Desde París
Lilia, Tatiana y Amir nunca habían visto un cerezo de Japón. Este sábado, en el Jardín de Plantes de París (Jardín Botánico), las dos mujeres ucranianas (región de Dnipro) y el hombre oriundo del Magreb, pero residente en un suburbio de Kiev contemplaban ese árbol generoso y colorido con una fascinación casi infantil. ”Tantas flores y tantos colores son una esperanza”, decía Lilia con la voz embargada por la emoción. Allí, a un paso del Sena, rodeados de plantas, arboles y niños jugando bajo el árbol respiraban el orden, la paz y la esperanza. Pero más allá de esas palabras estaba la otra realidad: la desgracia que trajo a los tres hasta la capital francesa dentro del frondoso flujo de refugiados que huyó de Ucrania luego del 24 de febrero, el día de la invasión rusa. El pasado 30 de marzo, el número de desplazados que abandonó el país superó la barrera emblemática de las cuatro millones de personas (UNHCR, Alto Comisionado de la ONU para los refugiados). Se trata del traslado forzado de población más importante que haya conocido Europa desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Más de la mitad de estos desplazados llegó a Polonia, el resto se reparte entre los otros países limítrofes y Europa Occidental. Hasta ahora, a Francia han llegado unas 30 mil personas a quienes el Estado, las normas europeas y la poderosa ola de solidaridad les garantizan una estabilidad mínima.
El conflicto Rusia - Ucrania, minuto a minuto
Los tres flujos de desplazados
No todos los desplazados gozan de las mismas condiciones. En realidad, la guerra ha provocado tres flujos hacia Occidente: los ucranianos, los extranjeros que vivían en Ucrania y los rusos de clase media: artistas, jóvenes o profesores que, de un día para otro, salieron de Rusia aterrados por el discurso del presidente Vladimir Putin y la caza de brujas contra los ciudadanos que cometieron la imprudencia de pronunciarse en contra de la guerra. ” Entendí que me quedaban pocos días de libertad cuando, por tercer día consecutivo, apareció en la puerta de mi departamento la letra Z pintada en negro”, cuenta Antón. La Z, en Rusia, representa a la vez un signo de apoyo a la invasión rusa de Ucrania y, cuando el grafiti aparece en los muros de una casa o en los departamentos, equivale a delatar a quienes no están por esta guerra. Ese es el signo que trajo a Antón a París a través de un periplo que lo llevó primero a un país báltico, luego a Turquía y al final a Francia. Lilia, Tatiana y Amir conocieron a Antón por medio de Página/12. Las desplazadas ucranianas y el inmigrado magrebí no estaban al corriente de la existencia de personas que, en Rusia, habían escapado del país huyendo de Putin. ” Ustedes se escapan de las bombas rusas, yo de quien las dispara”, les dice Antón muy emocionado. En un café de la plaza de la Bastilla los tres comparten sus historias. ”Las últimas semanas fueron días invisibles, como vividos por otra persona. Siento aún que hasta mi cuerpo es irreal”, cuenta Tatiana. "Pienso en mis hermanas que se quedaron allá y me muero de tristeza”. La mujer llegó a Francia con lo puesto, pero, en los próximos días, se encontrará con su padre en una región del Oeste de Francia a donde inmigró hace cinco años para trabajar en los astilleros navales de Saint Nazaire. "Dentro de todo, para mí es un privilegio. Mi padre vive allí hace tiempo y sé que hay también muchos otros migrantes ucranianos trabajando en la base naval”. Lilia y Amir no tienen familia sino amigos y recomendaciones. Antón cuenta con “compadres” rusos y un círculo de intelectuales franceses que, dice con tanta vehemencia como asombro, ”no se compraron la idea de que Vladimir Putin es el antídoto de Estados Unidos”. Eso, Antón lo tiene atravesado en el alma.
"¡ Me hierve la sangre !”. En su primera semana en París chocó con esa “ficción” y con otra tanta gente de la izquierda francesa “convencida hasta los huesos de que esto era una guerra entre los buenos antiimperialistas (Putin) y los malos imperialistas (Estados Unidos). Había traído impresa una de las ultimas ediciones del diario Novaïa Gazeta (diario independiente, siete periodistas asesinados desde el año 2000, entre ellos Anna Politkovskaïa) y me decían que ese era un medio fascista, financiado por Occidente. En más de un momento sentí miedo y vergüenza. ¿ Cómo podían ser tan incrédulos ? ”.
Destino inmediato
Esas cuatro vidas buscan hoy ubicarse en un destino inmediato. ”A largo plazo, -dice Amir- no puedes pensar. A tu vida, de pronto, la guerra la convierte en una tragedia y, a partir de allí, lo que hagas se vuelve en una odisea de todos los días. Respirar, vivir, creer. De pronto caminas sobre un montón de nubes negras y no hay horizontes. Para nosotros, los extranjeros que vivíamos y trabajábamos en Ucrania, la guerra nos arruinó dos veces. No somos ni de allá, ni de acá, es como si allí donde llegamos siempre estuviéramos de paso”. Un 20 por ciento de las personas que huyen de Ucrania son extranjeros, principalmente trabajadores de Argelia, Costa de Marfil, marroquíes, pakistaníes o cameruneses. Los lobos de la extrema derecha acusaron a esa migración no ucraniana de aprovecharse de los corredores humanitarios para ingresar a Francia. Hay, de hecho, dos corredores distintos: los humanitarios que se activaron con la guerra rusa y la posterior directiva europea de protección temporal (se redactó hace dos décadas y es la primera vez que se aplica) que permite organizar en los países europeos la gestión masiva de refugiados; y los inhumanos, siempre visibles, a puro cielo abierto, ubicados, además, no muy lejos de los centros que reciben a los refugiados ucranianos. En una plaza de la localidad de Pantin, a las puertas de París, duermen en carpas unos 100 migrantes afganos. Llevan meses y hasta años sin papeles, esperando que el Estado les otorgue o les niegue su pedido de asilo político. ” Parece que hay dos hombres en esta tierra y que estos hombres no tienen ante Dios los mimos derechos," dice uno de ellos.
Los desplazados ucranianos están con sus vidas entre paréntesis, pero protegidos. Los extranjeros que vivían en Ucrania también, siempre y cuando tengan sus papeles migratorios en regla. La directiva europea de protección temporal les permite residir y trabajar legalmente en el país por un plazo de seis meses renovables y sin pedir el asilo político. Muchos están de paso por Francia porque se dirigen hacia España o Portugal, donde ya tienen familia instalada. Los demás, en realidad, no saben. Lilia confiesa que no tiene nada claro: ”estoy perdida, como ausente. Muy dolorida. Me conmueve la solidaridad de la gente, su generosidad, el trabajo incalculable de asociaciones como France Terre d’Asile, la forma en que se ocupan de nosotros, todo el amor que nos rodea. Nos ofrecen casas, ropa, amistad, los trenes y el transporte son gratis para nosotros, pero aún me siento que estoy sin estar, que todo esto es…como si lo viviera detrás de un vidrio”.
Estación libertad
En la estación de trenes de Montparnasse, en la Gare de Lyon, en la Gare de L’Est o du Nord, los equipos de la Cruz Roja, de Francia Tierra de Asilo y otras ONG esperan a la salida de los andenes a los desplazados ucranianos que vienen de todos los puntos cardinales. Ese va y viene es desgarrador, tanto por la cantidad como por la composición de los grupos que bajan de los trenes:” en su mayoría son mujeres, niños o adolescentes. Muy pocos hombres”, detalla Elodie Estève, la directora adjunta de la Dirección general de las Operaciones de la Cruz Roja”. Anne recién acaba de llegar a la Gare de L’Est proveniente de una de las ciudades más bombardeadas, Kherson. Su tren salió de Fráncfort, Alemania, con rumbo final el anden número 24 de la Gare de L’Est. Cuenta su historia gracias a Sylvia, una de las decenas de traductoras benévolas que pasan sus días en las estaciones de trenes de París para ayudar a los desplazados y a las ONG. ”Ha sido un viaje duro, muy difícil. No teníamos otra opción. Mis tías y mi abuela se quedaron, ya son muy grandes, no pueden viajar tanto o no quieren dejar el país. Los hombres también se quedaron porque querían combatir”. El 90 porciento de los desplazados ucranios son mujeres o niños. Ucrania no autoriza la salida de los hombres con edad o en condiciones de combatir.
Anne tiene apenas 22 años y Hanna 28. Hanna viene de Kiev y pasó casi tres semanas con su familia viviendo en el sótano de un edificio. Su familia se quedó, ella decidió huir. ” No soportaba las bombas, la presión, esa soledad fría que deja la guerra. Alguien me ayudó a salir primero hacia Lviv y luego a llegar hasta Polonia. Después, entre trenes y solidaridad al fin alcancé París. Por ahora, solo pienso en cómo hacer para ayudar a mi familia. Es muy triste. Es la segunda guerra que nos toca vivir en Ucrania. En la primera yo era adolescente. Ahora tengo más conciencia de todo. En mi familia todos hablamos ruso. Éramos como hermanos. Nunca pensé que Rusia podría hacernos sufrir tanto”.
Vulnerables
La UNICEF y la ONU calculan que más de la mitad de los refugiados que ha provocado la guerra en Ucrania son niños. Han llegado solos o acompañados por familiares a países como Polonia, Rumania, Moldavia, Hungría, Eslovaquia o República Checa. El caso del niño de 11 años que huyó sólo de Ucrania hasta Eslovaquia con apenas un numero de teléfono escrito en la mano por su madre no es único. A la Gare de L’Est llegan también solos pre adolescentes o adolescentes a quienes las ONG prestan ayuda. Como la precedente ola migratoria que siguió al derrocamiento del régimen libio por parte de Occidente, los niños y los adolescentes fueron las primeras victimas de la trata y venta de personas por las mafias europeas. El 28 por ciento de las victimas de trata de personas en el mundo son niños (fuente UNICEF). La Cruz Roja pone el acento en un problema: por más solidario que se sea, una persona no tiene derecho a recibir en su casa a un menor sólo. Debe, imperativamente, dirigirlo a los centros especializados en la infancia.
En el anden 29 de la Gare de L’Est Oxana espera a la salida con un cartel en las manos y una bandera de Ucrania. Unos amigos del centro de Francia con casa espaciosa le pidieron que recogiera en la estación a una familia ucrania que huyó de la localidad de Kharkiv, una de las más bombardeadas. Pasan los minutos hasta que dos mujeres con un bebe aparecen entre la multitud que sale del anden. Están agotadas por un viaje de varias semanas a través de Ucrania, Polonia, Alemania y Francia. Una de las mujeres, Irina, la más joven, se asusta con las sirenas que aúllan en la calle y se aferra muy fuerte a Oxana. La mujer lleva ya muchos años viviendo en Francia y la tranquiliza, le dice que en París no hay bombas, que dentro de poco estará en un lugar seguro y afable, rodeada de campos y de amigos. Por ahora, nada la consuela. El bebé llora asustado y las dos mujeres se buscan en ese mundo nuevo al que jamás quisieron venir. Amir, el inmigrado argelino, tampoco. Su hijo estudiaba en Kiev y él tenía un trabajo agradable en una sociedad donde le gustaba residir. Antón tenía a París como un lugar para conocer, pero jamás como “un punto de fuga o de refugio de mi Rusia natal”. Abogados, médicos, artistas, periodistas, autores de teatro o pintores rusos se fueron, como Antón, por los caminos del exilio. EL 24 de febrero de 2022 empezó lo que Vladimir Putin llamó “la operación militar especial”. Con ella, la existencia de millones de personas entró en la dimensión de la guerra y sus inextricables tragedias. Anna, Hanna, Tatiana, Antón, Lilia o Amir son los protagonistas forzados de esa tragedia.
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