En las últimas semanas asistimos a un debate encendido a partir de comentarios emitidos por la diputada Amalia Granata sobre las personas trans. Sus dichos fueron muy repudiados no solo en redes, sino también en diferentes medios hegemónicos. Varixs salimos a señalar que lo expresado por ella suponía ignorar por completo la realidad de una minoría y fomentaba aún más la discriminación social todavía muy presente. Aparentemente, Granata no ha logrado reconocer el odio y la violencia que están implícitos en sus dichos: no se plantea revisar lo que dijo o intentar ver las cosas desde otra perspectiva.
Comparto la opinión de que el episodio cobra gravedad no solo por el contenido de sus palabras, sino fundamentalmente porque provienen de una diputada provincial. Ya comenté en otra columna que no me sorprenden sus declaraciones, y me parece que no es necesario volver a ellas, pero sí reforzar la idea de que evidentemente se habla muy poco sobre las otras violencias que no son físicas ni de cómo están tan naturalizadas.
Somos producto de la cultura machista y de la violencia simbólica que esta supone, porque la aprendemos y asimilamos desde que tenemos uso de razón. Pero también estamos expuestos a otras formas relacionadas con el prejuicio, la marginación y la exclusión de quien es diferente. Todxs, en algún momento, hemos reproducido también alguna variante de esta crueldad. Mienten quienes dicen «yo nunca discriminé, no maltraté o no cometí ningún acto de agresión basado en señalar una diferencia». Lamentablemente vivimos atravesados por un sistema cultural, político económico, social y religioso que nos construye desde las violencias.
Partamos de la base de que somos criadxs para ocupar diferentes espacios: de por sí esa desigualdad estructural por motivos de género, de clase, de distinciones étnicas, raciales, etc. entra en relación directa con el tipo de cuerpo que tenemos y el color de nuestra piel. Todas estas maneras de asumir y resaltar diferencias que reparten el poder de manera distinta generan violencias.
Está tan normalizado todo esto que justamente, en medio de una transmisión de los premios Óscar, televisada para millones de personas, pudimos ver un ejemplo que contiene una cadena de violencias que, como ya todos se han enterado, escaló hasta niveles escandalosos.
En principio, el comediante Chris Rock en su monólogo no solo reprodujo un discurso machista, sino que además ejerció violencia estética con Jada Pinkett, quien desde un primer momento demostró su malestar a través del gesto de su cara, a diferencia de Will Smith, que se reía con él. ¿Qué es la violencia estética? Es la aquella que se basa en el aspecto físico de las personas y que resulta más peligrosa aún cuando se oculta detrás del intento de alguien de parecer graciosx con un tema de salud.
¿Por qué Will Smith reaccionó de esa manera? ¿Por qué en lugar de pegarle una trompada frente a millones de personas no le pidió el micrófono para que se disculpara? ¿Por qué no dejó que actuara Jada? ¿Hubiera tolerado que Jada no hiciera nada al respecto? Puede que algunxs lleven tan arraigadas estas reacciones que les cuesta darse cuenta de que también son violentas. Por eso muchos usuarios celebraban en las redes que Smith hubiera justificado su accionar con la frase ya vencida hace rato «El amor te hace hacer locuras». Es decir, otra violencia machista, ya que estamos frente a un sujeto que se propone como el encargado de aleccionar a otro varón a los golpes y luego intenta disfrazar su reacción como gesto de amor y protección. ¿Y qué pasa con la disculpa de Chris Rock?
En definitiva, la violencia engendra violencia. Es difícil salir porque es
algo que hemos aprendido durante generaciones, y así como lo
asimilamos debemos intentar desarmarlo: es un trabajo diario que nos
tenemos que poner como sociedad. Si está naturalizada, aún más difícil
de verlo. Si forma parte de un tipo de humor, será cuestión de
plantearse que los tiempos y las risas cambian y hay cosas que
dejaron de ser graciosas. Si se asume como parte del ritual
caballeresco del honor, también deberemos empezar a bajarnos del
caballo. El primer paso será intentar estar más atentxs. Tenemos que
hacer el esfuerzo para la tribuna de las nuevas generaciones: nuestrxs
hijxs y lxs jóvenes.