El cine argentino ofrece un amplio abanico de títulos que transcurren en la Patagonia, pero ninguno que haya intentado registrar allí algo tan complejo y difícil de traducir a imágenes y sonidos como un proceso cívico. Menos uno con fines tan poco habituales como el que sucedió en la localidad chubutense de Puerto Pirámides entre 2004 y 2010: elegir los nombres de 35 calles hasta ese momento anónimas. La iniciativa fue motorizada por la maestra de Historia Eugenia Eraso y sus alumnos, quienes realizaron entrevistas con distintos personajes del lugar para armar una lista tentativa de candidatos y someterla al escrutinio de la comunidad. La historia no encontró eco en los medios, pero sí en los oídos de la cordobesa María Aparicio, que en ese momento tenía apenas 22 años y estaba interesada en películas que tomaran elementos de lo real y los filtraran con mecanismos propios de la ficción. Entonces fue hasta el sur, escuchó, habló y filmó Las calles, que se verá todos los jueves de este mes a las 21 en el Centro Cultural de la Cooperación (Avenida Corrientes 1543).

Estrenada en la Competencia Latinoamericana del Bafici del año pasado, de donde se llevó el premio a Mejor Dirección, y con el protagónico de dos actrices icónicas de la factoría artesanal cordobesa como Mara Santucho y Eva Bianco, la ópera prima de Aparicio recrea aquella experiencia mediante un andamiaje de ficción centrado en el vínculo y la preparación de la maestra y sus alumnos, aunque manteniendo un pie en el terreno del documental gracias a que los entrevistados son los mismos pobladores que un tiempo atrás se habían sometido a las preguntas del grupo de Eraso. “Ellos no leen textos que hayamos escrito, sino que lo que dicen y comparten en la película son sus propias historias, y las reacciones que generan en el grupo son auténticas”, aclara la directora. Las calles también observa a algunos chicos en sus vidas diarias, por fuera del proyecto electoral, conformando así un complejo entramado en el que los límites entre el presente y el pasado, y entre la ficción y lo real, se difuman hasta volverse un todo uniforme. 

–Llama la atención que alguien de 22 años se haya interesado por un proceso cívico tan particular y en una ciudad tan lejana. ¿Qué vio en todo eso?

–En el último tiempo siento que todo es susceptible de ser “cinematografiado”, por decirlo de alguna forma. Había algo simbólicamente muy fuerte en ese encuentro entre la gente del lugar y los alumnos de la única escuela pública de un pueblo muy chico en el que uno podría pensar que “no pasa nada”. Pero, en realidad, cuando te detenés un momento a observar, te das cuenta que suceden un montón de cosas. Y encima en ese lugar, con todo lo que significa para la Patagonia que una comunidad tan pequeña trabaje sobre su identidad y busque ideas propias. Como gesto político me parecía trascendental, y sin embargo había sido todo muy silencioso. Tenía la certeza de que ahí se podían buscar cosas. 

–¿Cómo cuáles? ¿Fue a Puerto Pirámides con alguna idea previa de lo que iba a filmar?

–Hicimos un primer viaje en 2013 en el que conocimos el proyecto y a Eugenia. Ahí hablamos con los chicos y les contamos una idea muy primaria de lo que queríamos hacer. Con ese trabajo de campo volvimos a Córdoba y empezamos a hacer un guion y a organizar todo lo que implica un rodaje. Volvimos a los dos meses con un equipo más grande, y ahí filmamos. Ese guion me ayudó a ordenar lo que tenía que hacer, ver qué temas hablaríamos con cada uno de los chicos y cómo filmar sus microcosmos de la mejor forma posible. Ellos hicieron algunos aportes de forma muy genuina. De hecho, les ofrecimos si querían cambiar el nombre y dijeron que no, que querían ser ellos mismos y trabajar desde un lugar “de verdad”. Fue todo un experimento, no sabíamos si funcionaría o no. 

–¿Cómo fue la interacción con los actores profesionales? 

–Eva Bianco fue muy importante. Es una actriz con una forma muy particular de trabajar y de vincularse con lo que hace, alguien dispuesta a trabajar sobre la incertidumbre que proponíamos. Tanto ella como Mara Santucho y Gabriel Pérez (los únicos tres actores) sabían qué era lo que íbamos a hacer y que parte del trabajo era vincularse y pasar tiempo con la gente. Se trataba más de construir desde ahí que desde un guion y de un plan. Para eso tuvimos que sacarnos las ideas previas que teníamos de lo que era el rodaje. En un momento nos dimos cuenta que no tenía sentido decir “acción” o “corten”, sino que simplemente había que estar ahí. Incluso tratamos de descartar cualquier cosa que interrumpiera la simpleza de esa situación. 

–Fue más un trabajo de despojar antes de que sumar, entonces…

–Sí, debíamos ser muy respetuosos porque nos metíamos en la casa de la gente. Íbamos a trabajar en esos espacios, y en ese contexto uno no puede pedir que muevan un mueble porque no queda bien en el plano. No queríamos eso, sino ver qué podíamos encontrar. Por eso filmamos mucho. Antes de ir tenía miedo que la línea principal de los nombres de las calles y el proceso de la maestra con sus alumnos no funcionara o no fuera suficiente, y por eso el guion inicial tenía un desarrollo un poco más grande e intenso de la ficción y de los personajes. Llegamos al montaje con un montón de posibilidades para amar la película.

–La palabra, la tradición y el peso de la transmisión oral tienen un peso muy significativo en la construcción de la película. ¿Fue muy complejo transmitir a imágenes cuestiones tan impalpables?

–No sé si fue difícil. Esas ideas inevitablemente estuvieron en lo que quisimos hacer, pero al momento de filmar no pensamos en eso. No había mucho margen, teníamos que filmar y estar en contacto con lo que pasaba alrededor porque podía aportar a la película. Hubo muchas cosas que la puesta en escena real nos fue regalando. Teníamos ciertos líneas iniciales, pero nos dimos cuenta que todo lo que aparecía ahí era más fuerte y que teníamos que estar dispuestos a que aparecieran. 

–El único entrevistado que no pertenece a la comunidad es Osvaldo Bayer, alguien que sin embargo está muy relacionado a la Patagonia por sus trabajos periodísticos. ¿Cómo dio con él?

–El vínculo con Osvaldo ya existía porque había trabajado con Eugenia y los chicos durante el proceso real que cuenta Las calles. De hecho, fue él quien sugirió que una de las tres categorías para elegir nombres fuera “pueblos originarios”. Después ayudó publicando algunas notas, lo que le dio más visibilidad al tema y permitió apurar un proceso burocrático que de por sí era muy largo. 

–La escena en la que habla transcurre en un bar mientras juega a las cartas, como si usted no quisiera destacarlo por sobre el resto de los pobladores…

–Sí, es que no queríamos que Osvaldo Bayer fuera Osvaldo Bayer. Hicimos la escena en ese bar al que van los hombres del pueblo, y salió algo que para ellos fue muy simbólico. Es uno de los grandes referentes de la región, y tenerlo fue muy bueno.