Uno de los temas del debate diario acerca de la inflación se asocia a la posibilidad o no de desacoplar los precios internos de los precios globales de los commodities. La matriz energética argentina depende del gas en aproximadamente un 55 por ciento, seguido del petróleo, con el 29 por ciento. El 42 por ciento de la demanda nacional de gas se utiliza para generar energía eléctrica. La transición al gas de la matriz energética nacional ya ocurrió. El impacto de esta transición es haber dejado instalada una estructura de consumo gasífero que ahora hay que sostener, o cambiar.
La estructura de la matriz energética, altamente dependiente de combustibles fósiles, difícilmente pueda desacoplarse de los precios globales. En todo caso, el desacople solo es posible en base a subsidios que, si bien no son una mala palabra, implican poner en un barril sin fondo recursos que podrían ser utilizados de otra manera.
Por ello, es urgente reducir el peso del gas en nuestra matriz energética, no aumentarlo. A favor de aquellos que apuestan a un modelo exportador, esto generaría incluso saldos exportables para el ingreso de dólares, tan necesarios en el marco de la herencia macrista. Hay muchas opciones para hacerlo. La mayoría de ellas podrían estar asociadas a desarrollos nacionales, al empleo y al consumo interno y dar lugar al ahorro de las divisas que demandaría la importación de gas.
Existen fuertes opciones de disminución del uso del gas en la generación eléctrica, que es donde más maduras están las tecnologías renovables. Sin embargo, este artículo se va a concentrar en las aplicaciones térmicas.
Alternativas
De acuerdo a la Secretaría de Hidrocarburos de la Nación, en 2022 se estima una demanda de 48.735 millones de m3 de gas, de los cuales el 84 por ciento será de producción nacional. El resto se abastecerá mediante importaciones: 3626 millones de m3 de Bolivia, equivalente al 7 por ciento del total, a 7,46 dólares por MMBTU, y aproximadamente 68 barcos con 4406 millones de m3 de GNL, el 9 por ciento del total de la demanda, a 23,7 dólares por MMBTU. Estas estimaciones implicarían un desembolso de 3853 millones de dólares.
Ahora bien, ¿es imprescindible que siga creciendo la cantidad de gas necesaria en el país? ¿Es posible pensar en alternativas productivas que no signifiquen un incremento de la demanda de gas? ¿Cómo se relaciona esto con el desarrollo de la infraestructura?
La opción de consumir menos gas está fuertemente respaldada en diversos trabajos científicos y en propuestas de políticas públicas. Es posible cuantificar considerables ahorros energéticos y económicos delineando algunos ejes de políticas a implementar. Entre ellas se apunta la implementación de termotanques solares para calentamiento de agua sanitaria, eficiencia en el consumo de agua a partir de reductores de caudal, uso racional de termostatos en sistemas de acondicionamiento térmico, reducción del sobreconsumo en la región Patagónica y mejoramiento de la aislación térmica de las viviendas.
Termotanques
Cada uno de estos ejes conlleva particularidades de planificación e implementación. A modo de ejemplo, se aborda aquí la implementación de termotanques solares. Este eje es de suma importancia porque aproximadamente el 25 por ciento del consumo de energía térmica de un hogar se destina a calentar agua. También cabe considerar que un 10 por ciento lo acarrea el consumo pasivo de pilotos.
Si contemplamos el total de usuarios residenciales de gas natural y GLP de Argentina, el consumo asociado al calentamiento de agua es de aproximadamente 16 millones de m3/día de gas equivalente. Al consumo de agua caliente por parte de los usuarios residenciales se le agrega un consumo de 6 millones de m3/día de los usuarios comerciales y entes oficiales en el mismo rubro. Por lo tanto, la energía usada en calentamiento de agua en Argentina es del orden de los 22 millones de m3/día de gas equivalente, o aproximadamente 8.030 millones de m3 de gas equivalente por año. Esto es exactamente la misma cantidad de gas que Argentina debería importar en el 2022.
El Programa de Desarrollo de la Industria Solar Térmica (PRODIST) del Ministerio de Desarrollo Productivo apunta en esta dirección, y entendemos que es una herramienta clave a fortalecer.
Estas opciones son complementarias y se pueden secuenciar de diversas maneras. Por ejemplo, si el 25 por ciento de los usuarios residenciales adoptara sistemas solares híbridos de calentamiento de agua y el resto pasara sus equipos convencionales a equipos clase A de eficiencia, y además se lograra un ahorro de agua del 35 por ciento mediante la implementación de aireadores, el ahorro en consumo de gas residencial sería de unos 7,7 millones de m3 por día (2810 MMm3 por año, el 35 por ciento de todas las importaciones previstas para el 2022).
Lo notable de este ahorro es que se produce en el consumo base, es decir el que ocurre todos los días y, por lo tanto, afecta al consumo medio. En lo económico, a precios promedio de importación de gas en 2022, se obtendría un potencial ahorro de divisas de 1348 millones de dólares.
Es más rentable para el Estado, en el corto y mediano plazo, subsidiar y fomentar la instalación de termotanques solares y recambiar equipos eficientes de calentamiento de agua, que correr detrás de las importaciones de gas, con alto impacto socioambiental y sumamente sensible a la arquitectura geopolítica, como lo demuestra el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania.
Esfuerzos
Extender las redes de gas deja instalado un incremento de la demanda futura que solo podría ser sostenido con subsidios que podrían tener otro fin. Esto no se trata de que los 4,8 millones de hogares que no tienen gas no se desarrollen. Dichos hogares tienen acceso a la electricidad y se deben mejorar las redes y ampliar la generación renovable para abastecer esos usos y establecer mecanismos de subsidios que fomenten la equidad. Lo que hace falta no es gas en sí mismo sino resolver las necesidades de la población.
Una de las claves es aceptar que la transición energética se dirige a una mayor electrificación. Esto es central. En nuestro país las redes eléctricas llegan a un 99,3 por ciento de la población, por lo que las condiciones son apropiadas para profundizar esta electrificación y hacerlo con más renovables y menos gas.
Si fuera posible desprenderse de algunas ataduras epistemológicas, se podría ver que las opciones de políticas energéticas son múltiples. Es difícil vislumbrar muchas de ellas porque no son alternativas que generan consumo sino que evitan consumo. Pero esto no implica que no se genere empleo o trabajo para desarrollarlas.
Sin dudas, es más complejo discutir cómo no consumir energía en lugar de dar rienda suelta a una demanda sin sentido. Pensar en consumir menos es disruptivo, aun cuando consumir menos genera trabajo, rompe la concepción mercantil capitalista de la energía y define un escenario que desconcierta la visión corporativa de la energía.
*Observatorio de Energía y Sustentabilidad – UTN FRRo