Mediodía cualquiera en Belén de Escobar, al norte del conurbano bonaerense. Distintos ruidos van formando una orquesta: el crepitar de una comida, un cucharón que se cae, una escoba que barre, alguien refregando ropa, diálogos que se superponen. Desde ahí habla Jennifer Gabriela Aranda, 58 años, travesti, intersexual, activista por los derechos humanos de las personas trans y travestis y ex combatiente de Malvinas.
“Por idiosincrasia nacional y por ideología política me presento travesti”, dice con firmeza y advierte: “Yo soy natural, tengo ambos genitales y genero mis propias hormonas. No tengo intervenciones ni nada. Somos tan poquitas las inter; somos una minoría dentro de la minoría. Así que nos agrupamos con las compañeras travestis de la zona”.
Nació y vivió en Escobar toda su vida. A diferencia de muchas sus amigas travestis, su apariencia andrógina le permitió trabajar: tuvo videoclub, vendió plantas, se desempeñó en trabajos de electricidad, hizo zanjas y fue sonidista mucho tiempo. Ama la música y de su admiración por Jennifer López vino el nombre que hoy tiene su DNI.
“Yo hoy soy Jennifer, pero antes era Gabriel. Aunque para la sociedad durante mucho tiempo fui Gabi porque tenía esa cosa ambigua, siempre dudaban de mí. Por mi genética, no se sabía si era chicha o limonada”, dice y suelta una carcajada.
Ser intersex en dictadura
¿Y cómo era llevar esa apariencia andrógina?
-Mirá, en la dictadura la pasé mal. Acá teníamos a Luis Abelardo Patti, tirano máximo. Agradezco no ser desaparecida. Cada vez que me encontraban caminando, la ligaba: o me bañaban en agua o me cortaban el pelo. Iba a un secundario industrial, corbatín azul, pantalón gris. Mi papá se cansó de ir a la comisaría a buscarme. Me agarraban en la terminal de Escobar cada vez que iba a tomar un colectivo. Había un barcito me acuerdo, me llevaban con los borrachos, todos en fila india a la comisaría.
¿Y tu niñez?
-Yo era un chico como cualquiera, pero tenía “cosas raras”. Me gustaban cosas de mi mamá. Yo misma me autocombatía y me decía “esto no está bien porque soy un chico”. Me veía desnuda en el espejo de mi habitación y genitalmente yo era un chico. Era muy introvertida, no me gustaban las cargadas de los varones, las guarangadas. Pero jugaba a la pelota en el barrio, hacía gimnasia en el colegio, todas esas cosas de pibe.
Y cuando comenzó la pubertad…?
-Ahí empecé a desarrollar como chica. Busto incipiente, piernas, caderas, nada de vello. Yo me escapaba para que no me viera mi familia. Y si bien trataba de marcar una masculinidad para no ser rechazada entre mis compañeros del colegio y mis amigos del barrio, el cuerpo me denunciaba. Mirá mi inocencia que llegué a creer que mi cerebro estaba cambiando mi cuerpo de tanta intención que yo tenía de ser femenina. ¡Y era mi genética la que estaba tomando el comando de mi cuerpo!
¿Y hace 45 años cómo se definía que una persona era intersex?
-Me hicieron un montón de análisis: tenía una cantidad desorbitante de estrógenos y nada de testosterona, al revés de un chico en pleno desarrollo. En esa época todavía no había ecografías. Me hicieron radiografías y me salieron todas las partes femeninas que tenía por dentro. Mi viejo no asumió que yo era quien era y me hicieron un tratamiento hormonal para masculinizarme. Me empezaron a salir pelos, a crecer, me transformaron. Me hicieron un tipo. Yo era “el hijo varón”. Se pensaban que poniéndome hormonas, convirtiéndome en un simio, iba yo a cambiar mi cabeza. De tanta testosterona que tenía yo pensaba que iba a ser fisicoculturista. Pero en mi cabeza yo seguía siendo Gabriela (Jennifer fui de grande).
La homonización forzada, el servicio militar y Malvinas
Y en 1982, con 18 años y en pleno tratamiento hormonal forzado, al servicio militar obligatorio y a la Guerra de Malvinas…
-Así es. Salí sorteado en la colimba y cuando me hicieron la revisación médica era “Apto A”, porque yo era deportista: hacía artes marciales, complemento, corría, tenía un estado físico bárbaro. Y como no son visibles mis genitales internos, me tocó y no había excusas. No dije nada de mi condición intersexual porque sabía que con la dictadura militar no la iba a pasar muy bien. Ellos me iban a ver como un gay. Entonces, callada la boca y a la colimba. Dos meses en Campo de Mayo y al Regimiento de Caballería de Tanques N°9 en Puerto Deseado. Y allá fuimos.
¿Y qué pasaba con tu identidad de género en un ambiente así?
-Yo tenía que hacer un acting ante mis compañeros y ante los cuadros superiores, tenía que hacer como que yo era un soldado, un chico. La pasé mal, te digo. Tuve que reprimir todas mis cuestiones personales y vivir como un hombre ahí adentro. Encima con la dictadura militar, yo hubiera terminado presa o desaparecida, porque era un sacrilegio.
¿Qué significaba ser “hombre” en la Guerra de Malvinas?
-Tener un carácter estricto, disciplina, organización. Tener poder de mando. La exigencia que te somete a dolores que no tienen sentido. Movimientos violentos que te hacen ahí adentro, arrastrarte arriba de las espinas, trepar cosas, cortarte, golpearte. Te explotan al máximo para demostrar de qué temple estás hecho. Acá sos macho o no sos.
¿Y cómo era el lugar?
-Puerto Deseado era un regimiento nuevo y por el inicio de la guerra todavía no habían salido desde Buenos Aires los barcos con las camas. Así que dormíamos en el piso, en un galpón grande. La compañía constructora se fue ni bien empezó el conflicto y los soldados tuvimos que terminarlo. No había nada. Una desolación total. Y un frío tremendo.
¿Vos a qué te dedicabas?
-Yo al principio estaba en la parte de mantenimiento. Desde hacer cloacas, pintura, ayudante de albañilería, de todo. Cuando se declara la guerra, fuimos a custodiar toda la costa patagónica y Puerto Deseado era una de las bases. Éramos unas 500 personas. Yo era tanquista, manejaba el tanque de guerra: uno maneja, uno apunta y uno tira.
¿Estuviste en las islas?
-Sí, tres veces fui en el Hércules a Malvinas. Los barcos no podían ir, así que todo lo que el soldado necesitaba para comunicarse con el continente se lo llevábamos: municiones, medicamentos, ropa, cartas, gorros, bufandas, chocolate. Teníamos que ir de noche, al ras del agua, para que los radares ingleses no nos detecten. Llegaba a tocar la panza en el mar y te hacías pomada. Le decíamos “La Chancha”, porque era pesada, gorda, lenta y hacía un ruido que parecía un tractor. Hasta que llegó un momento que no pudimos ir más porque nos bombardeaban los ingleses.
¿Qué pasaba por tu cabeza cuando tocabael suelo de Malvinas en plena guerra?
-Yo nunca tuve real conciencia de que estaba en una guerra. Había muchos compañeros que tenían temor. Lloraban todas las noches, rezaban. Yo no. Lo tomé como una resignación. Si tenía que morir, moría. Si volvía, volvía. Mi expectativa de vida en mi casa no era muy interesante. Si volvía, tenía que seguir la vida a la que me había sometido mi padre: a ser un tipo. A veces pensaba que si moría ahí iba a ser mejor. Qué se yo…
¿Tuviste algún reconocimiento por tu participación en la Guerra?
-No, nada. Y no solo por el Estado. A veces los que pelearon en Malvinas no reconocen a los que estuvimos en el continente. Y nosotros éramos los que llevábamos el combustible, misiles, alimentos. Todos fuimos combatientes de alguna manera, del paralelo 42 para abajo. Yo soy ex combatiente de Malvinas, pero ni yo ni mis compañeros fuimos reconocidos de esa manera.
Y haber participado en la guerra de Malvinas, ¿podría haber influido de alguna manera en tu identidad de género?
-Claro, porque después tomé coraje. Pasé muchas experiencias en la guerra y salí muy endurecido o endurecida. Cuando llegué a mi casa me planté, le dije: “acá tenés los documentos. A partir de ahora soy mayor de edad. Casi me matan en una guerra por complacer tus caprichos. Vos sabés muy bien que yo no soy esto que ves acá. Y de acá en adelante la bandera de mi vida la llevo yo”. La guerra me empujó a ser yo.
¿Y qué pasó después de esa autodeterminación?
-Lógicamente mi transformación llevó su tiempo, porque mi sangre estaba tan infectada de hormonas masculinas. Es como si encerraran a un hombre cishétero en una habitación y le pusieran hormonas femeninas: aunque la cabeza le diga “no quiero, no quiero”, las tetas y el culo le van a crecer. A mí me hicieron lo contrario. A las chicas les gustaba porque era un lindo chico. Los chicos que me gustaban no me cerraban porque yo no quería ser gay. Yo me identificaba femenina. Hasta que no me vi como me quería ver, no tuve vida social.
Son muchas las consecuencias de una hormonización forzada, ¿no?
-¡Todo eso por los caprichos de los padres! Por eso hay que luchar para que se reconozcan las niñeces trans. Porque el trauma que te causan los padres egoístas que quieren que sus hijos sean como ellos quieren te dañan para toda la vida. Mi viejo habrá sido muy machito, pero la experiencia que yo viví de estar en una guerra no la vivió. Entonces, ¿cómo me va a decir lo que tengo que hacer? Mis primos de la misma clase, 62, zafaron, uno por asma, otro por pie plano. Y para mi viejo eran unos inútiles que no habían ido a la guerra. Él estaba orgulloso de que me había tocado a mí. Le importaba tres carajos si me mataban. Y una estaba ahí padeciendo 25 grados bajo cero, con los pies todos mojados.
¿Y cómo fue dejar de tomar testosterona?
-Un alivio. De a poco empecé a perder tamaño, peso, vello. Todavía lucho con algunos pelos de la cara de tanto afeitarme en la colimba. Quedé con el desarrollo que tuve hasta los 14, cuando me cortaron el crecimiento. Pensar que todo esto que te cuento sigue pasando. Vos te vas a Corrientes, Formosa, Chaco; muchas personas no la pasan bien. Bendita la Ley de Identidad de Género que permitió que las personas puedan adecuar su cuerpo a lo que sienten. No todo es binorma, papá y mamá, hombre y mujer. Habemos de todo en la viña del Señor.
¿Y qué pasó ahí con tu vida social, tus vínculos, tus relaciones?
-Ahí me liberé, empecé a tener relaciones con parejas, a ir a bailar, a tener amigas del palo. Yo tenía muchas amigas travestis pero muchas me veían como un chabón llamativo y me querían transar. Las travestis más grandes les decían “No chicas, no se guíen por la imagen. Ella es una de nosotras, aún sin serlo”.
El activismo travesti
¿Cómo es que comienza el activismo con amigas travestis y trans?
-Mirá, muchas de mis amigas no tienen ni séptimo grado, las han echado de sus casas, no tienen verborragia ni herramientas para reclamar y pedir. Y yo después de la guerra, era una desinhibida total. Casi me matan, ¿qué me puede hacer la sociedad? Les hago puñadito con los dedos y pregunto ¿qué me podés decir vos a mí? El no tener complejos me hizo poder ir a lugares que mis compañeras tenían un miedo atroz. Ir a municipios, a hospitales, a presidios, a ver compañeras internadas. Cosas que jamás pensé que haría.
Y ahí empezaste a dedicarte con todo al activismo.
-Sí, eso lo empecé a hacer sola y después estuve en muchas organizaciones. Me pulí, me asesoré, vi los hilos, me nutrí. Milité con Diana Sacayán, con Alba Rueda y Maju Burgos en Mujeres Trans Argentinas, con Daniela Fernández y con mi amiga Alma Fernández (ella me envalentonó para que armara mi propia organización). Y ahí armé el Frente de Disidencias en Lucha Zona Norte, que después se extendió a zona oeste, zona sur, a provincias amigas y se sumaron también algunas organizaciones y terminamos armando el Frente de Disidencias en Lucha Argentina.
¿Cuáles son las particularidades de militar los feminismos y transfeminismos en el conurbano?
-Yo les digo a mis compañeras que están en CABA que no se olviden que vinieron de las provincias, de un rancho de barro. Exceptuando la Independencia de Tucumán, creo que todo en este país se cocina en CABA. En ese sentido tanto Diana como Lohana Berkins tuvieron un activismo conurbano. Pero acá también todo es más difícil. Ahora estamos armando un taller de costura: tenemos máquinas y estamos buscando patrocinadores para que nos ayuden con tela, hilo, botones.
¿Vos tenés trabajo formal? ¿Cómo subsistís?
-Yo no tengo trabajo fijo y sigo peleando la pensión como ex combatiente. Me la rebusco, pero no es fácil… y a mi edad… Vendemos calzado de bebé, hacemos comida. Y encima militar y pagarte la SUBE, el teléfono. Yo fastidio a los ministerios para conseguir ayudas, alimentación, medicamentos, para las compañeras. Y vamos subsistiendo. Pero el activismo es pasión.
¿Y ahora te acompañan en casa?
-Sí, vivo con mi sobrino, mi mamá que tiene 90 años, mi pareja y la gata. Estoy en pareja con Gabi, lesbiana, tiene 45 años y ahora está haciendo su transición a chico trans. Nos conocimos en una marcha. Y de ahí estamos juntas. Tengo mi “sucuchito”, mi habitación, mis cosas. No tengo manteca para tirar al techo, pero tenemos la tele, el lavarropa, no nos falta.
¿Hay algo de tu identidad que sentís que te haya ayudado a atravesar la guerra?
-Las ganas de vivir la vida que todavía no había vivido. Yo por fuera era un soldado hermoso, musculoso. ¡Sabés lo que fue ver tantos hombres desnudos al lado tuyo, que se te mueva toda la estantería y no poder decirles nada! (Risas). ¡Me daban ganas de casarme! Imaginate si las llevo a las locas que tengo de amigas: se tiran encima sin preguntar nada y se hacen un banquete.
Ser varón por tres días en Puerto Deseado
En 2012, cuando se cumplieron 30 años de Malvinas, viajaste a Puerto Deseado con tus ex compañeros. ¿Cómo reaccionaron al verte?
-Yo no podía ir como mina con mis compañeros camaradas. Así que me tuve que cortar las uñas, dejé crecer los pocos bigotes que tengo... No tengo mucha teta y tengo un culo parado pero con ropa suelta no se nota. Disimulé. Estuve tres días sin bañarme, toda sudada y mugrienta, para que no me vieran.
Volviste a tu expresión de género masculina o andrógina.
-Yo no tengo un dique de femineidad, así toda quebradiza. Soy como cualquier hija de barrio. Soy una negra groncha. Ni femenina, ni masculina. Una mujer estándar. No tengo ademanes, gestos y camino lo más normal posible. Porque la mujer no nació contoneándose y moviendo el traste. Esos son gestos impuestos.
¿Y por qué no fue Jennifer?
-Porque hubiera sido horrible para mis compañeros. Ellos me tienen una estima muy grande como soldado. Me quieren mucho. Y no saben nada de mi transición.
Pero se van a enterar con esta nota.
-Bueno, que no la vean. O que la vean, qué me importa. La mayoría tienen una mentalidad muy machista, sus padres eran como el mío. Muchos en el grupo hablan de forma despectiva sobre los gays.
Y si llega a haber otro viaje, ¿irías como Jenny?
-No sé. No es fácil. La mitad de mi parentela no me habla más. Los amigos del barrio, tampoco. Y ellos para mí son como mis hermanos de la vida. Pasamos un momento de la vida tan fuerte juntos. Y para mí sería muy triste perder esa conexión con ellos. Así que ahí seguiré siendo Gabriel, el soldado que vivió esas experiencias tristes en la Guerra de Malvinas.
Hablamos de la intersexualidad, de la guerra de Malvinas, de la identidad de género, de los conurbanos. Si tuvieras la oportunidad de hablarle al heterogéneo movimiento feminista, ¿cuál sería tu arenga?
-Que las TERF dejen de hablar pavadas. Y que las feministas sean más consecuentes con las causas travestis (porque cuando tenemos que salir a gritar nuestras muertes o necesitamos ayuda, muchas mujeres cis no están). Nos matan por odio, no por los genitales. Nosotras peleamos por la Ley de aborto, las travestis estamos ahí. Y hoy tenemos 23 compañeras travestis muertas y Tehuel que no aparece.
¿Y cómo titularías esta nota?
-¡Me mataste! La ex combatiente travesti, podría ser…