El reconocido economista Dani Rodrik ha presentado una nueva caracterización de largo plazo sobre las causas últimas de la emergencia del gobierno “antiglobalizador y populista” de Donald Trump, basada en consideraciones vinculadas a los resultados del libre comercio y la distribución del ingreso. De acuerdo con su hipótesis, el libre comercio y la globalización siempre generan beneficios económicos (mayores posibilidades de consumo) a los países participantes. No obstante, esta teoría reconoce que al interior de esos países, que en términos agregados se benefician, determinadas personas pueden verse particularmente perjudicadas. Ahí es cuando debe aparecer “la política” (la mano visible del Estado) para recompensar a los perdedores, a partir de la apropiación y transferencia de parte de los beneficios de los ganadores de la globalización. De ese modo, todos ganarían con el libre comercio y se evitaría el descontento popular hacia la globalización y el libre comercio y, por ende, la aparición de gobiernos populistas.
Justamente esto sería lo que habría pasado en los Estados Unidos en los últimos 35 años. La desarticulación de las instituciones del “Estado de bienestar” habría impedido la compensación de los trabajadores en el marco de un escenario general de beneficios económicos vinculados a la globalización. En conclusión, de modo de evitar la profundización del populismo, Estados Unidos estaría requiriendo un “New Deal para la globalización” que reparta entre toda la población los beneficios del libre comercio.
Cuando se observa este mismo fenómeno desde la periferia, la situación difiere profundamente. El análisis de Rodrik quizá aplique para el caso de aquellos países que se aseguran beneficios agregados del libre comercio y la globalización, ¿pero qué hay de aquellos países que, en términos agregados, no obtienen ganancias sino pérdidas de la liberalización comercial? Veamos el caso del tratado de libre comercio que está siendo negociado entre el Mercosur y la Unión Europea.
De acuerdo a un estudio de impacto realizado por la Cancillería argentina, las exportaciones argentinas a la UE se incrementarán en unos 1400 millones de dólares anuales, incluyendo al principal producto con oportunidades (la carne bovina) con potenciales exportaciones por 1190 millones de dólares. Sin embargo, como la UE ha retirado de la negociación la posibilidad de liberalizar el comercio de carnes, el incremento real de exportaciones a la UE se limita a unos 210 millones de dólares anuales. Asimismo, como el acuerdo implica que las empresas europeas accedan al mercado brasileño en las mismas condiciones que las empresas argentinas, nuestras exportaciones a Brasil serán sustituidas por ventas europeas por unos 1450 millones de dólares anuales. En síntesis, como resultado del acuerdo nuestras exportaciones se reducirían en unos 1240 millones de dólares. Y si a ello le sumamos las importaciones adicionales que llegarían de la UE por más de 3000 millones, el resultado es claro y contundente: lejos de generar beneficios agregados a la economía argentina, el acuerdo con la UE dejará un resultado profundamente negativo en términos comerciales.
Ello no quita que con el acuerdo algunos sectores en particular salgan beneficiados, puntualmente aquellos productores de alimentos que logren una efectiva apertura del mercado europeo como resultado de la negociación. Sin embargo, las ganancias de los beneficiados estarían bastante por debajo de las pérdidas de los perjudicados: los sectores productores de manufacturas de origen industrial, en particular las PyMEs y los trabajadores. En esta situación, la tesis de Rodrik cae por su propio peso: lo único que quedará para repartir serán las pérdidas, y nunca los beneficios del libre comercio.
* Docente investigador Universidad Nacional de Quilmes y asesor de CTA de los Trabajadores.