Ponele que Inframundo es una historia de terror. Ponele. También podrías decidir que la novela gráfica de Xina Ocho -su primera apuesta extensa- es una experiencia de realismo mágico trash, un coming of age con toques demoníacos y, por qué no, alguna salpicadura de autobiografía. Es parte de lo lindo que tiene Inframundo, que esquiva ciertas innecesarias definiciones formales y pone por delante una historia que contar.
La de Caro, una veinteañera que arranca rota en la primera página, porque su vida es eso: reviente, darse vuelta en bares bastante seguido y bardearla en el laburo. Mientras, una criatura oscura acecha y las estanterías andan flojas de tornillos.
"En 2017 tuve una conjunción de un montón de situaciones: laborales, afectivas, familiares, cosas que les pasan a todos, una crisis de sentirme muy agobiada y no saber qué hacer con eso", recuerda ante el NO. Hizo terapia y dibujó. Los ataques de pánico seguían y también la crisis con su carrera: se graduó rápido de arquitecta y ese fue "parte del problema", porque hizo mucho "por inercia" y empezó a darse cuenta de que, capaz, eso de planificar casas no era tan lo suyo como suponía.
Una amiga la animó a escribir lo que le pasaba. Para hacer catarsis. Para ver desde fuera lo que le pasaba. "Hacía cosas chiquitas para Instagram, cosas autobiográficas llevadas al humor, pero no tenía capacidad de dibujar algo tan largo", cuenta. Le faltaban lecturas y herramientas. En ese sentido, Xina es un exponente de una generación que llegó al universo de las viñetas de costado, sin gran información previa; pero que encontró en dibujos y globitos de diálogo un modo de contar lo que le pasaba.
Algunos años más tarde, es evidente que Ocho encontró las lecturas correctas y las herramientas que mejor le calzan. Y también se trasluce algo de su formación como arquitecta. Casi todo Inframundo transcurre en interiores o en espacios de algún modo habitados. Y no son decorado sino tan parte del relato como los personajes que envuelven a la protagonista.
► La canaleta de la histeria
"Primero la historia iba a ser más full autobiográfica porque no tenía aceitado el cómo hacer autoficción, lo mío era vomitarlo y dibujarlo. Pero con el tiempo fue mutando y me dio cringe exponer tanto de eso, aunque también quería darle un cierre, un sentido, probar hacer una ficción siendo fiel a las emociones de lo que había bajado."
En esa línea, hay una clave de la obra de Xina Ocho, que probablemente sea lo que la vuelve tan genuina. Mientras otros autores hablan de respetar la idea original, o ciertos hechos en los que puede haber inspirado el relato, ella busca poner en el papel las emociones. "Tenía la idea y cuando la estaba haciendo, ¡me abordaba el caos!", explica.
"Tengo compañeras que arman su sinopsis, su escaleta y... yo traté y no me salió. Arranco a dibujar y en un momento me doy cuenta de que para que quede como quiero, para representar esta emoción, tengo que cambiar este personaje; o imaginar una conversación real para plasmar ese sentimiento. No fue planeado, fue todo más rústico", profundiza.
Quizás también por eso los personajes tamizados por la mirada de la protagonista son tan creíbles. Además, claro, de su retahíla de errores, cagadas y desaciertos de buenas (y no tanto) intenciones.
► Sentada en el sillón
"Quería convivir con la idea del error, de que los seres humanos somos defectuosos; y mostrar eso sin juzgar, sin bajar línea. Me pasan cosas y por más que después las pueda racionalizar, actúo de una manera, es lo que es, así es la vida. Me parecía interesante mostrar eso sin cerrarlo con una moraleja. Hablo de convivir con la depresión, la ansiedad. No son cosas que se resuelven, y ahí quería algo lo más verosímil posible, más allá del elemento de la fantasía."
Si Caro es un bardo, su barra amiga tampoco se rescata mucho. "Me pasó de vivir amistades de manera muy egoísta, donde tomás las cosas que te duelen, o sólo una parte, y después te das cuenta de que eso no fue objetivo sino subjetivo", agrega la autora.
"Caro es muy caprichosa y también recuerdo en mis veintes haber tenido actitudes caprichosas con mis amigos. No tenía muy trabajados los límites, pero en esa época estábamos todos muy en cualquiera y de modo muy adolescente pensaba que todo me afectaba a mí nada más, sin registrar que a los otros también les pasan cosas, o que quizás no tienen las herramientas para acompañarte como necesitás", reflexiona.
En ese bardo, una de las cosas interesantes del libro es que -sin spoilear- los temas no se resuelven, como suele esperarse en este tipo de cosas. Hay un... algo. Puro realismo. "A veces las cosas no se resuelven -tira la Ocho-, quedan inconclusas y tenés que aceptar la realidad y tu presente. Y sos vos sólo sentado en tu sillón. Después eso pasa. A veces se sale adelante, otras no, vienen otros problemas y ya."