EL REPROCHE 8 PUNTOS
De Víctor Hugo Morales.
Elenco: Claudio Da Passano, Malena Figó y Mayra Homar.
Escenografía: Ariel Vaccaro.
Vestuario: Ruth Fisherman y Andy Piffer.
Diseño de luces: Adriana Antonutti y Juan Manuel Noir.
Música: Mariano Otero y Tomás Merello.
Voz Canción: Carlos Casella.
Coreografía: Anita Gutiérrez.
Prensa: Varas Otero.
Asistencia de dirección: Camila Sartorio.
Asistencia de producción: Alén Carrera de Souza.
Producción: Marina Glezer.
Dirección: Julieta Otero.
Funciones: jueves a las 20, en el Teatro Picadero (Enrique Santos Discépolo 1857).
Hablar de amor en las artes escénicas (y en cualquier arte) puede conducir, a priori, hacia dos caminos. Se puede elegir el terreno de las fórmulas ya exploradas y exprimidas hasta el límite por la industria cultural, donde el amor romántico lleva la ventaja. O se puede optar por la incomodidad de meterse en el barro de la coyuntura para indagar en la construcción actual de los vínculos en un contexto en el cual tambalean las estructuras de todo lo conocido hasta ahora.
Precisamente, esta última decisión es la que toma Víctor Hugo Morales en esta pieza que significa su primera incursión como dramaturgo y en la cual ofrece una historia que combina momentos de tensión con dosis importantes de humor. Asiduo espectador teatral, el periodista, escritor y locutor encara, de esta forma, su debut en el género con una comedia dramática entretenida y al mismo tiempo provocadora, en el mejor de los sentidos.
En escena, se encuentran Julia (Figó) y Javier (Da Passano), una pareja madura y (en apariencia) estable. Ella es escritora y él periodista, y esa noche un mensaje inesperado los lleva a remover su pasado y a definir su presente. Hasta que, en el punto más álgido del duelo, una amiga en común (Homar) llega de visita para intentar oficiar de árbitro y destapar algunas verdades.
Con foco en la comicidad, pero sin resignar profundidad, los diálogos van al hueso de las turbulencias que atraviesan a las relaciones sexoafectivas en tiempos favorables para el empoderamiento femenino y amenazantes para la masculinidad tóxica. En ese marco, Morales propone un texto con un lenguaje cotidiano en el que sobrevuelan conceptos como la infidelidad y la monogamia y se mencionan incluso términos del glosario virtual como el ghosting. Y los intérpretes, conducidos por la dirección de Julieta Otero, asumen ese desafío para lanzarse a un juego teatral que oscila entre la risa y el desencanto.
En la puesta se reconstruye un living moderno de clase media acomodada. Y el público asiste a la acción como quien espía por el ojo de la cerradura, pero el conflicto no deja a nadie ajeno y atraviesa la cuarta pared tocando fibras tan sensibles como actuales. Es que la dramaturgia activa mecanismos vigentes en torno a la desigualdad de género que se potencian cuando incorporan una dimensión de clase.
Porque El reproche recuerda, en principio, que el machismo como ideología atraviesa a todos los sectores, incluso a una clase social con ciertas competencias intelectuales como la que integran los protagonistas. Pero también abre un sinfín de reflexiones que trascienden la ficción. ¿La mujer goza de las mismas libertades que el hombre? En ciertos círculos progresistas, ¿la deconstrucción es una vocación real de cambio o una impostura? ¿Qué ocurre cuando se ponen en jaque algunas creencias incuestionables? Cuando caen las máscaras, ¿se puede seguir actuando? Cuando las luces de la sala se apagan y las butacas se vacían, esas preguntas son las que resuenan. Después de todo, para eso está el teatro.