¿Puedo contar mi historia Bill Murray? Una década atrás tuve un trabajo como agente de prensa en una compañía de whisky en el Festival Internacional de Cannes. Nuestra oficina estaba justo arriba de un Hotel Martinez lleno de estrellas, y para celebrar la noche de apertura el hotel nos había dado una botella de champagne. En el preciso momento en que la descorchamos, como si hubiera sido convocado por el sonido del corcho, Murray se materializó en el salón y preguntó: "¿Estamos bebiendo?" Antes de que pudiéramos darnos cuenta, estaba llenando nuestras copas y obsequiándonos con sus planes para "provocar caos" en el festival. Nuestros jefes estaban lívidos, por supuesto. De algún modo habíamos hecho aparecer a Bill Murray en nuestra oficina y se estaba tomando nuestro champagne.
Han pasado 45 años desde que Murray explotó en la conciencia pública como integrante del elenco de Saturday Night Live, y en todo ese tiempo el inexpresivo actor cómico se hizo casi tan célebre por aparecer en lugares inesperados de la vida real como por sus protagónicos en Cazafantasmas, El día de la marmota y Perdidos en Tokio. Hay incontables historias de Bill Murray, como esa que lo ubica rockeando en una fiesta estudiantil en Escocia y lavando los platos; o la vez en que manejó un taxi de Oakland a Sausalito mientras el chofer le daba una serenata con un saxo en el asiento trasero. Se ha colado en despedidas de soltero y sesiones de fotografía de casamientos, desactivando las ideas sobre la resguardada vida de una celebridad con sus espontáneos, dadaístas arrebatos de juguetona curiosidad.
De todos los lugares inesperados en los que apareció, el casi bimilenario escenario del Odeón de Herodes puede ser el más extraño. El teatro, ubicado en la ladera suroeste de la Acrópolis de Atenas, es el escenario de su nueva película, New Worlds: The Cradle of Civilization. Abre con imágenes de Murray trepando por sobre las cabezas del público, con un gran bouquet de rosas rojas encajado en un brazo mientras lanza las flores a la gente, una a una. Filmada en junio de 2018, en un momento en el que lo único que había que temer al lanzarse sobre una multitud era caer a un costado, se ve como pura libertad, una especie de cápsula del tiempo.
"Es que es una máquina del tiempo", dice Murray, inhalando con fuerza. "Me acabás de hacer tomar una buena bocanada de aire". El actor habla por videollamada desde alguna suite anónima de un hotel neoyorquino, vestido con una camisa gris abotonada y un suéter que recuerda al que usaba como el oceanógrafo de La vida acuática de Steve Zissou, de Wes Anderson. No hay nada como una pandemia global, dice, para romper todo plan de interacción espontánea. "Recién fuimos con un amigo a pasear el perro, y usábamos máscaras, y todos usaban una máscara. ¡El perro es el único que está completamente vivo!", se lamenta. "Está viviendo su vida de perro. El resto de nosotros está temiendo morir, temiendo matar, con lo que usamos máscaras y nos vacunamos, y así. Para nosotros es el momento más desafiante de este ciclo de la vida. No tuvimos una guerra mundial o una depresión económica, las cosas que tuvieron nuestros ancestros. Esta es la mano con la que tenemos que lidiar, y si te retirás no podés ganar."
Junto a Murray está Jan Vogler, un alemán de gafas, cellista clásico y con el polo negro de rigor. La historia Bill Murray de Vogler quizá se la mejor de todas. En 2013, mientras embarcaba en un vuelo de Berlín a New York, Vogler sintió un toque en el hombro. Era Murray, preguntándole cómo iba a arreglarse para meter su enorme estuche de cello dentro del avión. Claramente no iba a poder embutirlo en los lockers. "Pensé que estaba escandalizado cuando le dije que mi cello iba a tener el asiento de ventanilla, pero le argumenté que tenía que ir ahí porque si me sentaba yo junto a la ventanilla no podría escapar en caso de una emergencia", explica Vogler, con bastante lógica.
Por casualidad, los dos hombres y el instrumento terminaron sentándose cerca en el vuelo, con lo que Vogler aprovechó la oportunidad para ver por primera vez a Murray en El pelotón chiflado (Ivan Reitman, 1981). "Pensé que era muy especial, tener a Bill al lado y ver El pelotón chiflado", dice el músico. "Disfruté enormemente la película. Fue una fantasía. Si alguna vez me hubiera unido al ejército, probablemente habría sido tan odioso como esos tipos." La boca de Murray se curva en una sonrisa. "El no sabía por qué yo estaba en primera clase, y luego vio que mi película estaba disponible."
Desde ese primer encuentro, una amistad floreció. Un par de años después, Murray invitó a Vogler a un paseo poético por New York en el que el actor recitó “A Song for the Open Road” de Walt Whitman. El dúo comparte el amor por la música clásica y la literatura, y las semillas de una colaboración quedaron plantadas. Juntos soñaron un show que podía poner grandes obras de la literatura estadounidense en forma de diálogo dentro de grandes obras de la música clásica europea. En la ola de la elección de Donald Trump como presidente en 2016, sintieron que su idea podía ayudar a reactivar la conversación sobre de qué se habla exactamente cuando se mencionan los "valores americanos".
"Cuando empezamos, en mi mente Estados Unidos estaba en una especie de eclipse", dice Murray. "Sentí que la gente no se daba cuenta de lo que estaban haciendo con el país. Nos quedamos con esta imagen del buen tipo que rescata a todos y ayuda a la gente y todo eso, pero parecía que las puertas al mundo estaban cerradas. De algún modo estábamos representados como aislacionistas e irrespetuosos hacia el resto del mundo, y no creo que la mayoría de los estadounidenses se sientan de esa manera."
La pareja armó una lista que incluía piezas de Shostakovich, Schubert y Bach, lecturas de autores estadounidenses como Whitman, James Fenimore Cooper y Ernest Hemingway, canciones de Tom Waits y Van Morrison y algunas otras melodías leves para el show. Vogler incorporó a la violinista Mira Wang y la pianista Vanessa Perez para acompañar a Murray en el micrófono; el cuarteto llevó el concierto a la ruta en 2017 y 2018, con 63 presentaciones en más de 20 países. Murray está bien al tanto de que muchos de sus fans no lo asocian con semejante material, pero eso era parte del atractivo. El quería encontrar una manera de hacerlo accesible, y al comienzo de la performance filmada bromea de manera irreverente: "Esto que hacemos es pura basura". Quiere desafiar a la audiencia.
"Había gente que decía 'Oh, me gusta ese Bill Murray, he visto sus películas. Es gracioso'", dice el actor. "Y entonces, luego de las primeras tres canciones, empieza a preguntarse cómo se metieron ahí. '¿Tuvo un ataque o algo? ¡Este no es el tipo que conocimos!' No es que tome eso de manera personal, pero sí sentí que en el público había una sensación de 'ah, carajo'. Con lo que dije eso de manera muy natural una noche y tuvo una reacción tan buena que de algún modo rompió la tensión. La gente empezó a sentir que podía soportar una más. Y entonces era recompensada con otra más liviana y más divertida y más atractiva."
Eso no significa que el show esté desprovisto de Murrayismos. Uno de los pasajes más reveladores es un pasaje de París era una fiesta. Allí, Hemingway se encuentra con un pintor, Pascin, que está sentado en un bar con sus dos hermosas hermanas. Hablan y flirtean, pero al final de la historia nos enteramos que mucho después Pascin se suicidó. Hemingway intenta recordarlo como alguien feliz: "Dicen que las semillas de lo que haremos están en todos nosotros, pero siempre me pareció que aquellos que hacen bromas en la vida tienen semillas cubiertas con mejor tierra, con un grado más alto de abono."
Es una línea que podría estar en el epitafio de Murray. "Lo de 'un grado más alto de abono' puede sonar como un chiste, pero quiere decir que digeriste una mejor clase de material", dice. "Hay algo que incorporaste y que se arregla para formar parte de vos. El subproducto es algo que es valioso para la siguiente etapa de la vida, sea una planta o una persona. Amo eso. El hecho de que sea capaz de contar esa entretenida historia con el triste final de alguien que toma su propia vida, y decir que hay un resultado positivo, que algo bueno salió de conocer a ese hombre, que no te quedás con la tristeza, que él dio más de lo que tomó, y dejó algo detrás."
Si el show empieza lento y pesado, termina con una juguetona levedad, con un medley de canciones de West Side Story. Vogler, Wang y Perez hacen un trabajo deslumbrante con la música de Leonard Bernstein, mientras Murray se mueve por el escenario tirando líneas de Stephen Sondheim. "Esas palabras tienen mucha esperanza, y mucha realidad", dice. "'I Feel Pretty' es gloriosa. Alguien diciendo 'Soy tan hermoso como cualquiera en el mundo porque estoy enamorado'. Quiero decir, se trata de eso, ¿no?"
Sondheim, quien murió el año pasado, una vez expresó su deseo de convertir la filosófica comedia de 1993 El día de la marmota en un musical. Nunca se hizo, y Sondheim comentó en 2008: "Hacer un musical sería como intentar rizar el rizo. No puede ser mejorada, es perfecta así como es. No quiero tocarla, porque es perfecta". Murray lo tomó como un gran cumplido, aunque al día de hoy dice que es una pena que nunca escuchará la versión de Sondheim. "Escuché que Sondheim era uno de varios letristas que pensaron que el desafío más grande era hacer un musical de El día de la marmota", señala. "El tipo era un poderoso visionario. Podía decir cosas, así que desearía que le hubiera dado una oportunidad. Me hubiera encantado ver qué hacía con ella. Aun cuando pensara que era difícil, sé que hubiera sido toda una bendición."
Se ha dicho que la encantadora presencia en pantalla de Murray y su aparente habilidad para vivir la vida en el momento se oscurece con una conducta a veces truculenta. Tuvo un largo enfrentamiento con su coprotagonista y director de Groundhog Day, Harold Ramis. Su compañera en Los Angeles de Charlie Lucy Liu ha declarado que le dijo en el set que no sabía actuar. Dan Aykroyd, guionista y coprotagonista de Cazafantasmas, se refirió a él como "el Murricane" (un juego de palabras entre su apellido y "huracán") por su volatilidad. Claramente hay un lado más oscuro en la persona de Murray, y no ocultó algunos episodios de depresión en el pasado. La música, dice, ha sido a menudo su salvadora. Aunque no la tocó en Atenas, una de las canciones que sí hizo en Estados Unidos fue "Angel from Montgomery" del fallecido John Prine, gran amigo de Murray y un artista al que señaló como alguien que lo rescató de sus peores momentos.
"Recuerdo a mi amigo Hunter Thompson, que era otro tipo al que la gente percibía como una especie de fuerza oscura pero en realidad tenía un maravilloso sentido del humor, hablando de John Prine", dice Murray, recordando el tiempo que pasó con el periodista gonzo en su casa en Colorado. "Recuerdo que en uno de los momentos más malhumorados de nuestro largo fin de semana dijo 'Bueno, tendremos que confiar en John Prine para el sentido del humor'. Y puso algo, y se estaba poniendo oscuro en las montañas. y escuchamos un rato a Prine. Hubo un momento en el que me sentía muy miserable y dije 'Veamos si John Prine puede ayudarme en esto'. Su canción "Linda Goes to Mars' y me cambió de inmediato." Los bordes de la boca de Murray vuelven a alzarse casi imperceptiblemente, expresando la más pequeña cantidad de diversión. "Eso fue todo. Era todo lo que era, y fue un cambio de dirección. Pensé '¡Carajo, funcionó!', No me había pasado en un buen tiempo."
A veces ese momento es todo lo que se necesita. Es el poder del gran arte levantando nuestro espíritu aún en los momentos más oscuros, lo que explica el encanto de ver a Murray retozando feliz en la Acrópolis mientras Vogler, Wang y Perez traen a la vida una música sin tiempo. Todo eso, dice Murray, lo ayudó a poner todo en perspectiva.
"Fue extraordinario", dice Murray con los ojos brillantes. "Si levantás la mirada ves el Partenón y decís '¡Dios, mirá dónde estoy!'. Fue un recordatorio poderoso: 'Eh, amigo, esta es tu vida. Mejor que la vivas ahora, volvé a donde se supone que estás bajo techo y viví y entregá todo lo que puedas ahora. Todo. En la película, cuando nos ves en el escenario, el decorado trasero es un edificio de 2 mil años. Hace que te veas casi transparente. Esta gente podría ser cambiado por alguien de hace 500 años, o de hace 1000 años, y solo estarás ahí por un segundo y luego nada. Te sentís... no exactamente nada, pero bastante cerca. Cerca. Y darse cuenta de eso te empuja a trabajar un poquito más duro."
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.