Un caleidoscopio de treinta y un voces, puntos de vista hilvanados para contar la vida del Negro, un soldado conscripto de un pueblo en el que “no se para ni para cargar nafta”. Relatos breves que recuperan historias posibles de las vidas atravesadas por la Guerra de Malvinas a través del recuerdo de distintos personajes que de una manera u otra (los padres, la ex novia, compañeros conscriptos, soldados ingleses, isleños) lo conocieron. Una historia cosida a través del paso del tiempo que pone sobre la mesa dimensiones poco transitadas de una guerra y sus consecuencias, desde lo cotidiano y las relaciones humanas y no desde el bronce que supone el mártir sacrificial. De esto se trata Para un soldado desconocido (Adriana Hidalgo Editora), la nueva novela del escritor e historiador Federico Lorenz. “Hay contrapuntos en algunas de las voces pero también hay complementariedades”, explica a Página/12 el autor. “Me interesaban las historias, algunas más conocidas y otras no tanto, porque cada una lleva a emociones diferentes sobre Malvinas”, afirma.
Lorenz se especializa en el estudio de la Guerra de Malvinas, dirigió el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, ubicado en el Espacio Memoria (ex ESMA), y publicó otros libros referidos al conflicto en las islas, como Postales desde Malvinas o Montoneros o la ballena blanca, entre otros. “Empecé a pensar esta novela a finales del primer año de la pandemia”, recuerda, porque “pensé que en dos años iban a ser los 40 de la guerra, y la pandemia tenía que ver también con la muerte y la supervivencia”. “Tenía ganas de escribir algo sobre Malvinas y quería armar la complejidad de cómo funciona como disparador de memorias”. Por eso, en el libro no hay una mirada única sobre la guerra sino un abanico de valoraciones que ponen al lector frente a la encrucijada de preguntarse si podría compartir, o no, la posición de los personajes. “Es un recurso narrativo que me resultó interesante, para mostrar lo contradictorio y fragmentario que pueden tener las memorias”, concede.
-¿Por qué abordar esta historia desde distintas voces para reconstruirla?
-Tuvo que ver con incluir distintas perspectivas que me permitieran mostrar una paleta de colores muy variada para hablar de la guerra y la posguerra, tanto en términos de vida de las personas como en distintos lugares del país. Porque ese es otro eje: lo que buscaba, además, es mostrar que somos un país muy complejo, y reducirlo a una palabra es simplificarlo. Por eso es un soldado desconocido, porque pueden ser todos. Y tuve la voluntad de incluir la mirada de los isleños porque me parece que es una pieza que nos falta en cualquier imaginación de Malvinas, y ellos se quedaron en las islas una vez que la guerra terminó. Vieron los despojos no sólo de nuestros compatriotas sino también de una forma de entendernos como país. Es lo que entiendo en términos narrativos y también de estudio. Vivieron la guerra de otra manera, como la vivieron de otra manera los argentinos patagónicos y en el pueblo imaginario del Negro. ¿Cómo habrá sido esperar una carta? ¿O seguir la radio pensando que en cualquier momento nombran a tu hijo? ¿O ser joven y ver a una autoridad del pueblo pensando que te lleva el telegrama? Son una cantidad de cosas muy intensas que de golpe pareció que no habían sucedido.
Las historias del libro, en algunos casos, son versiones o adaptaciones de testimonios que Lorenz consiguió como investigador por distintos medios, como cartas, entrevistas o documentos, algunos adquiridos en su visita a las islas. Y también hay historias que imaginó, pero siempre respetando la verosimilitud de los testimonios que fue consiguiendo. ¿Cambia algo en el resultado producido? Para el autor, “estrictamente hablando, todo lo que aparece en el libro sucedió, en el sentido de que o me lo contaron, o lo leí, o lo encontré en documentos, o lo imaginé pero informado sobre todo lo que conozco sobre la historia de la guerra”, se planta. “La novela es también un ejercicio de memoria, y me pregunto qué novela sobre estos temas no lo es. El asunto es cuán explícitamente lo asumís”, desafía.
-La madre del Negro dice que “es una criatura que ni sabe hacerse la comida”, y el padre le contesta que ya “es un hombre”. En esa ambivalencia se movieron muchas de las discusiones sobre la guerra. ¿Cómo hablar de esos conscriptos que tal vez era la primera vez que veían el mar sin caer en simplificaciones? ¿De qué manera podemos hablar de ellos y no de la estatua de bronce?
-Hace años entrevisté a un excombatiente de Formosa y me dijo que lo enojaba, textual, que “nos van a recordar cuando estemos muertos”. Creo que la estatua, como cualquier iniciativa de homenaje, congela un sentido de la historia. En primer lugar, hubiera sido formidable que quienes regresaron de la guerra no hubieran encontrado ese clima de hostilidad o indiferencia que muchos percibieron. Y algo de vergüenza también, porque hubo una cosa culposa de preguntarse qué se estuvo acompañando, porque no bien terminó la guerra empezó a circular, con mayor masividad, lo que había sido el Terrorismo de Estado. Por eso me interesaba que el Negro hubiera nacido en un pueblo ignoto desde el punto de vista de la política, que podía ser de cualquier lugar de la Argentina. Ellos cargaron con que era inevitable que al verlos se recordara no solamente la guerra sino los años de la dictadura. Y la novela es sobre eso también, porque lo fragmentario, las distintas historias que se pueden leer todas juntas pero cada una es una historia en sí misma, te hablan de mucha soledad individual atravesada por un hecho común que es la guerra.
-¿Qué representan hoy las islas, con tantos sentidos que las envuelven?
-No es una sola cosa. Es un hecho político, y tuvo mucho que ver en lo que en aquel momento llamábamos transición a la democracia y hoy le decimos, o al menos algunos le decimos, posdictadura. Malvinas está íntimamente ligada con esa dictadura, de algún modo condicionó cómo la recordamos porque fue una guerra producida por la dictadura, y muchos compatriotas a los cuales yo les debo mi respeto y mi cariño, fueron sin ser consultados si querían ir o no, fundamentalmente los conscriptos. La segunda es si uno lo pondera en términos de nuestro vínculo con las islas y con el reclamo, que es otro terreno. En ese sentido fue un enorme error. Y por eso creo que nos cuesta tanto acercarnos al tema, porque a nadie le gusta asumir sus errores abiertamente. Socialmente hay algo muy impactante ahí. Y en tercer lugar es un conglomerado de sentimientos. Hay una consigna que dice que “Malvinas es un sentimiento”, pero yo me quedo con el plural: son sentimientos muchas veces muy contradictorios. Entonces, se reduce a que Malvinas es para mí, sobre todo, una pregunta. Y no es retórico, es realmente una pregunta.
“Cómo tramitamos las cosas es una gran pregunta. En ese sentido, mi novela es un vehículo de memoria más”, apuesta, e insiste: “La memoria no sólo es múltiple, sino que tiene distintas temporalidades y canales. Sin esencializar ninguna, mi deseo es que una fecha común como el 2 de abril sea una ocasión de múltiples revisiones de ese pasado, pero revisiones que sean prospectivas también. Porque si no, seguimos clavados allá, en ese `82”, concluye.
Historia y sentimientos
El escritor dice que pasó más de la mitad de su vida trabajando sobre este tema porque profesionalmente le representó una “puerta de entrada” al estudio de esos años, y que además lo atraviesa de manera personal también desde los recuerdos de su infancia. “Me acuerdo que cuando fue la derrota, la pregunta que me hacía era por qué perdimos en las Malvinas y no las Malvinas. Nos atravesó a todos, a diferencia de otras situaciones. Y cuando me quise acordar estaba escribiendo, dando clases...”, enumera, y se pregunta de qué manera esta cuestión puede llegar a quienes ni siquiera habían nacido. “Son memoria de memorias”, analiza. “Recuerdo esa época, sobre todo ese invierno y después la rendición, como un momento tristísimo. Pero no por la rendición, la tristeza se palpaba por distintos motivos. Porque a la vez éramos un país que estaba destruido económicamente, encerrado sobre sí mismo, bastante egoísta en sectores amplios. Estar en la calle, ver gente, unidos por algo que era el apoyo a los soldados, no a la dictadura, y también el apoyo a la recuperación. Hay que hacerse cargo de todo eso”, reflexiona y sigue: “No hay que tener vergüenza de ser solidario, pero hay que preguntarse políticamente, tiempo después, qué es lo que uno apoyó. Porque no se pueden esencializar las conductas históricas. Si se puede esencializar los sentimientos si querés, pero históricamente no puedo reducir todo a un sentimiento o una emoción, porque no hay discusión posible. Y estamos obligados a explicar histórica y políticamente aquella época.”