El 24 de marzo dejó una moneda en el aire. Después de la anomalía de dos años, del encierro, del temor, de las pérdidas de la pandemia que todavía no terminó, este 24 cayó en la curva todavía descendente esos días, y el cuerpo a cuerpo nos devolvió el frote colectivo, la fuerza de la manada sin la que no somos más que racimos o hilos sueltos.

Las interferencias dentro del FdT empezaron a hacer ruido, y si bien hubo que procesar muy rápido que las diferencias no son menores, también encuentran parados a todos los que lo integran --a la enorme mayoría, para no ser facilista-- junto al modelo de país que tuvimos y perdimos durante el macriato. Políticamente, a veces no alcanza con tener razón, pero un primer paso hacia la calma interna es precisamente ser racionales y entender que estamos obligados a una síntesis aunque sea provisoria, a la paciencia y al esfuerzo patriótico de maniobrar todo, todo, todo lo que se pueda, porque el totalitarismo está al acecho.

Hace poco más de un mes escribí una nota (Desnazificación) sobre la guerra en Ucrania, posiblemente el hecho histórico más distorsionado y guionado de los tiempos recientes, con censuras explícitas, la cancelación de una cultura riquísima y el negacionismo batiente desde las usinas informativas de este lado del mundo. Con el correr de los días y aunque el relato de la OTAN sigue siendo el “oficial” --sigue sin aflojar la rusofobia--, el agua fue pasando por debajo de la puerta: se pudo ver que sí había nazis a granel en Ucrania. El derrotado batallón Azov debería astillar de vergüenza a la Estatua de la Libertad, pero fue ese país que se embandera con esa palabra el que elevó a rango de estadista a un entregador sin escrúpulos. Occidente declina. Abandonó todas las formas y se exhibió como lo que es, un lado del mundo en el ocaso.

Todo ese agite global engarza en la Argentina con un negacionismo tradicional que ahora se mezcló con nuevos negacionismos que utilizan políticamente esa persistencia de rechazo a la evidencia histórica. A esta altura dan revulsión los medios, tantos medios de incomunicación que insisten con los debates: ¿cuántos fueron? ¿Qué sentido tienen esos debates si no es darles entidad a los que no deberían tener palabra pública ni micrófonos para expandir sus mentiras? Entre ellas hay que incluir la mentira de que la dolarización es una opción “analizable”. Lo que antes era comunicación y ahora es otra cosa pone en acto la teoría de los dos demonios, no solamente es Soledad Acuña la que quiere que los niños de la CABA aprendan que hubo “una guerra sucia” en la que algunos fusilaban y los otros eran fusilados. Todos los que habilitan falsos debates colaboran con la negación de la verdad.

La baja defensa institucional generada para detener a los negacionismos en la puerta del espacio público permitió que llegaran al Congreso. Hay mucha gente que cree que se debe seguir discutiendo con ellos. Gente respetable pero que cree que nada debe ser prohibido, que todo debe ser hablado ad infinitum, que lo que nos diferencia de los totalitarismos es que no prohibimos nada. Hay una caspa progresista que aumenta en cuanto se menciona la necesidad que vemos otrxs de ponerle coto, raya y final a la posibilidad en coquetear con la solución final en público.

No avanza la libertad, sino la ultraderecha, que es la negación misma de la libertad. Avanza a conciencia de que los bienpensantes jamás le pondrán los límites que ellos ponen en cualquier parte del mundo apenas rozan el poder. No nos diferenciamos de ellos dejándolos regresar: nos diferenciamos estableciendo las condiciones para que nunca más alguien pueda eliminar físicamente a miles de personas porque le resultan molestas para sus objetivos ideológicos, que siempre terminan siendo económicos.

La derecha ya es ultraderecha, como lo venimos anunciando hace mucho, porque mandó una avanzada que tiene éxito televisivo. Y así tenemos que fumarnos el apedreo al despacho de la vicepresidenta, la vandalización de símbolos, y esta semana esos afiches de vía pública. Macri se declara “absolutista de la libertad de expresión”: el que mandaba a través de sus jueces partidiarios a detener tuiteros, el que acallló las voces de más de tres mil periodistas. Ahora no estamos hablando de un tuit ni de una opinión, sino de actos de violencia política y violencia de género. ¿Se entiende la diferencia? Porque a veces parece que no se entiende. La opinión es libre, los actos violentos o su instigación, no.

El proyecto para rescatar dólares fugados que se presentó en el Senado esta semana y que será tratado también en Diputados si es que llega, por lo pronto permite zanjar sin meloneos algunas diferencias internas. Pero además, no invalida lo ya votado, no sigue con el run run: salta hacia otra posibilidad que, por otra parte, al menos les dará dolores de cabeza a los representantes de los evasores, porque a quienes se rastreará, si se aprueba, no solamente son quienes se fugaron la deuda externa, sino a los que, para hacerlo, usaron las mismas metodologías y destinos que el narco y la trata de personas.

 

Hoy es 2 de abril. Hace 40 años un gobierno totalitario quiso salvar su propio pellejo criminal amparándose en una causa descolonizadora. Siempre hemos sabido separar las cosas. Desde entonces y con más razón porque allí yacen muchos chicos que fueron, ellos sí, a pelear por su patria, Malvinas se resignificó. La resignificaron también los suicidios posteriores de excombatientes olvidados por gobiernos neoliberales, y las noticias sobre la violación de los derechos humanos de muchos soldados por parte de sus superiores, que nunca dejaron de servirle a la dictadura. Hay que defender lo propio con los dientes, porque enfrente no tenemos a gente mansa. Cada vez que pudieron le apuntaron al pueblo.