¿Hay relación entre la idea de Dios y el cerebro humano? Si existe, ¿está en nuestro ADN, es construida o hay un poco de ambas cosas? ¿Los niños tienen nociones de ética y moral, siendo poco más que bebés? ¿En qué se parecen los alucinógenos a la religión? ¿Qué relación hay entre los sueños y la muerte?
Son algunos de los interrogantes que se plantea Diego Golombek en Las neuronas de Dios, donde practica lo que llama “neurociencia de la religión”. Editado por la editorial Siglo XXI, se trata de la segunda edición de un texto originalmente publicado en 2014. Tal vez lo que lleve a Golombek a hacerse preguntas sobre un tema que la ciencia tiende a desechar como mera mistificación, sugestión u “opio de los pueblos” es lo mismo que lo llevó a ser periodista. Golombek practica esa actividad desde los 15 años y escribió en prácticamente todos los diarios existentes en Argentina (incluido Página/12, donde lo hizo en lo que fue el suplemento Futuro). Lo sigue haciendo en radio y televisión.
La ciencia y el periodismo (Golombek es biólogo) coinciden en no pocas cosas. La curiosidad ante el mundo, la voluntad de entender, las preguntas. Y también en la voluntad de comunicar, que es lo que este porteño de 58 años viene haciendo desde hace un par de décadas, con 20 libros publicados hasta la fecha. El autor de Sexo, drogas y biología no se arredra ante la palabra “divulgación”, que en círculos científicos más elitistas parecería ser sinónimo de “pecado populista”. Lo cual vincula a esos científicos de guante blanco incurren en lo que intentan negar, adoptando para sí sin advertirlo una idea proveniente de la religión. Y no una de las más benévolas.
“Contar la ciencia de las cosas de la vida cotidiana”: a eso aspira Golombek, basándose siempre en experimentos y verificaciones, en estudios y papers. Esto es: sin abandonar jamás el método científico. Las neuronas de Dios parecería sustentarse en la idea de que la religión es medible, con los instrumentos de la ciencia. Pero es preferible que lo explique él.
--¿De dónde surgió la idea de investigar las relaciones entre el cerebro y la religión? O tratar de elaborar “una ciencia de la religión”, según sus palabras.
--Uno se puede sorprender de que haya un porcentaje tan alto de la población mundial que tenga creencias en lo sobrenatural, y que de éstos un porcentaje muy alto organice esas creencias de manera social, en forma de una religión. Estamos hablando de un 85 a un 90 por ciento de la población. Esto podría considerarse como un efecto cultural o social, pero sin embargo, números tan altos, tan desparramados y tan mantenidos en términos geográficos e históricos, permiten pensar en una hipótesis de que puede llegar a haber algo biológico en la propensión a creer en lo sobrenatural. Tirando de ese hilo aparecen un montón de investigaciones que proponen algo parecido, y si estamos hablando de creencias y de comportamientos, lo que subyace a esto es la interacción entre la biología y el ambiente. La biología en este caso está representada por el cerebro. De ahí surgen una neurobiología o neurociencia de la religión.
--En el libro hace algo que los fundamentalistas de la razón jamás admitirían. No considera que la religión sea necesariamente el opio de los pueblos.
--No considero que la religión sea necesariamente el opio de los pueblos. A mucha gente la religión la ayuda. Incluso hay evidencias de que podría tener efectos positivos sobre el estrés, sobre la ansiedad, sobre la salud en general. Por lo tanto me parece que la de Marx es una definición demasiado general, demasiado categórica. Yo no soy religioso, no soy creyente, sin embargo me parece de una soberbia importante desdeñar todo aspecto religioso que a la gente la haga sentir mejor.
--Es gracioso, porque cita varios experimentos de laboratorio que midieron que las personas religiosas padecerían menos esos trastornos emocionales que mencionó recién. Además de ser más solidarias y gregarias, en tanto comparten una misma creencia. De acuerdo a esos experimentos, los conservadores estadounidenses también la pasarían mejor que los liberales. “La ciencia aporta pruebas de que la religión nos hace sentir bien”, dice en un momento. Suena casi al discurso de un vendedor de biblias más “modernizado” que sus colegas.
--Jaja. Está claro que creyentes o no creyentes, religiosos o no religiosos, todos tenemos preguntas existenciales. Qué hacemos acá, para qué estamos, por qué la tenemos que pelear todos los días. Muchos se preguntan también por la finitud de la vida, la muerte, ese tipo de cuestiones. La religión da respuestas a esto. Respuestas que a los ojos científicos no son satisfactorias, por supuesto, pero que a mucha gente le hace bien. Entonces, ¿tenemos que cuestionar esto irrebatiblemente desde el fundamentalismo de la ciencia? No necesariamente. Ojalá podamos entender esos misterios que no logramos explicar. Entenderlo de una manera tan satisfactoria que esas explicaciones vayan ocupando de a poco el lugar de la creencia en lo sobrenatural. No me parece que esté tan mal el argumento de que la base de las religiones es la solidaridad, la ayuda al prójimo, etcétera. Que después eso se cumpla o no es otra cuestión. Porque está el lado oscuro. “Mi religión es mucho más larga que la tuya, y eso me da todo el derecho de hacerte pelota, porque la mía es la de verdad. Éste es el nombre de Dios y mi religión es la que mejor lo observa. Por lo tanto vos no tenés derecho a existir”. Eso ha ocurrido a lo largo de la Historia demasiadas veces y por supuesto que no es deseable.
--Volviendo al opio. Tomado literalmente y teniendo en cuenta el capítulo que le dedica a la relación entre drogas y misticismo, tal vez podría terminar coincidiendo con Marx, pero dándole a esa palabra un sentido distinto. Aunque en ese capítulo no hable precisamente de opio, pero sí de alucinógenos.
--Efectivamente juego con el hecho de que la religión es el opio de los pueblos, pero en sentido más bien literal. El opio como sustancia natural que afecta la comunicación neuronal, al igual que la religión. Claro que si no te gusta esa droga tengo otras (risas)... y en el libro investigamos un poco el efecto de drogas alucinógenas sobre las creencias sobrenaturales.
--Menciona a Francis Colllins, uno de los responsables del proyecto “Genoma Humano”, que encuentra en el código genético una forma del lenguaje de Dios. ¿Podría explicar la idea, que mis neuronas son demasiado escasas para captar?
--Una persona que es creyente y científica, en algún lado tiene que mostrar la hilacha. Tiene que encontrar alguna explicación ad hoc para poder juntar ambas visiones, que son completamente contrapuestas. La ciencia se basa en la evidencia, mientras que la religión, la fe, se basan en la creencia. El escape que hace Francis Collins consiste en pensar que encontraron un código, un código genético, que son las instrucciones para fabricar herramientas que a su vez son las que fabrican un organismo vivo. No sabemos cómo fue esto, dice Collins. Sólo sabemos que se debe al azar, que la aparición de este código es producto de miles de millones de años de evolución. Un código en el que aparecen errores, pero también mecanismos a prueba de esos errores. El atajo de Collins consiste en decir: “Mi ciencia llega hasta entender cómo funciona el código genético. Cómo se generó ese código, cuáles fueron las instrucciones, es algo que va más allá de mi ciencia”. De esta manera uno podría decir que hablar de lenguaje genético es una forma de hablar de un dios o de algo superior. Efectivamente, la ciencia tiene límites temporarios. Se va avanzando sobre esos límites a medida que conocemos mejor el mundo, que tenemos más tecnología. Hasta ese momento hay cosas que son más “secretas” a los ojos de la ciencia. Pero vamos avanzando. Podés decir “Vamos a llegar a conocer eso”. O podés decir, como dice la religión: “No, eso es lo incognoscible, eso es lo misterioso”. Los científicos preferimos echar luz sobre ese misterio, para que sea cada vez menos misterio.
--Aunque a lo largo de 198 páginas el libro (si no leí mal) parece sostener la hipótesis de que la fe en Dios no tiene por qué llevarse de patadas con la ciencia, en la página 199 sostiene que “si la religión es un virus, la ciencia puede ser una vacuna”. Sin embargo, esos experimentos parecen hacer de ella una panacea, más que un virus.
--Touché. Es verdad. Después de describir todos los aspectos positivos de las creencias y las religiones, algo se rebelaba en mí. Me decía que prefiero una visión absolutamente materialista y cientificista de la vida. Entonces lo de la religión como un virus es un poquito como que se me escapa. De todos modos se lo puede tomar como una paráfrasis de la idea del escritor beat William Burroughs, que decía que el lenguaje es un virus. Un virus que cayó del espacio exterior y que no podemos entender, porque nos lo inocularon. No podemos entender de dónde sale. Bueno, por qué no pensar que, al menos en términos metafóricos, la creencia en lo sobrenatural es un virus semejante. Pero si es así, yo siempre voy a estar del lado de la ciencia.
--Antes de escribir el libro, ¿no temía que desde la comunidad científica, o cientificista, se lo tildara de concesión a la mistificación, o algo parecido?
--Desde el lado de la ciencia no he recibido demasiados comentarios. Es un tema espinoso, no se trata tanto, salvo por parte de las ciencias sociales, que son las que tratan específicamente el tema de la religión. Pero temor no tuve, porque intento que lo primero sea el rigor científico. Recurro a papers sobre el tema, experimentos de laboratorio, hablo con la gente que sabe, y después hago interpretaciones. Alguien puede venir con otra mirada, y es absolutamente discutible, debatible.
--“La gran pregunta --o una de las grandes preguntas-- sigue siendo si las necesitamos, si necesitamos esa fe y esas religiones para ser humanos”, escribe en la introducción. ¿Las necesitamos?
--En algún momento, en la incipiente Unión Soviética, hubo algún intento de prohibir rituales o manifestaciones religiosas, y claramente no funcionó. Esas manifestaciones seguían, de manera subterránea. Lo mismo pasa cuando viene otra religión o sistema a conquistar, y dice sanseacabó. “Acá no se habla más catalán”, por ejemplo. O acá no se practican más religiones africanas. Todo eso va a seguir ocurriendo subterráneamente. Se va a seguir hablando en catalán, en yiddish o en vasco o se van a seguir practicando los rituales ancestrales. Con lo cual es muy difícil responder esa pregunta. Yo tiendo a pensar que sí, que los humanos estamos en condiciones de pensar mucho más allá de las creencias y de lo religioso. Pero hasta el momento no tenemos la evidencia que nos permita responder esa pregunta.
--“La predisposición a algún tipo de creencia en Dios viene de fábrica”, dice, y pone algunos estudios científicos como prueba. Esto no desdice la idea de que todo dios es una construcción humana, entiendo.
--No la desdice para nada. Al mismo tiempo hay evidencias de que tenemos cierta mirada innata sobre las cuestiones morales y éticas. Si hacés experimentos con “casi bebés”, niñas y niños prelenguaje, y les mostrás escenas con peleas entre figuras o entes abstracto, y hay unos que los ayudan y otros que no, se percibe una respuesta hacia lo que estaría “bien”, hacia ayudar y no interferir. ¿Eso qué quiere decir? ¿Que traemos algo de fábrica? Posiblemente haya un cableado, mantenido a lo largo de la evolución, sobre esta cuestión moral o ética. Por lo tanto puede que venga de fábrica, pero al mismo es una construcción humana. Todo lo que nos pasa es un diálogo permanente entre lo que traemos de fábrica y lo que hacemos con eso. Ambiente, cultura, educación familia. Y también la creencia en lo sobrenatural.
--Una afirmación concurrente con la anterior es que los niños “pueden inventar el concepto de Dios sin requerir de mucha ayuda”. ¿Puede explicar esta afirmación?
--El animismo que traen los niños, que consiste en animar cosas inanimadas, por ejemplo sus juguetes, es una manifestación de la creencia en algo sobrenatural. El sentido de “algo te está mirando”, que también es común en los niños, también revela una conexión con lo sobrenatural
--El prólogo a la primera edición se abre con una cita preciosa de Robert Pirsig. “Cuando una persona sufre una alucinación, se habla de locura. Cuando muchas personas sufren una alucinación, se lo llama religión”. Esta idea curiosamente conecta con el capítulo dedicado a los alucinógenos.
--Sí, coincide, porque los alucinógenos no inventan nada. No son la manifestación de un espíritu --si bien muchas veces se los presenta de esa manera--, sino que actúan sobre lo que hay. Y lo que hay es un cerebro, con una cierta percepción del mundo que los alucinógenos modifican, y hacen ver el mundo de otro modo. En ese sentido es un fenómeno muy parecido a que mucha gente “hable” con un ente natural, lo escuche, lo rece, modifique su comportamiento de acuerdo a lo que él (o ella) diga.
--Explica científicamente esas experiencias “cercanas a la muerte”, estilo Víctor SueIro, que buscan presentarse como evidencia de la existencia de un más allá.
--Es lo mismo que lo que sucede con las creencias o las religiones en general. Uno puede desdeñarlas fácilmente, como si se tratara de cine clase-B. Pensar que la gente que realmente tiene una situación en la que está clínicamente muerto, o cerca de eso, y “revive”, está muy alterada, producto de su situación, y narra cosas sin sentido. O bien se puede pensar que hay ciertos temas en común en estas experiencias cercanas a la muerte. La sensación de descorporización, la luz al final del túnel, los recuerdos que se te vienen de golpe. Ahí uno se pregunta si no habrá una base neurológica, neurocientífica. Y efectivamente la hay. La luz al final del túnel, por ejemplo. La retina se está quedando sin sangre, igual que el resto del cuerpo, y ¿qué es lo único que puede “decirle” la retina al cerebro, para avisar que algo anda mal? Inventar que hay luz, para avisarle al resto del organismo que algo está pasando. Hace muy poco (y esto no está en el libro, porque se publicó más tarde) se publicó un experimento, un paper, que contaba de una operación que se estaba haciendo a un paciente, en simultáneo con el registro de la actividad cerebral. El paciente murió, y se registró la actividad del cerebro en el momento de la muerte. Se vio que se activaban algunos circuitos cerebrales que son los mismos que se activan durante los sueños. Por lo tanto podría llegar a ser que en ese momento aparezcan recuerdos, se asocien ideas de manera inteligible o no, como en los sueños. En consecuencia y más allá de que sabemos muy poco de estas experiencias, lo interesante es saber más sobre ellas, queremos saber de qué se trata. Y hacerlo científicamente, no por intuición.
¿Por qué Diego Golombek?
Nacido en Buenos Aires en 1964, Diego Golombek primero fue periodista, y recién una década más tarde biólogo. Empezó escribiendo a la tierna edad de 15 años en el “Buenos Aires Herald”, y desde allí no paró hasta el día de hoy, donde cada tanto puedo escuchárselo en radio, y fue posible verlo durante catorce años consecutivos como panelista estable en el programa Científicos Industria Argentina, emitido durante sus últimos nueve por La Televisión Pública. El gobierno de Macri lo levantó en 2014. Antes y después Golombek recorrió todo el espinel periodístico, publicando en todos los grandes medios, incluido Página/12 (Suplemento Futuro). Profesor titular de la Universidad Nacional de Quilmes e investigador del Conicet, su especialidad científica es la cronobiología. Desde hace 20 años dirige la colección “Ciencia que ladra...”, que publica Siglo XXI y es todo un éxito, con un centenar de libros editados a esta altura, a los cuales habrá que sumar los que están en carpeta.