En las últimas tres décadas, la actividad agropecuaria se transformó notoriamente. Una “revolución (no tan) silenciosa” (Bisang, 2008) modificó los procesos y prácticas agropecuarias, proyectando el modelo agroexportador a territorios impensados. Hoy, en perspectiva, podemos observar que los enormes ingresos en dólares de la principal actividad exportadora del país no siempre terminan en el bolsillo de quien produce. Por otro lado, a pesar de la importante ganancia, queda tierra bajo la alfombra: la reducción de cerca del 50 por ciento de las explotaciones agropecuarias (EAP) (INDEC, 2019); la erosión de los suelos en extensas zonas, especialmente después del boom de la soja (Ministerio de Ambiente, 2018); y una desarticulación de antiguas infraestructuras que hicieron a los campos durante décadas (Leguizamón, 2020).
Una gran cantidad de productores y productoras agropecuarios (más de los que nos imaginamos) se volcaron en los últimos años a la agroecología en explotaciones extensivas (C20, 2022). Es decir, en campos que van desde las 30 a las 5000 hectáreas.
Mi tesis doctoral, actualmente en desarrollo, estudia las razones de ese salto a otra vereda. El cambio de un modelo a otro no solo implica una etiqueta, sino una enorme modificación en las prácticas agropecuarias hacia adentro de cada campo. ¿Qué motiva semejante cambio de producción y de vida? Hasta ahora encontré que eso obedece a una valoración ambiental distinta (Seminario IRNAD, 2022). Llevo recorridos, al momento, más de tres mil kilómetros por rutas de la Región Pampeana y pude observar que las historias de vida, las trayectorias de cada persona dedicada a la producción, muestran que su valoración de la naturaleza tiene un peso significativo a la hora del pasaje de un modelo convencional a uno agroecológico.
Según corroboré, cada una de las personas entrevistadas entiende las decisiones económicas a partir de preferencias de tipo ambiental.
En ese sentido, si bien estos productores y productoras persiguen cálculos utilitaristas en sus esquemas productivos, al momento de tomar decisiones (especialmente económicas) priorizan las ideas ambientales.
Esta situación es importante principalmente en dos aspectos: Primero, en un contexto donde el cambio climático empieza a sentirse fuerte en una de las principales variables que afecta la actividad agropecuaria (eventos climáticos extremos como sequías, inundaciones o golpes de calor), las condiciones ambientales de las explotaciones agropecuarias se vuelven una prioridad de la actividad (Al Margen, 2020).
Segundo, la recuperación de la vida social y cultural en el sector rural es imprescindible si pretendemos constituir un país que integre su principal actividad económica con el resto de la sociedad (Radio Nacional LRA 30, 2022).
Finalmente, creo que como investigadores (en formación o no) deberíamos ir un paso más allá que la producción de publicaciones científicas y apuntar a la consolidación de un rubro que tal vez no está lo suficientemente valorado al momento de las evaluaciones: la divulgación. Multiplicar los puentes entre los medios de divulgación y las investigaciones científicas es una tarea por afianzar. Así como tender redes entre la divulgación y el diseño/implementación de políticas públicas.
La página del Área de Ambiente y Política de la Escuela de Política y Gobierno (EPyG) de la UNSAM es un ejemplo de eso que intentamos llevar a cabo. Sin embargo, no existen incentivos suficientes para acciones concretas, para pensar la divulgación como una pata imprescindible de la ciencia en general.
*Licenciado en Administración Pública por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Becario doctoral del CONICET en el Instituto IIDyPCa-UNRN/CONICET. Es miembro e investigador del Área de Ambiente y Política de la UNSAM.