Sumisas y laboriosas, Lea y Cristine servían a la misma patrona hasta que una tarde de invierno de 1933 ambas asesinaron a la señora y a su hija en su residencia de la ciudad francesa de Le Mans. Cuando confesaron los crímenes, ninguna de las hermanas Papin supo explicar el motivo de sus actos. Catorce años después, mientras todavía continuaba privado de su libertad, el dramaturgo Jean Genet escribió Las criadas, un texto que abriría el paso a nuevos modos de escribir para el teatro. Obra inspirada en este caso policial, Las fugitivas, de Héctor Levy-Daniel puede verse los sábados a las 20.30 en el nuevo espacio llamado La Pausa Teatral, Luis Viale 625. Con la actuación de Brenda Fabregat, Daniela Rizzo y Silvia Villazur, las coreografías son de Teresa Duggan, la escenografía y el vestuario, de Cecilia Zubialde, la música original, de Eduardo Zvetelman y las luces de Ricardo Sica.
Aunque Las criadas haya sido la primera obra con la cual Levy-Daniel inició su formación en el taller de Laura Yusem, el dramaturgo recién supo que Genet se había inspirado en el caso de las Papin para componer su pieza cuando empezó a leer sobre el caso criminal. Primero se impresionó al ver las fotos de las imputadas, luego leyó el estudio que le dedicó Jacques Lacan al doble crimen y vió La ceremonia, película de Claude Chabrol sobre el mismo caso. Recién entonces Levy-Daniel se decidió a escribir su obra Las fugitivas. Lo que más le llamó la atención fue el pasaje de un estado de sumisión a otro signado por una voluntad criminal.
Actrices y bailarinas, Fabregat y Rizzo corporizan en ajustada conexión sus personajes alternando despliegue físico y verbal, construyendo una realidad propia con el deseo de evadirse de todo maltrato. Ambas comparten un intenso deseo sexual por el hombre de la casa, siempre ausente, lo cual termina poniéndolas en guardia y en pie de competencia. Por su parte, Villazur le da al personaje de la dueña de casa el conveniente sesgo autoritario que diluye toda sombra de inseguridad. “El 70% de mis personajes son femeninos”, cuenta Levy- Daniel. “La pregunta que se hacía Freud acerca de qué es lo que quieren las mujeres fue la misma que me hice desde chico. Es por eso que me interesan tanto Tennessee Williams y García Lorca”, concluye.
-Es notable cómo se siente la presencia masculina a pesar de su ausencia.
-El hombre ausente aquí es un catalizador para que aflore todo lo que provoca en estas mujeres. Una figura ausente que, como Pepe el romano en La casa de Bernarda Alba, está puesto como un medio para hablar de otra cosa.
-¿En qué se diferencian Alba y Lina?
-La mayor es la que trata de imponer un orden, en cambio, mientras que Lina apuesta al caos. Pero a pesar de estas diferencias hay entre ellas una simbiosis, porque la que introduce el desequilibrio termina arrastrando a la otra. Es por eso que no pueden sobrevivir separadas. Es como si fueran un solo cuerpo con cuatro brazos y cuatro piernas.
-¿Que clase de tareas les da la dueña de la casa?
-Hannah Arendt distingue entre labor, trabajo y acción. En base a esta diferencia, podemos decir que la patrona no les manda realizar un trabajo productivo. Son apenas labores referidas a lo cotidiano, a la necesidad de mantener el lugar limpio. Actividades sin utilidad que no tienen que ver con la construcción de algo ni con una acción, que implicaría algo político.
-Ellas viven soportando el peso de una vigilancia permanente…
-Sí, todo lo que pasa en la obra gira en torno al tema de la mirada. Los surrealistas también tomaron esto inspirados en que uno de los ojos de las víctimas quedó en la escalera, desde donde, según los poetas, continuarían observando todo. Ésta es una historia que permite canalizar intensidad. Y yo pienso que el teatro tiene que tener intensidad, tiene que implicar una emoción fuerte que no deje al espectador indiferente.
-Tuviste dudas acerca de cómo contar esta historia
-Pensé en utilizar la narración para los momentos más fuertes. Así, la violencia que contiene la obra no se manifiesta mediante la acción sino del relato. Esta interrupción conmueve, porque deja espacio para la imaginación.