RJW
(Argentina, 2022)
Dirección y guión: Fermín Rivera.
Fotografía: Emiliano Penelas.
Montaje: Emiliano Serra.
Música: Alejo Vintrob.
Con los testimonios de Patricia Walsh, Juan José Delaney, Silvia Adoue, Roberto Baschetti, Juan Forn y Jorge Lafforgue.
Duración: 67 minutos.
Disponible en Cine.ar
8 (ocho) puntos
Azor
(Suiza/Francia/Argentina, 2021)
Dirección: Andreas Fontana.
Guión: Andreas Fontana, en colaboración con Mariano Llinás.
Fotografía: Gabriel Sandru.
Montaje: Nicolás Desmaison.
Intérpretes: Fabrizio Rongione, Stéphanie Cléau, Carmen Iriondo, Juan Trench, Juan Pablo Geretto, Elli Medeiros, Pablo Torre.
Duración: 100 minutos.
Salas: Hoyts.
8 (ocho) puntos
De manera coincidente con el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, el pasado jueves se estrenaron dos películas de valía. Cada una, a su manera, indaga en las heridas abiertas por el terrorismo de estado. A propósito y entre otras consideraciones, vale recordar que el cine es una herramienta vital, por su capacidad para actualizar lo ocurrido y volver a mirarlo, a vivirlo. Sin este ejercicio, no hay reflexión posible. De allí la necesidad de películas que recuerden, cuantas veces sea necesario, los hechos ocurridos durante la última dictadura cívico-militar.
En primera instancia, el estreno de RJW de Fermín Rivera (disponible en Cine.ar Play) revisita desde el documental los primeros años en la vida de Rodolfo Walsh, a partir de un consumado ejercicio de archivo junto a los testimonios aportados por Patricia Walsh, Juan José Delaney, Silvia Adoue, Roberto Baschetti, Juan Forn y Jorge Lafforgue; a los dos últimos, recientemente fallecidos, está dedicado el trabajo. El documental de Rivera lleva adelante una notable “película de montaje” (definición un tanto tautológica pero válida), en donde la información de las imágenes se complementa de manera diversa con los aportes de la banda sonora. Es decir, son dos instancias las que entran formalmente en juego, y cada una de ellas –imagen y sonido– construye de modo particular pero recíproco.
De este modo, las voces que atraviesan RJW delinean un paisaje de recuerdos, anécdotas, pareceres, mientras la voz en off que toma la carnadura de la propia letra de Walsh las integra. En este recorrido, aun cuando las imágenes se condigan con lo que se escucha, lo que agregan es siempre algo más, entre fotografías y material diverso, que agregan semánticamente más posibilidades. Así surgen, desde el retrato oral polifónico, episodios tales como la niñez de Walsh, su (traumático) paso por un internado irlandés, la pobreza de su familia, la relación con su padre; más adelante tendrán lugar las primeras traducciones, el vínculo con la novela policial, y el descubrimiento de una voz literaria propia. Después y consustancial, será el surgimiento del peronismo, junto a las contradicciones internas de un lúcido hombre de letras que piensa lo que sucede mientras incurre en contradicciones. Allí y por eso, el golpe del ’55, y un texto celebratorio del propio Walsh, dedicado a los aviadores.
Seguramente, éste sea el abordaje menos frecuente de la vida de Walsh. Y si de un momento bisagra se trata, allí está la frase oída sobre un “fusilado que vive”, que despertará a las pesquisas que alumbrarán a una de las obras capitales de la literatura y la investigación periodística argentina. Hasta allí llega RJW, hasta ese umbral definitorio. Lo que surge, durante sus precisos 70 minutos, es un periplo inmenso, extraordinario, en la vida del ejemplar escritor y periodista, asesinado por la última dictadura.
En otro orden, la cartelera comercial estrenó el film Azor, ópera prima del director Andreas Fontana, nacido en Ginebra y con estudios de cine en Buenos Aires. Interesado por la historia latinoamericana, con particular atención a lo sucedido durante la última dictadura argentina, Fontana narra la historia de un banquero suizo, preocupado por restablecer los lazos con Argentina, misteriosamente rotos tras la tarea de su antecesor, ahora desaparecido. Corre 1980, y este hombre concurre al país en compañía de su esposa; los dos observan impávidos, previo ingreso al hotel, el accionar policial cotidiano. Será apenas una de las múltiples situaciones aberrantes pero normales, en la vida de un país que dice, según el conserje, vivir años de fiesta tras el mundial de fútbol.
El peregrinar de Yvan –el banquero privado que interpreta Fabrizio Rongione– es cauto. Se informa a través de los clientes de su compañero –¿dónde estará?–, evita juicios de valor, y asiste como testigo y espectador a la doble cara de un sector que vive de acuerdo con sus privilegios de clase pero teme por su destino. “Azor”, título del film y palabra que integra uno de sus diálogos más relevantes, remite a una expresión francesa, dedicada al silencio cómplice, a hacer de cuenta que nada pasa. De esta manera, el banquero comprende primero y actúa en consecuencia. Allí donde, se supone, debiera tener un parecer diferencial, no será así. Se trata, en suma, de un hombre de finanzas. Y si está en un país ajeno, es porque busca beneficios.
La mesura narrativa de Azor, sin estridencias ni golpes de efecto, da cuenta de la adopción de un punto de vista incómodo, el de un cómplice, el de un engranaje sustancial a los negociados asesinos de la última dictadura. Cuando alcanza su desenlace, el film logra una de sus escenas más macabras, de lógica fría y bancaria, dedicada a calcular porcentajes y ganancias. Todo ello narrado con la misma finura y meticulosidad del resto del argumento.
Vale destacar la tarea de Juan Pablo Geretto en la piel de un abogado chanta, de sonrisas siniestras, que da su mano sucia mientras aconseja cómo comportarse. Él sabe de imposturas y falsedades. En una sociedad carcomida y rota, con el gobierno en las manos de genocidas, que además fungen beneficios personales en su alianza con el poder financiero internacional.