“Soy una travesti parda con algo de señora inglesa dentro”, se define y confiesa que hay épocas del año en que “ser prostituta pesa como un abrigo de piedras”. María, una travesti mexicana que trabaja como peluquera en Nueva York, conoce a Billie Holiday en un fumadero de Harlem. “Tanto sufrir para ser mujer y terminé en la cama con una y para colmo haciéndole el amor”, escribe María desde la cárcel, donde se encuentra por haber defendido a una amiga de “un hijo de puta que estuvo por matarla a golpes”. Una abuela, emblema de la incorrección política, le dice a su nieta: “no somos marrones, somos morochas” y después le aclara: “Íbamos a ser negras, pero en la sección donde les dan color a las personas se les acabó la pintura”. En los nueve cuentos de Soy una tonta por quererte (Tusquets), la escritora, actriz y dramaturga Camila Sosa Villada explora el complejo universo travesti que empezó con Las malas, novela que ha sido traducida a más de diez idiomas y que ha ganado importantes premios internacionales como el Sor Juana Inés de la Cruz de la Feria del Libro de Guadalajara, pero también se anima a bucear en otras historias.

La escritora hurga en los márgenes, pero no lo hace para regodearse en la miseria y el dolor, el lado B del vitalismo y la alegría travesti. No pretende mostrar las vísceras de lo que fue su vida, sino que su desplazamiento consiste en poner en primer plano su origen de clase: una travesti que se prostituyó para ganarse la vida. En 2009 estrenó un espectáculo que le cambió la vida: Carnes Tolendas, retrato escénico de un travesti. Desde entonces, de menor a mayor, en 2012 protagonizó la película Mía, de Javier van de Couter; y en 2014 actuó en la miniserie La viuda de Rafael. En teatro también hizo El bello indiferente, de Jean Cocteau; Despierta, corazón dormido/Frida; Putx madre y El cabaret de la Difunta Correa. Y publicó el libro de poemas La novia de Sandro (2015-2020), el ensayo El viaje inútil y las novelas Las malas (2019) y Tesis sobre una domesticación (2019).

Desde su casa en el centro de Córdoba, Camila cuenta a Página/12 que todavía arrastra el cansancio de una gira por varias ciudades de Suecia como Estocolmo, Gotemburgo, Malmö y Umea, entre otras, donde participó de festivales literarios y distintas presentaciones de Las malas en sus traducciones al sueco y noruego. “Lo complejo fue escribir después de Las malas”, reconoce la escritora. “Las malas es un libro que produjo mucha empatía; entonces te hacen como una escultura de papel maché alrededor tuyo. El sufrimiento de las travestis es una temática que les encanta a los lectores”. Camila buscó refugio en el cuento para poder escribir otras historias. Cuando terminó los cuentos, Liliana Viola empezó un trabajo de edición, relato por relato. “Es como si Viola supiera lo que querés contar y se diera cuenta de lo que vos misma estás haciendo para que eso no te salga. Entonces te dice algo que produce un destrabe y eso estuvo muy bien. Cuando tuvo que desechar un cuento, lo hizo con indolencia y también con inteligencia”, revela la escritora, que define los nueve relatos que integran Soy una tonta por quererte –título de una de las canciones de Billie Holiday-- como “cuentos novelescos que podrían continuar y no terminarse nunca”.

-En dos de los cuentos está presente la travesti que roba un reloj o la pulsera de oro y diamante de Billie Holiday, dos robos que no son descubiertos. Quizá sean como pequeñas venganzas de clase, un modo de justicia o reparación de las travestis, ¿no?

-También me da la sensación de que hacen travesuras, de que son un poco chiquilinas, porque hay tres robos; está también el robo de Flor de Ceibo, que les roba a los clientes las billeteras y se escapa por el monte, pero en este caso a ella sí la encuentran. Este robo podría ser un robo más justo porque, además, uno de ellos le ha pegado. En los otros es una travesura que también pone en peligro algo, por ejemplo el amor con Billie Holiday, su confianza. A la vez Billie Holiday le roba algo a ella también; es muy fuerte cómo la manipula para cogérsela. Yo robaba cosas también cuando era chica, por ejemplo medias en las farmacias o maquillaje que veía que estaba en el fondo de la caja de mi mamá y que ya no los usaba más; entonces los robaba y los usaba para mí. El robo era necesario porque no había otra forma de hacerlo; no tenía cómo hacerme de un par de medias si no era robándolas. El robo se me hace muy poético y no es un robo que deje sin comer a nadie.

-¿En qué sentido el robo te parece muy poético?

-Es poético en el sentido que te permite ver a un adolescente en un pueblo robando un par de medias para ponérselas en secreto, a la noche, sin que sus padres lo sepan. Ese robo abre muchas puertas; hay otros robos que son espantosos y los pagamos todos los días, sobre todo en Latinoamérica. A veces le robaba a los clientes y me acuerdo la sensación de estar tirándome con un paracaídas al vacío porque son dos segundos que si el tipo te ve que le estás robando te puede matar. Yo tenía la necesidad de vértigo y de concretar una épica porque se cree que los personajes tienen conductas limpias y que tienen una ética muy marcada, que pueden ser como un villano o un héroe, que son de las dos cosas que tiene hambre un lector. Yo ya había empezado con Las malas, cuando la tía Encarna se suicida con el nene al lado, a meter una espina en esa ética. La gente sigue pensando en lo buena y madraza que era la tía Encarna, pero lo cierto es que abrió la llave del gas con el nene al lado, decidió por él y se suicidó junto con el nene.

-¿Qué importancia tiene que aparezcan las clases sociales en lo que escribís?

-Cuando leí el cuento “La Merienda” en México, en la FIL (Feria del Libro de Guadalajara), se acercó una chica visiblemente indígena, vestida con el atuendo de alguna de las comunidades mexicanas, y me dijo lo mucho que la había impactado el cuento. Ella estaba conmovida porque nunca había visto que hablaran así del color de su piel. Hay mucha literatura que me parece como un televisorcito con imágenes que nunca me rozan. Hay muchas escritoras argentinas que hablan de un montón de cosas que nunca jamás me pasaron ni de cerca. Son muy pocas las personas que escriben desde sus orígenes, con el peso de las familias encima.

-En “La Merienda” es interesante la diferencia que se plantea entre ser “morocha” o “marrón”; la abuela no quiere que su nieta diga marrón y sí prefiere que digan que son “morochas”.

-Me da la sensación de que esa abuela que es una heroína a la vez le está diciendo a la nieta algo horrible. Me gusta que se dé vuelta la tortilla; que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda. Qué importante hubiera sido para mucha gente que sus padres, que sus abuelos, hablaran con tanto orgullo del color de su piel, sobre todo en Argentina. Cuando escribí ese cuento, tuve muy presente una situación que le pasó a Santiago del Moro hace unos años cuando él estaba entrevistando a una mujer indígena y le preguntó: “¿De dónde sos?” Ella le dijo “de Salta”. Y él (Del Moro) le dijo: pensé que eras boliviana o peruana. “Lo que pasa es que ustedes se olvidaron cómo somos los argentinos”, le contestó la mujer. Me gusta que en el cuento haya una incorrección en la crianza de esa abuela, que es una crianza diferente porque está entrenando a la sobrina para defenderse de algo, entonces la ética empieza a actuar de otra forma en esa familia. Hay una película japonesa, Un asunto de familia, que es sobre una familia muy marginal que se encuentra a una nena muy maltratada y se la lleva a vivir con ellos. El padre le enseña al hijo a robar en el mercado las cosas que necesitan para comer. La policía le pregunta: “¿por qué usted le enseña a robar a sus hijos?”. Él responde: “no tengo otra cosa para enseñarle”. Qué fuerte si pienso en el concepto de amor, en la educación y el conocimiento, que cambia cuando el escenario se corre de lo habitual: las familias de clase media argentina, los protagonistas porteños con crisis existenciales que son porteñas y nada más.

-La pregunta provocadora sería: ¿por qué está mal que se le enseñe a robar a alguien cuando se trata de robar la comida para la familia?

-Claro, los mismos que cuestionan que un pobre robe enseñan cómo evadir a la AFIP, cómo facturar para que la AFIP no los pase de categoría; todo el tiempo enseñan un robo distinto en la sociedad.

-Los cuentos están atravesados por un sentimiento de rabia, de rencor, pero combinado con una alegría y una vitalidad que hace que sea un combo muy explosivo; es como el humus emocional de tus historias, ¿no?

-Sí, puede ser. Yo soy una rabiosa y una vitalista alegre que está muy enojada. En algún momento pensé que podía funcionar la idea de la comunidad LGBT y ahora creo que se ha convertido en un enorme fracaso; entonces estoy también enojada con nosotros al ver a qué ideas les tenemos cariño, a qué cosas atendemos y a qué cosas no, cómo sigue ocurriendo el robo sobre el cuerpo de las travestis. ¿Qué les pasa a las travas del último cuento del libro? Se dan cuenta de que no tienen cómo defenderse porque se quedaron dormidas en los laureles de un par de derechos, que le resolvieron algunas cosas de índole material, pero cuando llegó la hora de defenderse tuvieron que rajar por debajo de la tierra porque se las comían los perros de nuevo. El mundo anestesia la rabia de los escritores. Lo que trato de hacer en la escritura es drenar un poco el pus y no levantar fiebre.

-¿En qué sentido hablás del fracaso en la comunidad LGBT?

 

-A las travestis mayores de cincuenta años hay que repararlas, hay que darles dinero; eso no se puede postergar. Que si el proyecto de país que hay ahora es como dice ser, hay que hacerlo inmediatamente y sin ruido político; no importa que lo hagan públicamente o en silencio porque eso sí fue un robo: arruinarle la vida así a tantas personas. Toda la comunidad LGBT hace oído sordo a eso que es urgente y que es recontra necesario que se haga. Mis amigas no tienen un diente y tienen cincuenta y pico de años; están mal de salud y no saben cómo van a llegar a fin de mes. Ahora todos se pintan para salir a marchar gracias a que esas minas en los 70, en los 80, en los 90, al comienzo del 2000 salieron a la calle como quisieron salir. Me sorprende cómo roban del discurso de las travas y cómo les gusta a los demás escuchar hablar sobre nuestra miseria, sobre las cosas que nos pasaban en la calle y las astucias que teníamos para sobrevivir a toda esa mierda. Me parece recontra peligroso acordar con la política porque es despiadada. En el feminismo pasó lo mismo; cómo evitás que se cuele la idea de que todo es política, de que todo el tiempo estás haciendo política, de que todo el tiempo tenés que ganar votantes. Todo ahora es pinkwashing, con banderita de siete colores y siempre hay alguna travita que está ocupando el lugar de la diversidad en los eventos de la Ciudad, de Nación, de donde sea. Es un enorme fracaso volvernos legibles. Las travas no han cobrado un mango por haber sobrevivido a una dictadura que se terminó con la ley de identidad de género; no las pueden leer, no las pueden captar, no les pueden colgar las banderitas que les cuelgan a todo el mundo.

Entre el cine y el teatro

 

A Camila Sosa Villada (La Falda, Córdoba, 1982) le han llegado propuestas de cine para hacer de madre de adolescentes. “Me perdí la parte de estar buena, de ser la amante de otro”, bromea la escritora, actriz y dramaturga que en julio comenzará a filmar Tesis sobre una domesticación, novela publicada en la Biblioteca Soy de Página/12 en 2019. La adaptación cinematográfica de esa novela comenzó en 2021, cuando Javier van de Couter le propuso trabajar junto con Laura Huberman. La mitad de la película que la tendrá como protagonista se filmará en Buenos Aires y el resto en Córdoba. Como no dispone de tiempo para hacer una temporada, hay fines de semana que vuelve a representar Carnes Tolendas. “Son apariciones terroristas; hago dos funciones y el teatro se llena”, explica la escritora que durante muchos años pasó por todos los roles teatrales: escribió, dirigió, produjo, actuó y hasta diseñó los vestuarios. “Ahora, con todo el trabajo que implica ser reconocida, no tengo más energía para hacer lo que hacía antes. Entonces estoy esperando a que me llegue una propuesta teatral porque no tengo energía para pensar”, admite la escritora y actriz que reconoce que se quedó con ganas de hacer en teatro algo sobre Batato Barea. “Cuando hicimos Carnes Tolendas en el Centro Cultural Rojas, me regalaron Te lo juro por Batato, de Fernando Noy. Me enamoré del libro, de la Noy y del Batato, me hice toda la película y encima tengo por primera vez en mi vida el dinero para producir la obra. Pero ahora no es el momento”, concluye Camila.