Las productoras y showrunners Liz Flahive y Carly Mensch están de regreso, luego de poner en pantalla la popular serie GLOW, que bajó las persianas en la tercera temporada a pesar de los anuncios de una cuarta, que finalmente terminaría cayendo bajo las garras de la primera ola de covid-19. Pero su nuevo proyecto, Roar, es una criatura de otra raza, por varias razones. En principio, porque abandona el formato al uso de la mayoría de las producciones seriadas contemporáneas –continuidad capítulo a capítulo, revelaciones en el final de las temporadas, causas primeras de la “fidelidad” del espectador a la trama– para acercarse a los modos de los relatos unitarios. Aunque unidos por un origen y una temática en común: ocho de los treinta cuentos escritos por la irlandesa Cecelia Ahern y reunidos en el volumen Roar: Thirty Women, Thirty Stories, todos ellos con mujeres como protagonistas y temáticas que rozan o abrazan algunas de las causas del feminismo. Casi todas las historias, además, incluyen uno o más elementos fantásticos, como ocurre en los textos de origen, recorriendo tonalidades que van del cuento de hadas oscuro al horror biológico, pasando por la ciencia ficción, el cuento de fantasmas y la fábula con animales parlanchines, aunque bien lejos de la tradición de Esopo. La serie debuta el próximo viernes 15 de abril, con todos los episodios disponibles ese mismo día, y fue producida en gran medida por un equipo de mujeres, entre ellas Nicole Kidman, quien se reservó el papel central de uno de los relatos. Los siete restantes están protagonizados, entre otras, por actrices como Cynthia Erivo, Merritt Wever y Alison Brie, esta última un rostro inmediatamente reconocible por su participación central en GLOW. Siguiendo la descripción de la solapa del libro, que permanece inédito en español, cada cuento “explora los dilemas y aspiraciones de las mujeres en cualquier lugar del mundo, tocando cuestiones como el matrimonio, la crianza, la política y la carrera profesional. Mientras estas mujeres luchan contra obstáculos muy diversos, su realidad es moldeada por cómo son vistas por los demás y, en última instancia, por cómo perciben el poder dentro suyo”.

No se trata de una primera vez para Cecelia Ahern. Su primera novela, Posdata: te amo, publicada cuando tenía apenas veintiún años, fue llevada al cine tres años más tarde con dirección de Richard LaGravenese y Gerard Butler y Hilary Swank en el reparto, seguida por Donde termina el arco iris, que bajo el título Los imprevistos del amor fue estrenada en Argentina en 2015. Cuando Ahern, hija del ex primer ministro de Irlanda Bertie Ahern, visitó la Feria del Libro de Buenos Aires en 2017, fue recibida con ovaciones por un fiel público lector, en su mayoría adolescente, además de largas filas para recibir autógrafos en las ediciones locales de títulos como Si pudieras verme ahora, Un lugar llamado aquí y Cómo enamorarte. Los relatos de Roar, sin embargo, dejan de lado las constantes de la novela romántica realista para abordar cuestiones tal vez un poco más complejas. ¿Cómo definir si no lo que le ocurre a Wanda, una escritora que acaba de dar el batacazo con su primera obra y viaja a Los Ángeles con la intención de reunirse con un grupo de productores y discutir los términos de una posible adaptación al cine? El título, La mujer que desapareció, da una pista de lo que está por ocurrir: Wanda (Issa Rae) comienza a percatarse de a poco, sin terminar de creérselo, que a su alrededor nadie parece notar su presencia. Literalmente. Hay lugar para el humor angustiante, al tiempo que la posibilidad de la alegoría comienza a caminar bien cerquita del personaje, aunque afortunadamente la bajada de línea es abortada antes de que sea demasiado tarde (lo mismo puede decirse de la mayoría de las historias, con una notable excepción). Entrevistada por el periódico de su país Irish News, la autora declaró que “en la superficie, estas mujeres son divertidas y algo raras, pero la raíz de cada cuento es real y conmovedora. Mientras los escribía me sentí realmente conmovida, porque tienen que ver con cuestiones reales como la culpa, la confusión, la frustración, la intimidación, el agotamiento. Esos momentos privados en los cuales una mujer siente el deseo de rugir”. Roar, dicho sea de paso, se traduce como “rugido”, que en el caso de las heroínas de estas historias puede ser el resultado de la angustia, la insatisfacción, el dolor, la bronca, la desesperanza o todo eso junto y revuelto.

La mujer que desapareció es el primer capítulo tanto de la serie como del libro, y para Ahern fue el relato que definió el tono de los que vendrían después. “Comenzó a tomar forma después de un encuentro en Los Ángeles con un agente de casting que había estado hablando sobre ciertos aspectos demográficos de la televisión. Fue hace unos ocho años y básicamente afirmaba que no existe nada para las mujeres mayores de 55. Hablaba acerca de cómo el grupo de 18 a 55 años es tan importante y que toda la publicidad está destinada a esa franja. Eso me hizo pensar que el otro grupo no tiene una voz para expresarse, lo cual me dio la pista para el cuento, sobre cómo una mujer comienza literalmente a desvanecerse ante sus propios ojos y los de los demás”. La segunda entrega, La mujer que comía fotografías, es sin duda una de las más destacadas de la antología, no sólo por la presencia por Nicole Kidman y Judy Davis en el rol de hija y madre, respectivamente, sino por la delicada interacción entre el naturalismo y la fantasía desbordada. Rodada en Australia e interpretando el papel de una australiana –lo cual le permite a la actriz recuperar su acento natural, pulido hasta el último detalle en Hollywood, además de manejar una van en el asiento de la derecha–, Kidman encarna a una mujer que deja a su marido por unos días para atravesar de punta a punto el país y visitar a su madre. En realidad, el viaje tiene otro sentido y destino final: trasladar a la anciana a la casa del matrimonio ante el avance de una enfermedad degenerativa que le está haciendo perder progresivamente la memoria. Y de eso, precisamente, va la cosa: cuando el reencuentro finalmente se produce –entendiendo varias chispas: la relación entre ambas no es precisamente sencilla– y la hija se topa con unos viejos álbumes de fotografías, el instinto la lleva a devorarlas, una manera poco ortodoxa pero efectiva de recuperar los recuerdos como si se los estuviera reviviendo, uniendo temporalidades y espacios. El paso del tiempo, la vejez, la cercanía de la muerte, temas universales y atemporales que, en el caso de Roar, son descriptos siempre desde una mirada femenina.

La mujer que cuidaba gónadas, uno de los nombres más estrafalarios de la antología literaria, no resultó elegida para su traspaso a las pantallas, pero sí lo fue La mujer que era alimentada por un pato, la extraña historia de una joven estudiante de medicina (Merritt Wever) que, cansada de tener citas con hombres con los cuales rápidamente rompe una relación incipiente, comienza a tener un vínculo con un pato parlanchín con el que se cruza todos los días en el parque. Pariente lejano de la mula Francis y otros animales con capacidad intelectual elevada y perfecta dicción, el ave en cuestión se transforma rápidamente en un sucedáneo de tanto humano “averiado” –en palabras de la protagonista–, una historia que no teme acercarse a la posibilidad de la zoofilia, aunque más no sea en un sentido fabulesco. Mucho más seria e incluso grave, La mujer que encontró marcas de mordeduras en su piel refiere directamente a un tema de sencilla identificación para cualquier madre reciente: la culpa ante el “abandono”, cuando la necesidad de reintegrarse al trabajo implica tomar una distancia con el recién nacido, situación que hasta ese momento parecía inimaginable. Como si se tratara de una película de David Cronenberg, el personaje interpretado por Cynthia Erivo comienza a manifestar una serie de lastimaduras, cuya silueta dibuja inconfundiblemente la forma de las mandíbulas, en particular cuando los viajes laborales comienzan a ser recurrentes. El femicidio como tema y excusa narrativa recorre la media hora (la duración de todos los capítulos) de La mujer que resolvió su propio asesinato, en el cual una joven asesinada en un camping (Alison Brie) intenta ayudar a un par de detectives a encontrar el responsable del crimen. A pesar de la diatriba final, demasiado exuberante dado el contexto, pero sin duda pertinente, la historia está atravesada por un humor marcadamente negro que incluso se da el lujo de homenajear el clásico Ghost, la sombra del amor.

Mujeres en problemas, mujeres insatisfechas, mujeres enfrentadas a miedos desconocidos, mujeres en tránsito, mujeres a punto de cambiar sus vidas. Una mujer que parece haber cumplido el sueño de encontrar a su príncipe azul para terminar sus días exhibida como un trofeo en su propia casa. Otra mujer que, luego de varias décadas de matrimonio, devuelve a su esposo en el lugar donde lo adquirió. Una chica amante de los caballos que decide vengar la muerte de su padre, en el único relato de época de la antología, un western atípico que ofrece una aparición especial de Alfred Molina. Respecto de la cualidad atípica de varios de estos relatos, Ahern admite que no es muy buena hablando. “Soy mucho mejor escribiendo. Me resulta muy dificultoso explicar que significa mi trabajo de forma oral. He leído la autobiografía de Sinead O’Connor, uno de mis libros favoritos en mucho tiempo, y en cierto momento ella dice que, si pudiera explicar sus canciones, no las hubiera escrito. Siento algo parecido con mis libros. Si pudiera explicar las historias no hubiera escrito un relato de ficción con estos personajes en un universo determinado. De alguna manera, mis ficciones me ayudan a encontrarle un sentido al mundo. Supongo que el sentido último de Roar es ese: encontrar una voz positiva que provoque un cambio en tu vida y en tu beneficio. Sigo creyendo que la bondad es la única forma: la gente que grita es escuchada más rápido, pero prefiero hacerlo a mi manera”.