Amores apasionados, odios y resentimientos más atenuados, como en sordina, dosis parejas de desbordes emotivos y frío cálculo, negocios y afectos intrincados y entrelazados, literatura y mercado, América Latina y España. En fin: las dos caras de una misma moneda se vieron convocadas en la figura de Carmen Balcells, quizás, y sin haber escrito ni una línea de ficción, apenas habiendo redactado unos pocos artículos y sin haber concedido mayormente entrevistas hasta el año 2000, una de las personas más influyentes en cierto momento de oro de la literatura de habla hispana, entre los años 60 y fines de los 70. Mujer del boom latinoamericano sin novela propia y pieza clave de ese momento en que el movimiento literario sentó sus reales en la ciudad de Barcelona, desde donde se terminó expandiendo al mundo entero. Fue llamada la Super agente (literaria), la Mamá Grande, por su rol hiperactivo en instalar a sus “hijos” dilectos, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en la primera línea, por haber representado a tres Premio Nobel (García Márquez 1982; Camilo José Cela 1989; Vargas Llosa 2010), fue tan gran personaje que literalmente apareció como personaje en varias novelas, la más recordada, sin dudas, El jardín de al lado (1981) de José Donoso, por lo impiadoso del retrato. Ahora, Carmen Balcells, fallecida el 20 de septiembre de 2015, protagoniza por derecho propio la biografía que le dedicó la escritora española Carme Riera, un trabajo que le insumió cinco años consultando los archivos de la agencia y realizando numerosas entrevistas con autores y editores. Y vuelve a aparecer en un rol de reparto, pero de esos que pueden aspirar a quedar grabados en la memoria del lector, en La última vez, la nueva novela de Guillermo Martínez.

Para capturar el nudo, el pasaje de ida y vuelta entre personaje y mito, se puede comenzar citando unas reflexiones de Carme Riera (que también fue representada por Balcells, además de considerarse su amiga personal), en las primeras páginas de Carmen Balcells, traficante de palabras:

“La persona de Carmen Balcells no hubiera podido llegar a ser el personaje de la Superagente, sin duda la más importante de las letras hispanas, sin que en su camino se topara con una serie de encrucijadas clave. Así, desde sus comienzos, en los años sesenta, se empeñó en lograr para todos los escritores, no solo para sus representados, contratos dignos, sin las cláusulas draconianas que lo ligaban de por vida a un escritor”.

Este aspecto de ruptura –la defensa “gremial” de los escritores como el principal eslabón de la cadena del autor al lector por encima de la figura omnipotente del Editor, tuvo dos hitos, que podían preexistir a ella, pero que indudablemente ella supo manejar con férrea maestría: que las editoriales no tuvieran injerencia en los derechos extranjeros de los libros contratados en España, y que se pagaran anticipos, cada vez más suculentos en la medida que consolidó su agencia, para que sus representados se hicieran de una vez de un dinero contante y sonante, además de eliminar las sospechas, no infundadas, de las malas liquidaciones, ocultamiento de cifras, demoras en los pagos y otros molestos etcéteras. Con estos dos caballitos de batalla y la apuesta a la literatura latinoamericana, Balcells consolidó paso a paso el personaje de la Superagente, a la que le fue anexando gestos ostentosos y a veces excéntricos, pero siempre deliberados y certeros: podía convertirse en amiga, protectora y facilitadora de departamentos para vivir, salas silenciosas en sus oficinas para escribir una novela en soledad y sin estar rodeado de hijos, taxis disponibles a toda hora, cenas en restaurantes, regalos y regalías para el escritor o la escritora que se rindiera incondicionalmente a sus pies, aunque esa incondicionalidad estuviera disfrazada con los ropajes de la admiración mutua, la complicidad más absoluta y la integración de agente y escritor (sus familias incluidas) a una especie de comunidad nutricia y cálida, una suerte de Famiglia tan mafiosamente agradable como amorosa, generando unos lazos indestructibles, intereses y afectos anudados de una manera imposible de desanudar y romper.

En el libro de Carme Riera se dan numerosos ejemplos de esta manera de ejercer el amor y el poder, siendo los más célebres los de García Márquez y Vargas Llosa, pero no los únicos. Ellos dos le fueron fieles y amistosos hasta el final y más allá de alguna diferencia o polémica temporaria, se puede afirmar que siempre la consideraron mucho más que la agente literaria. De hecho, en un homenaje que se le hizo a poco menos de un año de su muerte, Vargas Llosa sentenció una frase que bien puede ser el epitafio definitivo y triunfal: “El legado de Balcells no es menos importante que el que deja un gran escritor, pintor o músico”.

Claro que siempre existió la contraparte del mito, la descalificación o al menos la deconstrucción del personaje, como lo revelan unas palabras del hijo de Manuel Vázquez Montalbán, este uno de los más conspicuos españoles representados por la Agencia junto con Juan Marsé y Camilo José Cela. Daniel Vázquez Sallés trabajó unos años en la Agencia Balcells y en Recuerdos sin retorno, un libro dedicado a su padre, escribió que fueron los propios escritores responsables de haber creado el monstruo, “Vosotros fabricasteis al personaje. Vosotros lo hicisteis inmune al dolor, vosotros le disteis la impunidad. Vosotros la convertisteis en una diosa con el poder de convertir a sus empleados en siervos. Los escritores mimados que formabais parte de la Agencia Literaria Carmen Balcells competíais no solo por ganaros el corazón de Carmen, sino por lograr el título de favorito en un reino construido a golpes de antojo. Vosotros, tan grandes, funcionabais como hormigas obreras en torno a la reina madre, y la agasajabais con regalos, pendientes de que os tuviera en sus ruegos. No trato de poner en duda la genialidad de Carmen. Sería un necio. Carmen es una mujer genial, sin duda, pero terrible. A la gran Balcells, a la que le decías que era la única agente con licencia para matar, más vale tenerla como amiga que como enemiga, y con ella la condición de amigo se gana con la pleitesía”.

Carme Riera considera que se puede estar de acuerdo o no con la lapidaria semblanza de Daniel Vázquez, pero uno cree que tiende a estar de acuerdo en cuanto a quién abonó más a la creación del mito (no con la dureza del retrato), los escritores “mimados”, ya que recogió testimonios de otros autores como Juan García Hortelano, que afirmaba que “todos escribíamos para Carmen, para que Carmen nos quiera”.

Lo cierto es que en unos pocos años el pasaje de personaje a mito estaría garantizado, y los hilos de esa trama seguramente fueron tejidos por más de una persona. Hubo muchas voces que no podían eludir sumarse a la fábula de la superagente, aunque quizás buscaran provocar el efecto contrario de desmitificación.

Y también la frase de Gabo, que escrita de puño y letra, pudo verse desde 1975 en el despacho de Balcells en la agencia: “El sueño de mi vida es poner una agencia literaria y tener un autor como yo”. Mucho, muchos, se condensaban en esa boutade.

LA VIDA COMO REPRESENTACIÓN

Carme Riera alude a los riesgos de convertir su libro en una hagiografía de Carmen Balcells, indudablemente un riesgo posible, o si se prefiere, el riesgo de terminar teniendo la faena un tufillo demasiado oficial. Pero lo cierto es que si bien se trata de un trabajo que reconoce una base de amistad y reconocimiento, de empatía hacia el personaje real y comprensión acerca del mito, y de manejarse con documentos oficiales de los archivos Balcells, la reconstrucción de la vida de la biografiada, desde su pueblo natal de Santa Fe, un pequeño reducto de una burguesía rural provinciana, con una madre muy culta y afrancesada que quería para su hija mujer las mieles de los bienes simbólicos de la cultura, los idiomas y las letras, que la hicieran tener un perfil propio en un eventual matrimonio hasta su estancia en Barcelona donde comienza trabajando primero como secretaria en una empresa de importación y exportación, luego en una agencia literaria casi fantasma, cuando decide abrir su propia oficina y dedicarse, en principio, a los derechos en lenguas extranjeras de los autores que publicaban en España, es austera y precisa, sin concesiones al mito del futuro. Es, a lo largo de los mejores capítulos del libro, el relato de la vida real y realista de una joven que sin tener una preparación académica o específicamente literaria, o inserción en el mundo de las editoriales “cultas” a lo Barral, entiende tempranamente que los escritores son seres tan frágiles y maleables, tan necesitados de apoyo y ayuda, de estímulos materiales y asistencia espiritual, que lo que precisan es a alguien que se dedique a representarlos en todo, a ser la voz y la mano segunda, la que no escribe. Entiende o reinterpreta con una intuición genial, que la vida es representación. En nombre del otro, de los derechos y los principios de esos seres queridos por el público lector, va a montar verdaderas ficciones negociadoras, convencer a las partes de que eso que están haciendo es un gran teatro con luces que encandilan, que hay que apostar, perder y ganar, para hacer algo grande, algo con riesgos, atractivo y nada acartonado: hacer de la literatura en general, y de la de habla hispana en particular, una fiesta.

Usó a los coloridos escritores latinoamericanos (la mayoría de ellos lo eran) para pintar y agrandar la paleta de la grisácea escena española bajo el franquismo. Ese mérito no se lo pueden negar ni siquiera sus más acérrimos atacantes, incluyendo algunos editores que consideraban que había distorsionado por completo el mercado editorial. Pero no la escena cultural.

GENIO Y FIGURA

En este o, más bien, en estos contextos, no es de extrañar que Carmen Balcells apareciera una y otra vez como personaje literario. Aunque precisamente, su genio y figura tentaba más a los que tenían algo para decir desde una intimidad crítica que podía no negar del todo una dimensión afectiva pero que buscaba en un mismo movimiento marcar una distancia. El gran editor de Seix Barral Carlos Barral, estuvo ligado al crecimiento meteórico de Balcells desde el inicio, ya que sus principales representados eran casi todos autores de la editorial familiar. Las relaciones eran ni buenas ni malas, pero sí muy borrascosas, y no terminarían bien. Además de contar su vínculo en varios volúmenes de sus memorias, en 1983 la incluyó como personaje de la novela Penúltimos castigos, en la que según lo describe Carme Riera, “aparecen como secundarios casi todos sus amigos y algunos enemigos de los que se venga con denuedo. El protagonista se refiere así a Balcells: ‘Una mujer más bien voluminosa, que también caminaba con bastón, y resultó ser una famosa agente literaria’. Alude con acierto a ‘su ironía campechana y cordial’ y ‘su practicidad casi obscena’. El narrador, un artista, más escultor que pintor, en realidad un desdoblamiento del poeta editor, tiene una marchante, una tal Nike, muy parecida a Carmen por sus ‘argumentos y su poder de decisión tanto como por su físico’. El apunte concluye con una manifestación muy realista de la agente: ‘Me replicó riendo que era de pueblo y que tenía un sentido rural de las conveniencias’. Además, acierta Barral al mostrarnos a una Carmen Balcells capaz de llevarse bien con alguien que acaba de conocer, mejor de clase alta, como Blanca, personaje relevante de la segunda parte del libro, ‘y a la que le divertían los chismes sobre la intelectualidad madrileña’”.

Pero fue unos años antes, en 1981, cuando José Donoso publica El jardín de al lado. En esta novela a la que Riera considera fallida, quizás la peor de las que escribiera Donoso (opinión que no comparto en absoluto) el escritor chileno Julio Méndez reparte sus días de exilio entre amigos, su mujer, algún ambiguo personaje jovencito sensual y los vecinos del jardín de al lado en los que se reflejan los destellos de una falsa felicidad conyugal y social, con la escritura de la gran novela del exiliado político. Pero Méndez escribe y reescribe su novela para satisfacer a su agente literaria, que no es otra que Balcells bajo el nombre de Núria Monclús. Lo que expresa el narrador respecto de la relación escritor-agente en la novela de Donoso, y que Riera vendría a confirmar, es que esa conexión con el chileno –esa rendición incondicional, ese amor de almas gemelas que tenía, por ejemplo, con García Márquez y también su esposa Mercedes Barcha- no funcaba ni con el tortuoso Donoso ni con su mujer (María Ester Serrano, quien se hacía llamar María Pilar y finalmente Pilar). Quizás con Pilar se llevaba mejor Balcells, algo que vendría a confirmar el último giro satírico e irónico de la novela en la que Núria Monclús desecha al escritor “social” y va a publicar la novela feminista vengadora de su mujer Gloria (también una manera posible, por parte de Donoso, de poner el dedo en la llaga sobre la ausencia de mujeres en la primera línea del boom). En sus justificaciones del rechazo, la Balcells de Donoso no le ahorra humillaciones, ni Donoso cesa en el intento de asentar su visión personal del boom.

“No- dice Núria Monclús. –Ninguno de las tres editoriales se interesa, menos aún que la otra versión. Dicen que es pura retórica, imitación de lo que está de moda entre los escritores latinoamericanos de hoy. No tiene vocación para el lirismo. Y toda la adjetivación, demasiado opulenta, suena falsa. La construcción, derivativa de Conversación en la catedral de Vargas Llosa, y las disquisiciones y el humor, que es muy forzado, parecen arrancadas de Rayuela. No, no puedo dejar de serle franca y decirle que a todos les ha parecido un error de perspectiva y de gusto”.

En este fragmento y en otros también tal vez está condensado el lugar (el lugar con límites, podría decirse, en este caso) de Donoso en el boom latinoamericano, más allá del rol de agente de Balcells con él y con sus niños mimados. Donoso se quejó siempre de que no le daban lugar a él como representante de la narrativa chilena, que los cuatro grandes remitían a México (Carlos Fuentes), Cortázar y la aparición de Cien años de soledad en 1967 en Buenos Aires a la Argentina, y los casos más ubicuos de la Colombia y el Perú de García Márquez y Vargas Llosa, quizás los más consecuentes y representativos de lo latinoamericano como sincretismo entre la vertiente de lo urbano y lo rural, entre cosmopolitismo y realismo mágico de pueblo. Si Donoso tenía razón en este aspecto, vendría a confirmar que más allá de la dimensión literaria, efectivamente los libros se probaban en un mercado muy competitivo y millonario en el que el olfato de Balcells y la dinámica con la que tomaba decisiones, era central. Y si Donoso se sintió excluido porque nunca creyó que había conquistado el corazón ávido y tentacular de la superagente, también tuvo razón.

CARMEN BALCELLS CON VARIOS DE SUS AUTORES COMO GARCÍA MÁRQUEZ, MARIO VARGAS LLOSA, JORGE EDWARDS, JOSÉ DONOSO

LOS AÑOS 90

Guillermo Martínez acaba de publicar la novela La última vez, en la que un escritor que sufre una enfermedad degenerativa quiere publicar su último libro como un modo de saldar lo que considera un eterno malentendido con el público y la crítica: cree que lo han vuelto famoso por un motivo equivocado, cree ¡como tantos escritores! que lo leen mal, que no lo entienden y que, en definitiva, nadie está a su altura. Para aprovechar esta última oportunidad de disolver el malentendido y revelar la verdad de su obra, convoca a través de su poderosa agente literaria (escritor y agente viven en la ciudad de Barcelona) a un jovencísimo crítico literario argentino que se ha vuelto tan temido como célebre por su demoledora costumbre de decir siempre la verdad de lo que lee en sus reseñas. No se trata de la sinceridad brutal de quien dice que un libro está inflado y otro ignorado, simplemente tiene el extraño don de sacar a la luz algo intrínseco: desnuda, para bien o para mal, al escritor frente al mundo.

En los agradecimientos del libro de Martínez puede leerse: “A Maribel Luque y Javier Martín, por las historias recordadas de Núria Monclús; a Carlos Masdeu por su ayuda en los itinerarios de Barcelona… A Rodrigo Fresán por señalarme la novela El jardín de al lado”.

Así las cosas, en este divertimento literario que tiene algunos tintes eróticos y otros de un juego literario algo noir, y donde Martínez vuelve a refrendar una manera de entender la literatura en línea con Henry James (siempre hay un plano de superficie, y otro subyacente en que el escritor enardece a los críticos con supuestas citas ocultas y misterios ambigüos), la súper poderosa agente literaria se llama como la del libro de Donoso: Núria Monclús. Martínez la representa con todos los ropajes del personaje que ya estaba bien asentado en los años 90 en los que transcurre la novela, años a los que también se refiere en un capítulo de su libro Carme Riera.

Son los tiempos cuando, en el marco del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, en 1992, le hacen a Carmen Balcells una primera mesa de homenaje en la Universidad de Zaragoza, (una serie de actividades a las que García Márquez y Roa Bastos se excusaron de asistir por diferentes motivos, pero seguramente incómodos con los 500 años autocelebratorios). También son los años de la búsqueda de diversificarse, dejar un poco de lado a los latinoamericanos y empezar a beber de las mieles de la expansión de la narrativa española al calor de la otra conquista, la de los grandes grupos editoriales españoles que, entre fusiones y asociaciones con medios poderosos como El País, salen de paseo al mundo.

De ahí en más, y sobre todo a partir del nuevo siglo, Carmen Balcells redondearía su personaje y también su perfil de superagente en el cielo con diamantes.

 

Su mito irrevocablemente ya estaba trazado y congelado en la época anterior, la de la joven que llegó a Barcelona desde el más profundo arraigo en la España rural, para reconvertirse en una chica moderna. Que quiso probar con un raro oficio que en España prácticamente nadie ejercía y que descubrió la pólvora y a América Latina, el nuevo Edén.