Vi Los Idiotas en VHS a mediados del 2003. Tenía 21 años y estaba recién llegado de Valencia después de un viaje bastante complejo por asuntos de familia, pero muy revelador en cuanto a mis decisiones profesionales.
Antes de cruzar el charco estaba cruzando el 4º año de la Lic. en Teatro y formaba parte de algunos de los mejores grupos de Tucumán dirigidos por personas a quienes hasta el día de hoy considero mis maestros. Pero lo cierto es que en ninguno de esos grupos estaba haciendo lo que realmente quería hacer. Yo quería actuar y contar historias como en las películas. Me obsesionaba la idea de lograr en teatro una actuación que se parezca a la del cine (en ese momento, la idea de hacer cine era sólo un sueño imposible). Y también me resultaba insoportable que en la gran mayoría de las materias de la carrera nos exigían “neutralizar” la manera de hablar “por si alguna vez nos contrataban de algún teatro de Buenos Aires”. Muchas cosas fueron excelentes en formación: en primer año nos pasaron la técnica del Actor Sutudio y ahí me enamoré del tono cinematográfico de la actuación. Pero lo de neutralizar me sacaba de las casillas. A los 21 años uno cree que tiene la posta y que los demás no entienden nada. Pero al mismo tiempo creo que es un momento clave en donde se forja la personalidad creativa, como si fuera necesario pelearse con cosas para reforzar otras.
El caso es que cuando llegué de Valencia tenía que rendir unos finales: Técnica Corporal III y Técnica Vocal III se unieron para el examen bajo la consigna: Comedia Musical (técnica que no nos habían enseñado).
Así que como la rebeldía de los 21 puede ser sumamente pedante pero también absolutamente maravillosa, con dos compañeros, Agustín y Esteban, nos pusimos a investigar para hacer una obra en donde podamos ridiculizar la consigna pero al mismo tiempo cumplir con todo para que no puedan desaprobarnos.
Empezamos a leer textos, a escuchar música y a fumar muchísimo porro durante los ensayos matutinos. Lo primero que encontramos fue un texto que se llamaba Gente no convencida, de Cesare Pavese. Era un pequeño poema en donde 3 hombres encerrados en un cuartel en medio de una guerra esperaban la llegada de unas mujeres, y mientras lo hacían, practicaban canciones para impresionarlas. Las mujeres nunca llegaban y los hombres se quedaban ahí esperando y practicando por siempre. Después apareció la música: "Canción para los días de la vida", de Spinetta, pero interpretado por María Gabriela Epumer. Después inventamos un juego como calentamiento con el fin de comenzar a actuar con el cuerpo cansado, teoría que nos había pasado La Maestra Beatriz Lábate. La técnica consistía en que como el cuerpo siempre guardaba un resto de energía después del cansancio máximo, si uno lograba activar ese resto, las trabas que la mente pone frente a algunas situaciones dramáticas no estaban, puesto que la mente estaba ocupada sanando al cuerpo cansado. Entonces el realismo que buscábamos aparecía de verdad. O al menos era lo que entendíamos nosotros. El juego era simple: mientras sonaba la canción, uno tenía que cruzar el escenario de un extremo a otro, y los otros dos tenían que impedir que esto ocurra. Pero había que hacerlo en serio. Entonces teníamos texto, teníamos canción, pero faltaba el tono.
Un día fuimos al video club Zelig de la Junín y Córdoba y alquilamos una promo 3x2. Los Idiotas era una de las 3.
Creo que terminamos de ver la película como si estuviéramos poseídos por Mandinga.
Los idiotas, un grupo de personas que se juntan a “encontrar su propio idiota”. Hacían intervenciones en espacios públicos, las transformaciones ocurrían en vivo. La baba, la deformidad, los cuerpos doblados, lo sucio, el miedo a lo extraño, “la gente” rechazando al distinto, al idiota. ¿Pero quienes eran los verdaderos idiotas? El grupo que te contiene y al mismo tiempo que te exige que hagas algo por vos mismo, que te comprometas, que lleves al extremo máximo lo que como grupo defienden. Hacer “el idiota” en una reunión familiar era el examen final. Todo eso filmado con el estilo del Dogma 95, en donde todo parecía más “real”. El Dogma 95!!! tenía un manifiesto, que además estaba hecho para romperse.
Era todo lo que necesitábamos. Comenzamos a buscar nuestro propio idiota, mientras practicábamos las técnicas vocales y corporales. La obra era punk puro y duro. Era deforme, repulsiva, ofensiva pero valiente. Ahí estaba el tono.
Finalmente la obra se llamó Gente no convencida, en memoria de María Gabriela Epumer, porque mientras estábamos ensayando murió.
Nos pusieron 7,50. Estábamos tan sacados que sostuvimos los idiotas mientras nos ponían la nota. Repetíamos: “hay que practicar, hay que practicar”. No me enorgullece para nada la pesadilla que hemos sido para esos docentes, pero ese es otro tema.
Los idiotas no es mi película favorita, y no se si tengo una realmente. Tengo muchas. Podría decir que I am Daniel Blake, de Ken Loach es hoy mi película favorita, pero mientras escribo esto pienso en Dios Blanco, de Kornél Mundruczó.
Pero Los idiotas fue clave en mi vida. Fue, sin duda alguna, la película que me dió el empujón para tomar el tren del que hasta el día de hoy no me quiero bajar. Después de hacer ese examen, decidimos hacerla en algún teatro. También que nos presentamos a una Fiesta Provincial del Teatro del INT y perdimos. Después de la ceremonia, nos fumamos un tremendo porro y nos fuimos a jugar a la Play a uno de los tantos sucuchos que habían por ese entonces en Tucumán doblando cualquier esquina. Y por supuesto que pensábamos que todos eran unos idiotas por no reconocer nuestra obra genial. Los 21.
Antes de volver de Valencia me dije que si me quedaba ahí iba a seguir trabajando para algún director más grande que yo, y que si no volvía, nunca iba a poder armar un grupo para hacer las cosas que yo quería hacer.
Bendita la hora en que me tomé ese avión de vuelta y gracias Lars Von Trier por hacer semejante obra maestra que me ayudó a encontrar mi propio idiota.
Ezequiel Radusky nació en San Miguel de Tucumán, el 11 de septiembre de 1981. Es director de cine y teatro, guionista, productor y actor. Su película Planta permanente se estrenó en la Competencia Oficial del 34 Festival de Cine Internacional de Mar del Plata en donde su protagonista, Liliana Juárez obtuvo el premio a Mejor Actriz. Su primer largometraje Los dueños, co dirigido con A. Toscano, se es-trenó en la 52ª Semana de la Crítica del Festival de Cannes 2013 en donde obtuvo la Mención Especial del Gran Jurado. Ambas películas tuvieron un basto recorrido internacional por festivales en Francia, Italia, Rumania, Canadá, España, Suecia, Estados Unidos, Kiev, Grecia, Brasil, Uruguay, entre otros.