La rueda de la fortuna y la fantasía 9 puntos
Guzen to sozo; Japón, 2021
Dirección y guion: Ryusuke Hamaguchi.
Duración: 121 minutos.
Intérpretes: Kotone Furukawa, Ayumu Nakajima, Hyunri, Kiyohiko Shibukawa, Katsuki Mori.
Estreno exclusivamente en salas.
2021 fue el gran año de Ryusuke Hamaguchi, coronado hace apenas unos días con el Oscar a la Mejor Película Internacional para Drive My Car (ver crítica aparte). Pero apenas tres meses antes del estreno mundial en el Festival de Cannes de su último largometraje, que tiene su lanzamiento en la plataforma MUBI (ver crítica aparte), el realizador japonés presentó en Berlín La rueda de la fortuna y la fantasía, film de ninguna manera menos ambicioso que la adaptación de los relatos breves de Haruki Murakami. Como antes lo hicieron otros cineastas en la historia del cine, Hamaguchi se amolda al formato de la “antología” de relatos, absolutamente independientes en términos narrativos pero unidos por un tema o concepto unificador, aunque en este caso el código no sea tan sencillo de descifrar. En las tres historias, sin embargo, existen encuentros inesperados entre los personajes principales, en su gran mayoría mujeres, algunos casuales, otros todo lo contrario. El azar y la causalidad son aquí amos y señores, aunque no menos que el deseo, los amores presentes y pasados y el erotismo.
Tesis de fácil comprobación: el automóvil como unidad de espacio para la conversación íntima está presente en la mente creativa del director de Asako I & II y Happy Hour desde hace bastante tiempo. En el primer cuento, titulado Magia (o algo menos tranquilizador), un viaje en taxi de dos compañeras de trabajo es la excusa para la confesión en primera persona del comienzo de un romance. El hecho de que el joven en cuestión no sea en lo más mínimo un desconocido para la oyente de la anécdota dispara el centro emocional de lo que ocurre a partir de ese momento. Hay algo del cine Éric Rohmer y, por extensión, del de Hong Sang-soo, y un zoom violento hacia el rostro de uno de los personajes ofrece un guiño directo al realizador coreano, una filiación de la cual Hamaguchi desea dejar constancia filmada. El doble final destaca la posibilidad de la fantasía (¿cuál es el real, si tal cosa existe?), al tiempo que la angustia y el reproche le cede (¿o no?) el lugar a la reconciliación con los acontecimientos del pasado y el futuro.
La segunda historia, Una puerta totalmente abierta, es la obra maestra del tríptico. Un alumno despechado desea vengarse de su profesor, que anda disfrutando de un súbito éxito luego de la publicación de una novela. Para ello, el joven empuja a su amante, una maestra auxiliar varios años mayor que él, para hacerlo caer en la trampa del escarnio público. El núcleo del relato descansa en una extensa escena en el interior de la oficina del docente, mientras la joven lee en voz alta un pasaje sexualmente explícito del texto en cuestión. Hamaguchi hace gala de una gran maestría en el uso del suspenso cinematográfico, entendido este como un patrón rítmico de respiración entre planos, diálogos y miradas. El remate de Una puerta totalmente abierta llega bajo la forma de una coda, tiempo después del resto de los acontecimientos, un cierre perfecto e inesperado, en el cual nunca queda claro quién ha reído último y mejor en el esquema vengativo.
Una vez más cierra La rueda de la fortuna y la fantasía con una trama que se acerca al tema del doble de una manera absolutamente novedosa. Una mujer regresa a su ciudad natal con la intención de reunirse con las excompañeras de escuela veinte años después del egreso. Hay un detalle no menor que impide prácticas hoy cotidianas: un súper virus informático derribó el uso de Internet, por lo que los contactos humanos deben necesariamente volver a los modos del pasado reciente. En la estación de tren que la lleva de vuelta a Tokio, la protagonista reconoce a una compañera que no estuvo en el encuentro la noche anterior, cuyo vínculo en el pasado regresa como un torbellino de emociones. Aunque… no todo es lo que parece. Nuevamente, el azar mete la cola en el final, broche de oro de una trilogía de historias que demuestran, sin duda alguna, el enorme talento de Hamaguchi, uno de los cineastas indispensables del cine nipón contemporáneo.