El empeño en denominar “kirchnerista” a quien piensa distinto al oficialismo y sus aliados políticos es un rasgo del periodismo de estos días. Está lleno de notas y textos en los portales de noticias que taladran a los lectores con esa palabrita comodín. Harta, y da vergüenza ajena tanta precariedad en el repertorio.
La camarista Gabriela Vázquez ayer se volvió kirchnerista porque no está dispuesta, como integrante del Consejo de la Magistratura, a apoyar el juicio político por enriquecimiento al camarista federal Eduardo Freiler, aborrecido por el Grupo Clarín. En realidad, ya se había vuelto kirchnerista hace un tiempo cuando no quiso votar el traslado del juez Carlos Mahiques, sin concurso, a la Cámara Federal de Casación, donde lo quiere el partido gobernante para controlar al más alto tribunal penal.
La Procuradora General Alejandra Gils Carbó es kirchnerista porque la designó en su cargo la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, pero ya era kirchnerista de antes porque en soledad se opuso a los intereses del grupo Clarín al cuestionar la fusión de Cablevisión y Multicanal cuando era fiscal ante la Cámara Comercial. Pero quizá no era tan kirchnerista en ese entonces porque la fusión había sido autorizada por Néstor Kirchner. Aunque funcionarios del gobierno de Cambiemos aseguran que es kirchnerista porque no les gusta su gestión como jefa de los fiscales, o mejor dicho, no le tienen confianza, y por eso –aseguran– tiene que renunciar. No explican, sin embargo, por qué debería inspirarles “confianza” si el Ministerio Público Fiscal es, dice la Constitución, autónomo. ¿Acaso no es mejor que sea alguien independiente? Al menos por sentido común.
La jueza laboral Dora Temis es kirchnerista porque sostuvo que el Gobierno nacional debe llamar a la paritaria docente; la recusaron con el argumento de que fue parcial y machacaron hasta conseguir lo que querían. También son kirchneristas los camaristas laborales Enrique Arias Gibert y Graciela Marino, que fallaron en favor de la paritaria bancaria que puso el piso del 24 por ciento. Se ganaron un pedido de destitución del Ministerio de Trabajo, que llegó a pedir al Consejo de la Magistratura que investigue sus muros de Facebook. El oficialismo de Cambiemos y sus allegados en ese organismo se negaron, por despecho, a tratar anteayer la desestimación de ese pedido de jury cuando vieron que no lograban conquistar todos los votos para abrir juicio político a Freiler.
No hay que olvidarse de otras mujeres relacionadas con la justicia que se volvieron kirchneristas. Una es la fiscal de Cámara Gabriela Boquín, que tuvo la osadía de advertir en medio del expediente del concurso del Correo Argentino que el Estado –representado por el Gobierno de Mauricio Macri, cuya familia es la dueña de la empresa postal–s admitió un acuerdo ruinoso para condonarle una deuda de 4.000 millones de pesos que se remonta a 2001. Se hizo más kirchnerista cuando denunció que el Correo estaba ejecutando maniobras para vaciar sus cuentas antes de tener que pagar deuda alguna.
Otra es la fiscal Viviana Fein, quien investigó la muerte de Alberto Nisman y fue kirchnerista por resistir las presiones de alto voltaje de la ex esposa del fiscal fallecido, Sandra Arroyo Salgado, para que la causa pasara al fuero federal, donde talla una alianza que integran medios y políticos, junto con jueces, claro.
En el reino de la exaltación de la grieta no está claro si tantas mujeres devenidas “kirchneristas” repentinas en tribunales constituyen una casualidad. Quién sabe. Pero es obvio que en los tribunales hoy se dirimen grandes cuestiones políticas, más en período electoral, y cualquier rasgo de mediana independencia molesta, hace peligrar el pacto de la alianza político-judicial-mediática que impera. Decisiones singulares en manos de mujeres consecuentes con su pensamiento son, además de un estorbo, un signo de época. Mejor que parezcan mala palabra. Kirchneristas.
Ese mote, “kirchnerista”, entierra toda esa singularidad. Es el empeño por demonizar a los otros y las otras. Es el manotazo de ahogado de quien no tiene nada para ofrecer, ni la intención de pensar.