El gigante histórico de las historietas, la editorial DC Comics, llega muy tarde para sumarse a la moda de convertir a los superhéroes en estrellas de cine. Exactamente 17 años tarde. Es el tiempo que separa el estreno de Mujer Maravilla del episodio original de la saga X Men (2000), con que Bryan Singer colocó la piedra fundamental sobre la que Marvel, la competidora “joven” de DC, edificó el imperio que mueve la mayor cantidad de millones en la industria cinematográfica mundial. No es que otros personajes de DC no hayan tenido sus apariciones en todo ese lapso, porque Superman y Batman, los dos mascarones de proa de la escudería, han marcado presencia. Sobre todo el segundo, el superhéroe de éxito más longevo dentro del ámbito del cine. Pero mientras Marvel desplegaba su universo de forma tan efectiva como exponencial, superando el límite de su personaje más popular, el Hombre Araña, DC no conseguía ir más allá de Batman, sumando fracasos. Es por eso queMujer Maravilla puede convertirse en un hito que le sirva para reinsertarse en una competencia que hace rato pierde por goleada.
No es que la película sobre Diana, la princesa de las amazonas que se vuelve una heroína del mundo moderno, sea una maravilla, para abusar del juego de palabras, porque se nota que le falta una pulida final. Sin embargo no se le puede negar efectividad a la hora de presentar al personaje y narrar el inicio de su historia. Algo que no consiguieron ninguno de los tres intentos realizados en el siglo XXI para revivir a Superman ni, mucho menos, la torpe presentación de Linterna Verde (2011). Si algo se les achacaba a todas ellas era tomarse demasiado en serio, de un modo casi existencial, la esencia del relato de superhéroes. Mujer Maravilla es la primera adaptación al cine de un personaje de DC que parece haber aprendido algo del éxito de Marvel: que ser un superhéroe puede ser un peso, sí, pero también es una diversión.
Hay en Mujer Maravilla una voluntad lúdica por aligerar ese peso que los personajes inevitablemente sienten, porque se trata de individuos con un desarrollado sentido de la responsabilidad que les permite comprender que el poder es una carga. Y las herramientas elegidas para ellos son el humor y una estructura multigénero que le aporta al relato una renovación de aire constante. La película empieza como una épica de aventuras, narrando el origen del personaje en la Grecia antigua como princesa de las amazonas, míticas mujeres guerreras que han vivido en su isla hasta comienzos del siglo XX como si el imperio helénico todavía dominara Europa. De ahí pasa a la comedia cuando Diana conoce al mayor Steve Trevor, espía estadounidense que cae por accidente en la isla escapando del ejército alemán (los malos de siempre), en plena Primera Guerra Mundial. Juntos parten hacia Londres para tratar de poner fin a la guerra y ahí tiene lugar el clásico recurso del choque cultural de un personaje desenvolviéndose en territorio ajeno. Enseguida la película se irá travistiendo en relato bélico, romántico, fantástico y de acción.
Si bien se agradece haber aceptado el desafío de contar la historia de la Mujer Maravilla sin necesidad de apurarse a saltar a la actualidad (donde comienza a montarse el universo de la Liga de la Justicia), también es cierto que el tercer acto no está para nada a la altura de lo que se construyó hasta ahí. Será por la suma de lugares comunes (otra vez el clímax basado en la omnipresente destrucción) o que el villano no termina de alcanzar la estatura de némesis de la heroína, pero lo cierto es que el desenlace defrauda. Aún así, las bases son siendo sólidas. A eso se le suma la acertada elección de Gal Gadot para encarnar a la protagonista. Y el hecho de que tras 17 años por fin llega el turno de una mujer fuerte para que las chicas y, por qué no, también los chicos, puedan relacionar lo heroico con algo más que la testosterona que desborda de esas mallitas que le aprietan los bultos a los supermachos.