El 30 de marzo de 1982 se produjeron en la Región Argentina marchas de protesta contra el gobierno de la dictadura cívico militar eclesial empresarial.

Las manifestaciones fueron masivas, sin banderas con consignas de repudio absoluto y llevadas adelante a pesar del férreo control de los medios masivos de comunicación con amenazas de violencia estatal explícita.

En efecto, en la Capital Federal la represión fue feroz y en otras ciudades hubo también detenciones masivas y heridos y hasta muertos.

Hace 40 años en las calles resonaba el descontento y no hubo fuerza coactiva que pudiera frenarlo.

Pocos días después con el desembarco de tropas en las Islas Malvinas la dictadura encabezada por el general Galtieri ganó la adhesión circunstancial de la casi totalidad de las expresiones políticas en nombre de la "causa nacional".

Se instaló en el país el fanatismo guerrerista, la plaga nacionalista y el espíritu belicista se expandieron de modo tal que parecían haber anestesiado toda crítica al régimen genocida.

Como expresó con meridiana lucidez y contundencia León Rozitchner, se pasaba de "la guerra sucia a la guerra limpia". Hasta algunos grupos de intelectuales exiliados apoyaban la gesta nacional malvinera.

Entre tanto la guerra servía como coartada para empeorar las condiciones de vida de la población e intentar borrar de un plumazo la lucha de clases.

Fueron enviados a combatir como carne de cañón jóvenes que eran rehenes de las fuerzas armadas del Estado. Esto fue parte del filicidio perpetrado desde la década del 70. Los soldados argentinos padecieron la tortura impuesta por sus jefes.

El final de la Guerra en Las Malvinas marcó el declive irreversible de la dictadura y en las trincheras entre rendiciones incondicionales.

Las guerras siempre son la coartada de las clases dominantes para perpetuar sus privilegios y reforzar sus sistemas de dominación. De ayer a hoy.

 

Carlos A. Solero