Diez días después del inicio de la Guerra de Malvinas, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense tenía una preocupación central: el Batallón de Inteligencia 601. Los espías norteamericanos decían que el personal diplomático en Buenos Aires estaba en la mira del brazo operativo de la Jefatura II de Inteligencia del Ejército y que podría ser desaparecido, según surge de archivos desclasificados por Washington que fueron analizados y puestos a disposición por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Abuelas de Plaza de Mayo y Memoria Abierta.
El Batallón de Inteligencia 601 funcionaba en el edificio ubicado en Viamonte y Callao. La embajada estadounidense sabía bastante de su funcionamiento para el año 1982. Tenía fuentes –confiables y no tanto– en ese reducto del ejército creado en 1968 y puesto a funcionar como un engranaje clave de la represión desde 1975. Entre otras funciones, el Batallón se encargaba de concentrar la información que salía de los centros clandestinos de detención y, de esta forma, alimentaba la maquinaria de tortura y muerte con la determinación de nuevos blancos.
Muchas de esas fuentes aún siguen estando protegidas por las tachaduras que colocó el gobierno estadounidense al momento de desclasificar los archivos que reclamaban los organismos de derechos humanos. Un ejemplo de estos documentos fue el cable que la CIA envió en abril de 1982, a días del inicio de la aventura final de la dictadura.
La CIA informaba el 12 de abril de 1982 que el Batallón de Inteligencia 601 estaba haciendo planes de contingencia para desaparecer a ciudadanos estadounidenses en la Argentina si el gobierno de Estados Unidos adoptaba una posición pro-británica. En el cable se puede leer que desaparecer –según explicaba una fuente que permanece en el anonimato por la tachadura– significaba “matar”.
El informante de la CIA no había dicho cuántos estadounidenses podrían convertirse en blanco del Batallón 601 ni específicamente quiénes serían. Sin embargo, hizo referencia a personal de inteligencia y de seguridad de la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires como potenciales víctimas del accionar del 601. “Estos planes de contingencia podrían ponerse en práctica dentro de las 48 horas si el gobierno de los Estados Unidos adoptase una posición pro-británica”, advertía.
Para la CIA, entre la tardecita del 11 de abril y la mañana del día siguiente, el Batallón de Inteligencia 601 había empezado a ponerse en movimiento. A los agentes les habían pedido que informaran todo lo que sabían sobre el personal de la embajada. Pero la inteligencia estadounidense manejaba la información de que el Batallón podría también hacer foco en 500 residentes británicos en el país.
Según les habían informado, en el Batallón contaban con una coartada para culpar de esos ataques a Montoneros: tenían en su poder una instrucción firmada por Mario Firmenich. El texto de Montoneros efectivamente existía, según puede leerse en la web El Topo Blindado. El 9 de abril, Mario Firmenich había llamado desde La Habana a sabotear compañías inglesas afincadas en Argentina. Entre otras, mencionaba que había que ocupar y nacionalizar a Shell, Banco de Londres– Lloyds Bank, Nobleza Piccardo-British American Tobacco y el Grupo Unitam-La Forestal.
Secuestros de periodistas
Un mes después de ese cable de la CIA, tres periodistas británicos que trabajaban para Thames TV fueron secuestrados cuando salían del edificio de la Cancillería. Los subieron a un auto y los llevaron hasta un campo cerca de Pilar, donde los desnudaron y los hicieron caminar como si fueran a fusilarlos. Sin embargo, sus secuestradores se subieron al Ford Falcon y se fueron cuando ellos tiritaban de frío y miedo. Eso sí: antes de sacarles la ropa, se habían ocupado de vaciarles los bolsillos y quedarse con los dólares que tenían los reporteros. Julian Manyon relató los pormenores del secuestro en un libro que acaba de publicar, Kidnapped by the Junta (Secuestrado por la Junta).
El secuestro de los periodistas ingleses dio la vuelta al mundo. El diario El País publicó también que, en simultáneo, había sido secuestrado el corresponsal estadounidense Christopher Jones, de Metromedia-Canal 5, y liberado una hora después. Los raptos se sumaban a las detenciones de otros tres periodistas ingleses en Río Grande.
Para la CIA era claro que tras los secuestros estaba el Batallón 601. En un cable escrito el 26 de mayo de 1982, la agencia decía que el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri estaba personalmente interesado en los secuestros. “El liderazgo del ejército cree que las acciones fueron llevadas a cabo por miembros del sector de guerra psicológica del Batallón de Inteligencia 601, el brazo operativo del Servicio de Inteligencia del Ejército”, se lee en el informe.
Según la CIA, en el Batallón 601 era un secreto a voces quiénes eran los secuestradores, pero el “código de honor” les impedía delatarlos. Casi cuarenta años después, Manyon cree reconocer a Aníbal Gordon como uno de sus secuestradores. Gordon, para entonces, estaba dedicado a los secuestros extorsivos con parte de la banda que lo había secundado cuando regenteaba el centro clandestino de detención conocido como Automotores Orletti, que dependía de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y funcionaba como una de las bases del Plan Cóndor en el país.
¿Por qué el 601 habría secuestrado a los periodistas? La CIA no lo sabía. “Tampoco hay información acerca de si los niveles superiores del Batallón 601 autorizaron los secuestros. Si hubo tal autorización, se especula que podría haber sido diseñada para desestabilizar a Galtieri por sus concesiones a los británicos o para forzar una ruptura de las conversaciones con los británicos en Naciones Unidas”, sostenían los analistas de la CIA.
Para entonces, el coronel Julio César Bellene estaba a cargo del Batallón. Bellene era un hombre de carrera en el Batallón y había llegado a la jefatura después de un paso por Contrainteligencia y de ser el segundo jefe de la unidad antes de pegar el salto hacia la cima. Fallecido poco tiempo después de la reapertura de los juicios, Bellene no llegó a ser condenado por los secuestros y desapariciones en los que participaron sus hombres del Batallón durante la Contraofensiva montonera.
Operaciones psicológicas
La guerra de Malvinas fue un parteaguas en la embajada de Estados Unidos en la Argentina. El temor que tenía la CIA de que sus diplomáticos pudieran ser desaparecidos impregnó a la representación diplomática, que borró gran parte de sus archivos –según puede leerse en un par de comunicaciones con el Departamento de Estado–. Entre otros, la embajada destruyó, durante el tiempo que duró la guerra, documentos vinculados a sus averiguaciones sobre personas que estaban desaparecidas.
En los primeros días de junio de 1982, en la embajada ya empezaban a pensar qué pasaría cuando la guerra hubiera terminado. Los diplomáticos decían que Galtieri alentaba sentimiento anti estadounidenses, lo que era parte de una campaña psicológica para culpar a Estados Unidos “por el desastroso resultado de la aventura en las Falkland”. Sin embargo, no creían que eso pasara a mayores.
La evaluación de la embajada era que después de los secuestros de los periodistas el Batallón 601 había sido puesto bajo la lupa. “El gobierno claramente desaprobó su acción. No vislumbramos una vuelta a esas actividades en el futuro”, le informaban al Departamento de Estado.
Para el final de la guerra, en la embajada evaluaban que lo que la CIA había informado en abril sobre posibles desapariciones de personal de inteligencia y de seguridad de la representación diplomática en manos del Batallón 601 también podría haber sido una operación psicológica. ¿Los espías de la dictadura argentina habían engañado a los espías de la CIA?