremadamente débil, incluso más que Jorge Batlle (2000-2005) en los últimos 2 años de gobierno. Por lo tanto, la construcción de la coalición es importante y genera condiciones para desarrollar el gobierno.
Estamos frente a un referéndum en mitad de período y con una competencia complicada, porque es una ley “ómnibus” que abarca al menos 15 políticas públicas. Por los procesos de simplificación del debate, se fue tornando en un plebiscito a la coalición de gobierno, que termina solicitando un voto de confianza a la población. Es algo muy riesgoso, porque pueden cambiar las condicionantes que favorecieron al gobierno al comienzo. Una derrota en el referéndum podría ser leída como que las preferencias cambiaron y ya no se mantendría la línea argumental de que el gobierno tiene legitimidad porque en 2019 la gente votó un cambio.
Cuando estudiamos los motivos por los cuales se rompen las coaliciones, los reveses electorales aparecen como eventos exógenos de mucho peso. Normalmente los socios se pasan facturas, empiezan a discutir por qué se perdió y eso alienta el desánimo y muchas veces la ruptura. El gobierno en definitiva se está jugando su supervivencia, porque una derrota puede implicar no sólo la pérdida de legitimidad como gobierno sino también la posibilidad de mantener a la coalición unida.
En definitiva, en esta elección el gobierno pone mucho más en juego que la oposición y creo que el gobierno es muy consciente de eso. Por eso está haciendo la campaña que está haciendo, invirtiendo muchísimos recursos en publicidad, en despliegue territorial y colocando a su principal activo, que es la popularidad del presidente. En esta última semana se decidió no debatir más y centrar todo en la línea argumental que pueda desarrollar Lacalle Pou.
-¿No hay un riesgo ahí también para la imagen del presidente?
-Claro, eso es elevar la apuesta, es exponerlo más. Si Lacalle Pou se hubiese mantenido al margen, su autoridad no estaría tan en juego, pero al colocarlo en el centro, el costo de una derrota es mayor. Es una apuesta muy fuerte.
-¿A qué obedeció ese cambio de estrategia?
-Cuando se habla de la popularidad del gobierno normalmente de lo que estamos hablando es de la popularidad de Lacalle Pou. Las encuestadoras coinciden en que la pandemia modificó la percepción que los uruguayos tenemos del presidente. Hasta el 13 de marzo los uruguayos veíamos a un Lacalle Pou muy distinto al que comenzamos a ver después. Hubo momentos de mucha incertidumbre en los que Lacalle Pou desplegó algunos atributos que lo colocaron en la más alta consideración de los ciudadanos. Ya dejó de verse como aquel político joven, de familia patricia, que fue criado para ser presidente desde Carrasco (barrio residencial de Montevideo) y se empezó a posicionar efectivamente como un líder político de relieve. Eso lo confirma que aproximadamente uno de cada cinco frenteamplistas aprueban la gestión de Lacalle Pou; no es una gestión que esté sostenida solamente en aquellos que lo votaron, sino que también hay parte de la oposición que lo valora.
Lacalle Pou se tiene mucha confianza y aumentó sus salidas públicas. Hasta octubre tenía 3 o 4 salidas públicas (me refiero a eventos donde tiene la posibilidad de tener contacto con ciudadanos) y a partir de octubre-noviembre pasaron a ser entre 15 y 20. Eso marca un cambio. Lacalle Pou se tiene mucha confianza, no sólo en rondas de prensa sino también para poder hablar con ciudadanos, enfrentar situaciones inesperadas. Confía mucho en su intuición, que es algo típico de los buenos líderes. Y me parece que la coalición percibe que estos factores son clave para ganar el referéndum.
-¿El FA y la izquierda subestimaron la capacidad política de Lacalle Pou?
-Si, permanentemente. Cuando Lacalle Pou era solo un candidato se pensaba que iba a ser muy difícil que los uruguayos -luego de haber votado fórmulas como la de José Mujica y Danilo Astori o la de Tabaré Vázquez con Raúl Sendic- terminaran votando una fórmula como la de Lacalle Pou con Beatriz Argimón. Como que había una visión de clase que pensaba que efectivamente los sectores sociales medios y bajos nunca podrían “comprar un producto como ese”. Lo cierto es que lo subestimaron, porque la campaña de Lacalle Pou fue muy inteligente. Y mejor aun fue su comunicación a partir de la pandemia, que generó un terreno que lo favoreció. Cuando hay situaciones críticas los ciudadanos tienden a ser más tolerantes con el gobierno, a unirse y a tratar de enfocar la crisis como un problema nacional. Eso pasó en casi todos los países, para que los presidentes perdieran popularidad tenían que cometer muchos errores, como no reconocer la pandemia, dejar que la gente muriera o enturbiar ciertas políticas públicas. En pandemia la gente estaba dispuesta a ganar menos, a tolerar cierto deterioro del tejido social con tal de salir del lío, y eso Lacalle Pou y la coalición lo manejaron bien. Ese es el fuerte que tiene el gobierno.
Ahora que estamos en época de normalización las cosas empezaron a cambiar. El referéndum no nos deja verlo del todo, pero tenemos muy normalizadas varias arenas de lucha política, no solo el parlamento, sino también la lucha distributiva entre sindicatos y empresarios. Esto vuelve más débil al gobierno porque no todas las políticas funcionan del mismo modo ni son evaluadas de la misma manera, y una cosa es evaluar a Lacalle Pou presidente y otra evaluar la política económica u otras que tienen problemas y menos apoyos.
-Una que cosa que han planteado varios analistas que además del efecto derogatorio, importa mucho la diferencia de votos en el Sí y el No. ¿A partir de qué porcentaje se podría hablar de una victoria contundente del oficialismo?
-Si el Sí vota peor que el FA en [las elecciones generales de] octubre de 2019, en el entorno del 40%, sería un triunfo contundente para el gobierno; por encima del 40%, a medida que el Sí se acerca a la línea del 50% el escenario es más parejo y podría darse el caso de que, aún ganando el gobierno, se generen dudas en la interpretación, porque el gobierno está confrontado a esa votación de octubre y [del balotaje de] noviembre. En octubre todos los partidos de la coalición juntos lograron el 54%, en noviembre Lacalle Pou-Argimón lograron el 49%. Lo ideal para el gobierno sería que el No esté en algún punto por encima del 49%, cuanto más cerca del 54%, mejor. Eso permitiría al gobierno sentir que mantiene el respaldo. Para el FA lo importante va a ser que el Sí vote por encima del 40%.
-Si el Sí no alcanza el 40%, ¿eso ya implica que la izquierda debería pasar a pensar no en las próximas elecciones, de 2024, sino las siguientes, de 2029?
-No, para nada. Falta mucho todavía, sobre todo en un mundo con tanta incertidumbre. El electorado uruguayo podemos dividirlo en dos. Por un lado, está el voto cautivo de los partidos, que es como un stock que se va moviendo, pero no mucho, hay un “piso electoral”, como lo llaman los encuestadores. Por otro lado, hay un electorado flotante, que está en el centro, con una parte a la que no le gusta mucho la política ni sigue los asuntos públicos. Ese electorado, que es el que termina definiendo, es muy sensible a algunas variables, como la política económica y la seguridad. Hay que ver qué pasa en los dos años que faltan con la variable económica, la seguridad. No creo que una votación por debajo del 40 selle el resultado del 2024. También son importantes los candidatos, Lacalle Pou no puede ser candidato y la coalición va a tener algunos dilemas para definir quién está al frente.
-Un escenario de victoria contundente del gobierno, ¿dispararía esas definiciones en la coalición, aceleraría los tiempos para las elecciones?
-Una primera definición del gobierno va a ser qué agenda va a llevar adelante los próximos años. Si el gobierno gana va a tener condiciones para llevar adelante la agenda que crea conveniente, el problema es que la evaluación que hacen los propios miembros de la coalición es diferente. Algunos creen que lo hecho hasta ahora -haber enfrentado la pandemia con relativo éxito, haber vacunado a la población de forma rápida, haber sorteado ese problema sin que la economía cayera en una crisis profunda, como sucedió en otros países- ya es un mérito suficiente para presentarse en 2024 y reclamar la reelección. Hay otros que están muy insatisfechos, que creen que se ha hecho muy poco, que la LUC fue importante, pero en materia de reformas el gobierno está en veremos. Sobre todo cuando se mira la agenda del Parlamento: hay pocos proyectos relevantes y algunos de los que hay están trancados porque no generan acuerdo en la población.
Esa es una cuestión relevante: si no se impulsan reformas importantes van a empezar las críticas desde algunos sectores sociales y económicos que apoyaron al gobierno. Hay actores económicos que esperan reformas en distintas áreas, hay expectativas de que efectivamente las cosas cambien.
Por otro lado, no todos los socios de la coalición están igualmente satisfechos. Cabildo Abierto (CA) demanda una serie de medidas que hasta ahora no han sido aplicadas porque tampoco generan acuerdo. De 31 proyectos de ley presentados por CA en dos años no se aprobó ninguno, ¿hasta cuándo va a aguantar CA? Hay una serie de preguntas que complican un poco el escenario.
Si el gobierno gana el referéndum las condiciones políticas para avanzar son importantes, el tema es en qué avanzar, hacia dónde, con qué proyectos y si hay acuerdos. Esas preguntas son importantes.
-La semana pasada se difundió un informe, coordinado por vos, que concluía que en los últimos dos años hubo una "flaca producción legislativa". ¿Esto se vincula con la aprobación de la LUC, por la multiplicidad de proyectos en uno?
-En primer lugar, la LUC es en parte la explicación, porque si se hubiese partido en 10 o 15 leyes, que se podría haber hecho, tendríamos otra agenda legislativa. Lo segundo es que el programa de la coalición es muy generalista. El programa que hay, el que se pudo negociar, se trató de traspasar a la LUC, que es la gran pieza legislativa del gobierno. ¿Qué producción legislativa sustantiva hay? La legislación relativa a la pandemia, que llevó mucho trabajo y fue aprobada por unanimidad, las leyes presupuestales y la LUC. Nada más. Hay algunos proyectos que están trancadísimos, algunos por CA, otros por otros sectores, pero hay un problema y es que la coalición no se pone de acuerdo.
-¿Cómo evaluás la relación entre el FA y los movimientos sociales en este proceso de campaña electoral?
-Creo que se recrearon los lazos históricos, los movimientos sociales -particularmente los sindicatos y los gremios estudiantiles- han sido compañeros de ruta de los partidos de izquierda a lo largo del siglo XX. Siempre está el riesgo de que cuando la izquierda gobierna se produzca un quiebre -que no se produjo en los 15 años de gobierno del FA, aunque sí hubo enfriamientos- y ahora se recrearon esos lazos.
Para eso creo que hubo dos asuntos claves. En primer lugar, la autocrítica del FA, que en sus documentos internos anotó que hubo un alejamiento, un enfriamiento de los vínculos, y eso muchos sectores políticos lo tomaron como bandera. Creo que esa no es una explicación de la derrota del FA, pero sí es un hecho objetivo.
La decisición de salir a buscar firmas para convocar al referéndum permitió ese encuentro, porque el movimiento sindical y el FA estuvieron casi a la par y sin ese acuerdo no se hubiese concretado la activación del referéndum.
La alianza goza de buena salud, es la misma que permitió bloquear la privatización de las empresas públicas y la ley de alianza de Ancap con privados. Ahora estamos viendo una continuidad histórica. Del otro lado también hay continuidades: las cámaras empresariales apoyan la opción del gobierno.
Luego de la pandemia, lo que tenemos es un retorno de la lucha redistributiva entre dos bloques: la izquierda con los sindicatos y la derecha o centroderecha con las cámaras. Vamos a ver si esto se mantiene así, pero son estructuras que surcan varias décadas, tendrían que ocurrir cosas muy raras como para que se rompan.
-El FA atraviesa un momento de recambio generacional, tras los gobiernos de Tabaré Vázquez y José Mujica. ¿Qué dato deja esta campaña contra la LUC al respecto? ¿Cuánto se sigue dependiendo de Mujica para conectar con el interior del país?
-Lo que está ocurriendo es que el MPP (Movimiento de Participación Popular) está usando a Mujica como última carta y es algo bastante inteligente. Pero el FA ha dado pasos muy grandes en materia de renovación en el último año. En primer lugar, aprovechó el referéndum y el buen ánimo que generó alcanzar las firmas para elegir a su nuevo presidente (Fernando Pereira), que era la persona ideal para el cargo y sacó al FA de un letargo en el que estaba sumergido como estructura política.
Más allá de los intendentes [Carolina Cosse en Montevideo y Yamandú Orsi en Canelones], hay una serie de dirigentes como Mario Bergara, Óscar Andrade o Alejandro Sánchez que han salido al frente en esta campaña y lo han hecho bien. Tienen respaldo, porque han pasado por las urnas. Ahí el FA viene haciendo el proceso en forma normal, natural y va a tener para elegir. Cuando te sobran posibles candidatos es un mejor escenario que cuando no tenés ninguno.
-¿Cuál es el panorama en los partidos que integran la coalición de gobierno?
-Ahí es al revés, porque la figura del presidente lo domina todo y eso lo hace un poco complicado. Si bien al comienzo [el secretario de la Presidencia] Álvaro Delgado aparecía como un relevo para 2024, hoy no está tan claro. En el sector oficialista del PN hay una apuesta muy fuerte y seria por [la excandidata a intendenta de Montevideo] Laura Raffo, y en el otro hay unos intentos de reagrupamiento, ahí veo trabajando a [el senador] Jorge Gandini. Veo a esas tres figuras, pero todas por debajo del paraguas del presidente, que domina el escenario.
En el Partido Colorado (PC) no veo nada. Me parece que va a salir muy perjudicado de este esquema de coalición donde participa como furgón de cola, dando todos los votos, con ministerios que son de poca relevancia, con ministros que fueron cambiados. Es un problema severo el que tiene el PC, no sé bien cómo lo va a encarar.
Y CA está haciendo su juego. Manini va a estar en 2024 y en la coalición tienen bastante claro que es un problema. Por eso la idea es no darle mucha autonomía, tratar de bloquearlo, apoyarlo en algunos momentos y dejarlo trastabillar en otros. Ahí hay un conflicto potencial, CA tiene su propia forma de hacer las cosas y sus ideas y el PN lo ve como un peligro. Diría que por ahora el FA tiene más opciones para su oferta de 2024 que el gobierno, pero el gobierno puede tener la ventaja de que las cosas terminen muy bien y darse el lujo de no tener una gran fórmula, pero intentar ser reelecto por sus logros. Eso podría darse.
-Si hay un resultado favorable para el gobierno y Lacalle Pou mantiene su popularidad, ¿existe la posibilidad de que se promueva la reelección inmediata?
-Siempre hay gente que tiene esa esperanza. Yo hablé con algunos dirigentes del PN que ya estaban pensando en eso en 2020, pero esas ideas son bastante torpes. Uruguay ya aprendió de eso, en 1971 Pacheco Areco intentó con todo el aparato de gobierno llevar adelante esa reforma y fracasó. En 2009 un sector de la izquierda juntó firmas para intentar la reelección de Tabaré Vázquez y también fracasó. Me parece que ese es un camino cancelado y me parece que todos lo tienen claro. Me imagino a Lacalle Pou esperando hasta 2029.