“Coda: 1. f. Métr. Conjunto de versos que se añaden como remate a ciertos poemas. / 2. f. Mús. Adición brillante al período final de una pieza de música”. Eso dice el Diccionario de la Real Academia Española. Y de hecho, CODA: señales del corazón fue en el último tramo de la noche del domingo el remate de la turbulenta ceremonia de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográfica de Hollywood, al llevarse el Oscar a la mejor película de la temporada 2021. No fue el único. Antes había obtenido la estatuilla al mejor actor de reparto, para el sordomudo Troy Kotsur, y el de mejor guion adaptado, para su directora Sian Heder. Pero en inglés CODA es el acrónimo de Children of Deaf Adults, o hijo oyente de padres sordos, situación que está en la base de esta convencional historia de optimismo y superación, que involucra a una familia proletaria donde todos son sordomudos de nacimiento salvo la hija menor, decidida a dedicarse a la música.
Contra el dramatismo y la oscuridad de El poder del perro, la película de Jane Campion que parecía favorita con doce nominaciones y consiguió finalmente apenas una, a la mejor dirección, CODA en cambio pulsa con su luminosidad sin sombras todos y cada uno de los botones para hacer funcionar las emociones más primarias del espectador: hay momentos para reír, otros para llorar, alguno para cantar, y no faltan aquellos que anticipan un beso romántico e incluso un esquemático momento de rebelión social, amén del esperado discurso en contra de la discriminación. Se trata de una película esencialmente mecánica, siempre amable aun en sus momentos conflictivos, en muchos casos sobreactuada como una sitcom televisiva (y no precisamente por causa de los intérpretes sordomudos: el profesor de música parece enchufado siempre a 220 volts) y concebida para llegar al público más amplio posible, que recién ahora, luego de los premios, quizás comience a cosechar a partir de su reestreno en salas de todo el mundo, Argentina incluida.
Como repite el ministro de Economía Martín Guzmán sobre la inflación, las razones del triunfo de CODA en el Oscar también son multicausales y no obedecen solamente a los logros intrínsecos de la película, tan eficaz como previsible y maniquea (o quizás por eso mismo tan eficaz). En primer lugar, está claro que entre los aproximadamente 9.500 miembros de la Academia con derecho a voto sigue instalada una fuerte resistencia al poder en Hollywood de Netflix, la plataforma que estaba detrás de El poder del perro y que ya no sabe qué hacer –desde El irlandés, de Martin Scorsese, hasta el elenco multiestelar de No miren arriba- para llevarse alguna estatuilla a su vitrina, en especial la de mejor película, que le viene siendo esquiva desde la gran apuesta que en su momento fue Roma (2018), del mexicano Alfonso Cuarón.
Que el único premio de los doce a los que aspiraba El poder del perro fuera para la directora neozelandesa Jane Campion expresa que la comunidad de la Academia quiso premiarla a ella en particular, casi a título individual, y no a la producción en sí misma, un original de Netflix. No es el caso de CODA, remake hablada en inglés de una película francesa (La familia Bélier, 2014), coproducida por el mismo equipo francés del film original, bendecida por el Festival de Sundance de enero 2021 y recién después adquirida por una plataforma, AppleTV+, que a diferencia de la siempre mezquina e irreductible política de Netflix autorizó su difusión en salas e incluso firmó convenios con otras plataformas en diferentes territorios (aquí la película de Sian Heder volvió el jueves pasado a varios complejos y se la encuentra también en Amazon Prime Video).
A esas razones hay que sumar otra. En los últimos años, en su esfuerzo por no anquilosarse y quedar atrapada en su propio gueto, como le sucedió a los ya casi extintos Golden Globes, la Academia de Hollywood se viene abriendo al mundo de distintas maneras y una de las más importantes es haber venido sumando miembros con derecho a voto de la comunidad cinematográfica internacional, Argentina incluida. De hecho, a esta altura los franceses son tantos que la Academia organizó en París, simultáneamente a la gala de Hollywood, una suerte de gala paralela para ver la ceremonia en directo, compartiendo una copa de espumante en Blanche, una mansión que supo albergar la escuela de cine más antigua y legendaria de París y que ahora es un lujoso club privado.
Actualmente Francia cuenta con el tercer contingente más grande de votantes de los Oscar detrás de los Estados Unidos y el Reino Unido, con 200 miembros, incluidos Isabelle Huppert, Alexandre Desplat, Costa Gavras, Marion Cotillard, Juliette Binoche, Tahar Rahim, Olivier Assayas, Isabelle Adjani, Claire Denis, el director artístico del Festival de Cannes, Thierry Frémaux, y Charles Gillibert y Florian Zeller entre muchos otros productores, todos ellos invitados al evento del domingo, televisado por Canal+, un jugador muy importante en la élite del cine francés. En un medio en el que el lobby desde hace años está a la orden del día, no parece improbable que Pathé haya hecho una fuerte campaña de promoción por una película que es suya desde el producto original hasta su copia hecha en los Estados Unidos.
Otra comunidad que está entre las más y mejor representadas en la masa societaria de la Academia de Hollywood es la de los actores y actrices y a nadie le pasó inadvertido que en su propia ceremonia, la de los premios del Actor’s Guild, llevada a cabo unas pocas semanas atrás, el elenco de CODA resultara premiado y que el equipo de la película fuera saludado por sus pares con una ovación similar a la de este domingo, hecha de manos alzadas al cielo agitándose frenéticamente.
Es muy probable, sin embargo, que el triunfo de CODA quede eclipsado en el futuro por la doble sobreactuación de Will Smith no sólo cuando sopapeó e insultó a Chris Rock (ver aparte), sino también durante su prolongado, lloroso discurso de agradecimiento del Oscar al mejor actor protagónico que consiguió por Rey Williams: una familia ganadora. La ceremonia 2022 se recordará por este episodio, que seguirá dando que hablar durante semanas (hasta intervino de oficio la policía de Los Angeles, que finalmente no actuó porque Chris Rock decidió no levantar cargos) y que sin duda formará parte del guion de la ceremonia del año que viene, cuando los presentadores tengan que hacer algún chiste y recuerden que pueden llegar a sufrir las consecuencias.
Hablando de bromas y guiones. Se extrañaba la presencia de los clásicos anfitriones, reemplazados en los últimos años por una conducción colegiada o un locutor impersonal en off. En la noche del domingo estuvieron las comediantes Amy Schumer, Wanda Sykes y Regina Hall (“Tres mujeres le sigue saliendo a la Academia más barato que un solo hombre”, dispararon) y más allá de que se fueron desinflando con el correr de la noche quedó en evidencia que su performance no depende solamente del guion que les toque en suerte o desgracia (el fragmento dedicado a la promoción del Museo de la Academia resultó tan extenso como aburrido) sino de la personalidad de cada una.
De las tres, se lució por lejos Amy Schumer, quien lanzó los dardos más filosos, un poco al modo de Ricky Gervais (pero menos brutal), cuando señaló por ejemplo que el guionista y director Aaron Sorkin era un auténtico genio: “Logró hacer una película sobre una de nuestras mejores comediantes, Lucille Ball, sin que hubiera un solo momento de humor”, acicateó. Sobre Rey Richard: una familia ganadora no se privó de señalar el hecho de que la película no es sobre los triunfos de las tenistas Venus y Serena Williams sino –una vez más- sobre un hombre, el padre de las chicas. Sobre los devaluados Golden Globes dijo que podrían aparecer en el segmento dedicado a recordar a los muertos de Hollywood. Y finalmente, sobre Leonardo DiCaprio: “¿Qué puedo decir de él? Ha hecho muchísimo para luchar contra el cambio climático y dejar atrás un planeta más limpio y más verde para sus novias”.