El 2 de abril de 1982, el gobierno de facto argentino dispuso el desembarco militar en las islas Malvinas y de esta manera dio inicio a la guerra con Gran Bretaña. El conflicto finalizó el 25 de junio, dejó un saldo de 650 combatientes nacionales y 255 soldados ingleses muertos. Esta guerra marcó como casi ningún otro acontecimiento la historia contemporánea argentina y sus consecuencias continúan hasta el presente, cuarenta años después.
Resulta escalofriante conocer las cifras de suicidios de los veteranos de Malvinas. Los 52 casos informados por el Ejército y la Armada resultan cifras ínfimas en comparación con las estimaciones de asociaciones de excombatientes, que aseguran que fueron más de 500 los veteranos que se quitaron la vida. Y se habla de 2500 muertes asociadas a los efectos traumáticos de esa guerra a lo largo de estas décadas.
Las complejidades de los traumas posguerras ha sido uno de los temas estudiados por el psicoanálisis durante la Primera Guerra Mundial y por las cuales sus teorizaciones se volvieron “famosas”. Freud sostuvo del trauma de guerra como aquello inasimilable, aquello que no retorna al mismo lugar sino que nunca se fue, apareciendo como si continuáramos en aquel día, volviendo en pesadillas una y otra vez. Cuenta Jones en la biografía de Freud que los traumas de guerras y su metapsicología fueron unos de los dos temas que condujeron al psicoanálisis a la consideración general, a la divulgación. El otro tema fue la tramitación del duelo, tema central luego de atravesar una guerra violentísima.
Con respecto a Malvinas, el trauma no termina de tramitarse, y esto condujo entre otras cuestiones a la realización de muchas películas y sobre todo documentales, para nombrar algunos, Iluminados por el fuego de Tristán Bauer (2005), Los chicos de la guerra de Bebe Kamin (1984), La deuda interna de Miguel Pereira (1988) y documentales como Hundan al Belgrano de Federico Urioste (1996), Huellas en el viento, Desobediencia debida, Malvinas, 25 años después, Locos de la bandera, No tan nuestras y la lista sigue. En teatro, es más difícil esa enumeración, por sus características de fugacidad y poco registro, pero sin ir más lejos este fin de semana se estrena El hospicio en las islas de Vicente Zito Lema (teatro Hasta Trilce), una obra que gira alrededor de la salud mental de los excombatientes.
Durante la guerra había una palabra que retumbaba en las pesadillas de los que esperaban ateridos de frío y con poca comida como muestra Iluminados por el fuego: gurkas. Eran el terror de los soldados mal entrenados y mandados a las inhóspitas islas desde las provincias tórridas del norte argentino. “Gurka” era ese animal de combate, asesino, profesional, al servicio de la corona, al que no le importaba morir pero “necesitaba” matar con sus cuchillos kukris. Los soldados argentinos no podían dormir de noche por el frío de sus cuchillas. En Los chicos de la guerra detallan esa increíble vivencia: “Parecían no tener instinto de supervivencia. Iban barriendo con sus ametralladoras Mag, que pesan más que un fusil. Si encontraban alguna lata de ración de nuestras provisiones, las abrían por la mitad de un cuchillazo, comían poco y seguían peleando, siempre gritando. No les interesaba nada, ni siquiera sus propias vidas”.
“Gurka” era esa palabra del terror, la que siempre volvería en estos 40 años desde la finalización de la guerra, para hundir sus cuchillos en el cuello de la diezmada clase 62 que por un azar del destino tenía la instrucción militar completa y fue mandada a pelear contra un decadente imperio que se sostuvo durante siglos con su colonialismo territorial. Tema de geopolítica del siglo XIX, pero continuaba en las venas inglesas, y esos militares argentinos los desafiaban: “Si tienen que venir que vengan, les ofreceremos batalla”. A ese "imperio" al que sólo le quedaban algunas alhajas --y precisamente las Malvinas no eran de las más preciadas--, las islas le resultaban lejanas y onerosas. Sólo le llevó ganar la guerra el tiempo que le demandó armar la logística de las naves y soportar el azote de los heroicos pilotos que arriesgaban sus vidas en alta mar para hundir algún crucero.
La salud mental es un indicador que merece una continua puesta en consideración, no sólo de los especialistas sino que debería ser una continua preocupación de los gobernantes y de la población en general. Los excombatientes de Malvinas fueron marginados, olvidados, dejados a un lado luego de que fueran convocados y obligados a dar sus vidas por un territorio en el lejano sur. Y esa “convocatoria” la realizó un régimen militar genocida que anhelaba con la reconquista de las islas Malvinas contar con la anuencia de la población civil.
Malvinas fue y sigue siendo un acuerdo siniestro que, más allá del resultado de la guerra, aún continúa 40 años después. Malvinas es también la renegación de ese “acuerdo”. En “salud mental” se habla de renegación cuando se trata de una doble negación, se niega que se está negando, su mecanismo causa los desencadenamientos psicóticos y muchos otros. Lo que se reniega reaparace en el cuchillo de carnicero de los gurkas en cada pesadilla de estos cuarenta años como si fuera la primera vez.
Y reaparece también en lo que no se dice de esta guerra. Argumentaban sobre las islas acerca del patriotismo de la soberanía, de que el país eran esos 12.000 km2, que nos pertenecían por derecho y emocionaban con la canción repetidas tantas veces en la primaria: "Tras su manto de neblina, no las hemos de olvidar”. Pero lo que no nos dicen es que en territorio continental argentino existen 65 millones de hectáreas en manos de menos de 1000 familias y empresas internacionales, sobre todo inglesas y norteamericanas.
León Rozitchner, en este mismo diario el 20 de abril del 2007, lo dijo con todas las letras, despertando el debate de una sociedad: "Nos negamos a comprenderla como la Gran Batalla, como la última con la cual culmina la perdición de la Argentina en la que colaboraron casi todos sus habitantes. Todavía seguimos pagando el botín de esa guerra".
Muchos y muchas se consuelan pensando que fue el final de la dictadura militar pero un sencillo paneo por las décadas siguientes lo refutan: al menos los gobiernos de Menem y el de Macri continuaron el genocidio económico y cultural que se selló en la derrota de esta “justa” guerra que se luchó para volver a pisar el terreno de nuestra patria y que no sólo perdió esa tierra sino la plataforma marítima de 200 millas a la redonda.
Sostiene Rozitchner padre: “La soberanía de un país es la de sus cuerpos ciudadanos vivos. Pero no hay patria 'espiritual' si no tiene su asiento en la tierra... Pero la tierra es nuestra y al mismo tiempo no es nuestra: esta contradicción define a la Nación y a la Patria. Simbólicamente todos somos argentinos mientras nos reconocemos en la bandera, el escudo, en el himno, en sus héroes o en sus leyes. Pero ¿qué pasa con la geografía, cuya materialidad viva fue convertida en propiedad privada de ellos, pero sólo es nuestra cuando sus dueños nos mandan a morir por la patria?"
La “gesta” de Malvinas, recuperar una tierra cuando la misma Argentina había sido entregada, millones de hectáreas cultivables, a pocas manos que “exigen” salir a luchar contra gurkas. En 1982, los militares genocidas lograron una unidad impensada, una guerra “justa”, pero olvidaban algo previo, lo que renegaban, lo que no decían: la tierra es de pocos, la lucha por la soberanía es de todos. "A la tierra patria sólo se la recupera muriendo, no compartiéndola". Mandaron a cavar trincheras y a todos nosotros y nosotros, a esperar a nuestros hijos volver con o sin vida. La salud mental es el tema Malvinas, es la tierra, la soberanía, la locura que llevan en sus frentes los que estuvieron ahí, y los que esperan a quienes no volvieron. Cada 2 de abril es conveniente hablar del tema, como sepamos o podamos, de la inversión que se produce en toda guerra, cuando son las padres quienes entierran a sus hijos pero también hablar para “revivir” la pesadilla argentina de El Matadero, una y otra vez, la carne puesta bajo los cuchillos de los que parecen defender la geografía argentina pero que en el fondo son los verdaderos gurkas, profesionales al servicio de la corona, que no les importa nada con tal de lograr sus cometidos que venden la soberanía para quedarse con sus enormes pedazos de tierras.
Lo mayoría de los que murieron en Malvinas tenía menos de 20 años, los mandaron por un ideal que era una farsa, la dictadura militar con esa “heroica hazaña” quería perpetuarse en el poder para que, además de ser considerados “militares nacionalistas”, honraran a los dueños del verdadero terreno y vendieran, como hicieron ellos y otros, el producto de nuestro sudor y sangre por un puñado de dólares que tienen guardados en algún que, irónicamente, no tiene geografía.
Malvinas nos sigue sumiendo en contradicciones y para muchos en ambigüedades y sigue siendo difícil hablar del tema porque implica la soberanía, la patria, la justicia. Las Malvinas siguen siendo un acto negacionista porque “esconde” valores dignos como son el suelo patrio y la lucha contra un colonizador, “tras un manto de neblina” que es acuerdo para que el genocidio continúe aún en democracia. La salud mental es frágil pero al menos sabemos que cada 2 de abril debemos reflotar el debate sobre la tierra, la soberanía, las islas y las renegaciones de nuestra historia.
Martín Smud es psicoanalista y escritor.