Varios hitos de la música latinoamericana salpican su trayecto. Es, por caso quien le ubicó la música exacta a “Será posible el sur”, gema poética de Jorge Boccanera inmortalizada por Mercedes Sosa. Es, también, uno de los guitarristas que acompañó a Alfredo Zitarrosa durante su estadía en México, uno de los dos que puso cara y jeta en La flota (el otro fue El Sabalero, nada menos), uno de los invitados por la Negra en su último Cosquín, y uno de los varios que dieron vida a El canto épico, junto a Delfor Sombra, Amparo Ochoa y los hermanos Mejía Godoy, entre más. A Carlos Nahuel Porcel de Peralta, tras semejante historia, le toca ahora mostrar disco propio. Se llama Con el alma dividida, contiene once piezas y la forma de escucharlo en vivo es acercarse al Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) esta noche a las 22. “Vivir desde hace treinta y seis años en México, luego de pasar por Ecuador y Costa Rica, me ha permitido enriquecer el repertorio en base a muchos géneros musicales, y eso es lo que se verá en el escenario: la dignidad de la palabra en la canción popular”, introduce este guitarrista, compositor y cantor nacido en Cañada de Gómez, Santa Fe. 

Porcel de Peralta, cuyo nuevo disco cuenta con las participaciones de Franco Luciani, Diego Rolón, Pancho Cabral y el mencionado Boccanera, entre otros, hoy atraviesa sus días en Buenos Aires pero no quiere decir que haya vuelto a instalarse. Más bien alterna estadías entre la Ciudad de México y la Argentina, y casi se lo puede pensar como un argenmex, que ha vivido mostrando sus músicas entre el río Bravo y la rebelde Patagonia. “Cuando llegué a México, ese país todavía era puente y cobijo de un exilio muy fuerte. Había un movimiento muy grande, apoyado por un presupuesto de cultura que, por entonces, no tenía ningún país de América latina”, cuenta el músico que, además de lo dicho y de arreglarle temas a Tania Libertad, Cecilia Todd y Florencia Suárez, participó de proyectos de educación que lo llevaron a recorrer plazas, universidades, cárceles y pueblos del país del norte. “Eso me permitió vivir de lo que hago, dignamente”, trae, para trazar una comparación con el hoy. Un presente en el que ya no existe aquello. “Se han perdido muchísimos espacios. Los han enlatado y no hay cabida para los compositores”, revela, no sin cierto tono melancólico. 

–¿Cuándo llegó a México, exactamente?

–En 1981.

–¿Y se integró de inmediato a los guitarristas de Zitarrosa?

–Primero anduve cerca de Naldo Labrín (ex Huerque Mapu y Sanampay), y luego sí llegué a Zitarrosa, porque uno de sus guitarristas se había ido a España. Fue entre el ‘82 y el 83, algo inolvidable que compartimos con tipos como Alejandro Del Prado. La verdad es que lo digo hoy, porque en aquel momento lo viví como algo natural, pero la despedida de Alfredo de México fue algo muy fuerte, muy emotivo. Terminaba “Adagio a mi país” y si te dejabas enflaquecer un poco, te quebrabas. Yo tenía 25 años y recién con el paso de los años eso que viví tan naturalmente se fue convirtiendo en una leyenda.

–O en el comienzo de una “serie de leyendas”, si se quiere. También tocó con Mercedes Sosa, con los Mejía Godoy, que en Nicaragua son como próceres, con Cecilia Todd...

–Sí, pero lo concreto es que tengo todo ese curriculum que la gente lee y dice “todo esto hiciste”, mientras parece que estoy comenzando de cero. Por eso le puse al disco Con el alma dividida, porque se trata de vivir con la raíz al hombro como mochila. La verdad es que siento que estoy empezando otra vez, en la Argentina.

–¿Qué pesa más para que ocurra esto, lo ideológico o el hecho de haber estado tanto tiempo fuera del país?

–A que las etapas se queman más rápido que antes. Podés pegar un tema en tres o cuatro años, y de pronto desaparecés. Por eso, tenés que gastar lo que ganaste en cinco o seis años para grabar un disco y así poder seguir. Esto es una cosa, pero también está el vivo, que es más fresco, comunicativo, bruto y con más barro. Después hay otra cuestión más relacionada con las canciones que trascienden, que van más allá de uno, aunque las haya compuesto.

–¿Cuánto tiene que ver con lo que dice el contexto social, político y cultural? Parece que ciertos “climas de época” favorecen algunos tipos de canciones y otros las rechazan.

–Vale volver a lo que decía antes de México: ya no se da cabida a los compositores mexicanos precisamente por una cuestión contextual. No sé si nos hemos equivocado en elegir este tipo de canción relacionada con la poesía, el exilio o el teatro. También con una ética, una estética y una ideología que está muy lejos del marketing... Es cierto que somos trabajadores de la cultura, pero esto tiene un techo en la difusión. La verdad es que no sé si nos interesó meternos en otro ámbito, porque íbamos por otro río.

–¿Conjuga el verbo en pasado?

–No, porque seguimos yendo por ese río, lo que pasa es que ahora tal vez te hagan sentir que estás detenido en el tiempo, o sos un pendejo utópico, o un viejo utópico. Pero no estamos solos.

–¿Será que son de una generación que está buscando reinventarse?

–Tal vez. Nosotros somos de una generación de izquierda, sí, pero que no se tomaba eso con la solemnidad que los hacían exponentes anteriores. La verdad es que hemos tomado la realidad con cierta ironía, cierto humor. De hecho, no solo trabajo con Ignacio Copani sino que también soy amigo suyo, y es un músico comprometido y también gracioso. Ojo, no subestimo a los Quilapayún, a los Inti Illimani, que fueron maravillosos, pero eran algo diferentes. Incluso, a veces uno toma distancia, pero no por sacarse el poncho y el charango de encima.