El circo contemporáneo sigue atravesando una etapa de expansión, un crecimiento motivado por varios factores. Por un lado, la consolidación de varias escuelas de circo, como La Arena, de Gerardo Hochman, pionera en este campo, a la que se sumaron universidades como la UNSAM, que la incluyeron entre sus planes de estudio, estimulando la formación de nuevas camadas de intérpretes.
Otro impulso sobrevino de la mano de iniciativas como el Festival Internacional de Circo Independiente, producido por la sala El Galpón de Guevara junto a Proyecto Migra, una carpa de circo que incluye un centro cultural itinerante. Diferentes técnicas circenses en cruce con la actuación, el teatro, la danza, la música, las artes visuales y la escenografía dan vida a propuestas en las que la técnica y la destreza circenses están al servicio de una historia. En este marco se inscriben trabajos elogiados como Un domingo, Consagrada y ahora se suma Amistá, espectáculo dirigido por Tomás Soko, creado junto a los intérpretes Facundo Muñoz Trovo, Blas Nielsen y Diego González. El trío encarna a un grupo de amigos que se gana la vida haciendo malabares en los semáforos de la ciudad de Buenos Aires: un tiempo cortísimo en el que con sus clavas intentan capturar la atención y ganarse el mango.
Es la segunda creación de Soko, joven artista formado en circo, teatro y danza contemporánea, tras la exitosa La Ceremonia, una obra que estuvo varias temporadas en cartel, giró por América Latina y Europa y fue reconocida por la crítica especializada. Para su nueva propuesta convocó a tres artistas de circo que vivieron en carne propia lo que despliegan en escena. Y lo que desarrollan a lo largo de una serie de cuadros que atraviesan diferentes climas y estados anímicos, son las distintas caras de una forma de vida tan incierta como adenalínica, con muchos sueños y aspiraciones a cuestas, con ansias de triunfar en competencias y hasta en la televisión.
La comunicación con el público es directa: mientras ingresa a la sala, uno de los intérpretes -con un gran parecido al Ewan McGregor del film Trainspotting, cabeza rapada y rebeldía a flor de piel- toca la guitarra. Los sonidos y su voz son crudos y ásperos. El escenario está pelado: él, sentado en una mesa con tres sillas, todo medio desvencijado. Con la llegada de los otros dos intérpretes, interpelan en forma directa al público: lo saludan y establecen un dialogo sin vueltas, tal como hablan y se manejan ellos en la calle, teniendo que sortear muchos obstáculos. No van a quedarse con un saludo tibio del público e invitan a un espectador a hacer un pase de clava en el momento en que darán la señal precisa. Cuánto ganan promedio en una hora en una buena esquina porteña, la relación con la policía que quiere llevarse su tajada, son algunas de las aristas que asoman con tono franco.
De un comienzo más hablado y siempre musicalizado, la escena se abre al movimiento y a la destreza con las clavas. Con humor, el trio recrea una competencia de malabares: un pasaje en el que despliegan sus habilidades y se bancan sin ningún problema cuando las cosas no salen como lo esperaban. Hay momentos más líricos: suena un piano ralentado, y se embalan en una coreografía más poética que combina el movimiento en el aire de las clavas, y la magia de otras que desafían la ley de gravedad, colgadas del techo con hilos invisibles, permitiendo formas prodigiosas. La personalidad de cada personaje se va delineando cuando retoman pasajes más actuados. Ahí toma forma la amistad y la complicidad que los une, los malabares que hacen con el dinero para sobrevivir, la angustia, el miedo al fracaso. Pero cada vez que se lanzan en trío a hacer de las suyas, la música, el movimiento y las proezas que hacen con los objetos envuelven a los espectadores en un mundo lúdico y festivo, como pendulando entre estados emocionales diversos.
Hay una escena muy bien lograda en que las clavas se convierten en dagas y uno de ellos muere, para luego resucitar y protagonizar los tres una escena rockera de ritmo vertiginoso. El trabajo con la voz, el modo de hablar, el desenfado, la soltura, las escenas grupales en las que recrean varias situaciones y el humor que campea casi permanentemente, revelan una búsqueda interesante. Y permiten que el público se asome a la intimidad de seres con los que, habitualmente, apenas se cruza lo que dura una luz roja.
Amistá obtuvo el premio regional de CABA a proyectos de danza otorgado por el Fondo Nacional de Las Artes, y cuenta con el apoyo de ProDanza, Fondo Metropolitano de las Artes, Fondo Nacional de las Artes y Mecenazgo. La obra tuvo su preestreno en la edición pasada del Festival Internacional de Circo Independiente y ahora se presenta los sábados a las 19 en el Galpón de Guevara (Guevara 326). En el reciente estreno en la sala del barrio de Chacarita, un público joven y muy numeroso recibió con mucho entusiasmo la propuesta.