Desde París
Atonal, sin episodios memorables, por momentos espectral y absorbida por la invasión rusa de Ucrania, la campaña para las elecciones presidenciales de este domingo -en primera vuelta- ingresa en la última semana con dos fuerzas en una dinámica de ascenso. Son la extrema derecha de Marine Le Pen y la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon, y la tercera fuerza, la del presidente saliente Emmanuel Macron, sigue estable.
Las demás propuestas, incluso aquellas que habían suscitado fuertes expectativas, se derrumbaron estrepitosamente. Ese ha sido el caso de la otra lista de la ultraderecha, la del panelista de televisión y columnista del diario conservador Le Figaro, Eric Zemmour; la de la candidata de la derecha de Los Republicanos, Valérie Pécresse, y las de las demás listas progresistas. La izquierda francesa quedó reducida a una isla de insumisos y a un par de bahías ecologistas, socialistas, trotskistas o comunistas, apenas visibles en la cartografía electoral.
Fuera del movimiento Francia Insumisa, del candidato presidencial Jean-Luc Mélenchon, los demás componentes de la izquierda han pasado a ser anecdóticos (ecologistas), patéticos (socialistas) o figurativos (comunistas, trotskistas, etc). Mélenchon se encuentra hoy en tercera posición de las preferencias electorales mientras que las otras candidaturas de la izquierda, incluida la socialista y la ecologista, parecen condenadas a desempeñar un papel de observadores lejanos.
La actual Intendenta de París y candidata del Partido Socialista, Anne Hidalgo, ha ingresado en el Boulevard de la evaporación con encuestas que le vaticinan un techo máximo del dos por ciento de las intenciones de voto, menos incluso que el candidato del Partido Comunista, Fabien Roussel (3,5) y que el ecologista Yannick Jadot (4,5%). Salvo Macron, Le Pen y Mélenchon nadie escapó a la atracción de la gravedad.
Qué dicen las encuestas
Ese es, hasta ahora, el orden de las previsiones electorales: 29 por ciento Macron, 22 Le Pen y 16 Mélenchon. La candidata de Los Republicanos, Valérie Pécresse, fue perdiendo semana tras semana el atractivo electoral y los sondeos la ubican hoy en torno a un 8,5%. Delante aparece Eric Zemmour con un 9,5%. Sin embargo, esa posición no traduce una victoria del zemmourismo sino un fracaso. Hasta hace apenas un mes y medio Zemmour superaba a Le Pen en los sondeos y había logrado que varios cuadros del lepenismo traicionaran a Le Pen y se fueran a las tierras de Zemmour. Al final, este ultraderechista fantasmagórico y grosero terminó siendo un aliado providencial de Le Pen: sus groserías, su extremismo, su vulgaridad grandilocuente y sus agresiones de todo tipo terminaron alimentando la narrativa de la jefa de la ultraderecha francesa, es decir,” no somos el diablo”, somos un partido normal, domesticado, como los demás.
Doce candidatos, cuatro mujeres y ocho hombres representan una oferta política monopolizada por tres propuestas: la liberal de Macron, la ultraderecha disfrazada de cordero de Le Pen y la izquierda radical de Mélenchon. Contrariamente a Zemmour, cuyas posiciones pro Vladimir Putin le costaron mucha legitimidad, ni Le Pen ni Mélenchon pagaron en las intenciones de voto su proximidad o su defensa del presidente ruso. Es lícito reconocer que, con las imágenes de la guerra en Ucrania, ambos protagonizaron un giro de 180 grados en sus posiciones respectivas. Fue un auténtico pedaleo hacia atrás, en directo y todos los días. Desde hace un par de días los afiches electorales ocupan los muros y de ellos sobresale una ausencia. A diferencia de otras campañas donde el logo del partido, la foto del candidato y el slogan formaban el arco narrativo, esta vez los logos han casi desaparecido como si ya no importara más el movimiento y la historia social y política que representaban los partidos sino la personalidad del candidato.
La situación de la izquierda
A pesar de la alentadora tercera posición de Mélenchon, estas elecciones son para la izquierda un deshonor monumental. Todas las listas juntas de la izquierda y los ecologistas no llegan a sumar el resultado de las dos listas de la extrema derecha (Le Pen y Zemmour). Y por tercera vez en el siglo XXI es muy probable que no haya un candidato de la izquierda en la segunda vuelta. Ocurrió en 2002, en 2017 y tal vez ahora. ”Los tiempos son duros para la izquierda“, reconoció la socialista Hidalgo en uno de sus últimos mítines. Por su parte, la derecha estará ausente por segunda vez (2017, 2022).
Para los progresistas franceses, lo que está en juego no es ya la elección en sí misma sino saber en torno a qué movimiento o figura se reconfigurará una izquierda que antes y durante la campaña ofreció un espectáculo denigrante. Los socialistas y los ecologistas se ocuparon más de difamar a Mélenchon que a cuestionar las políticas de Macron. La unión de las izquierdas se volvió un pugilato del que sólo el líder de Francia Insumisa salió ileso.
El macronismo reconoce en Mélenchon “la coherencia” de su discurso. El líder de la izquierda radical conserva inalteradas sus cualidades de tribuno. En pocas frases, sin retóricas de odio o desprecio hacia los otros, levanta una sala o una plaza llena de gente. Su avance en los sondeos (estaba entre el quinto y sexto lugar) responde a esa coherencia y a lo que el mismo Mélenchon llama “la táctica de la tortuga”. Lenta y persistente, sin renunciar jamás. El líder del progresismo interpela al electorado para que emita “un voto útil”, que “cada conciencia progresista y humanista” se una a él.
El escenario hasta el domingo
Macron, Le Pen y Mélenchon constituyen, con sus particularidades, un fenómeno político singular. El presidente, desde su elección en 2017, nunca abandonó el estrellato de los sondeos. Desde hace cinco años se mantiene primero en las intenciones de voto seguido siempre por Marine Le Pen.
La invasión rusa de Ucrania desvió a Macron de la campaña electoral intensa que pensaba protagonizar al tiempo que reforzó la imagen de “un presidente soldado de la paz al timón”. Sin dudas, el conflicto armado distrajo el impacto de su programa de derecha liberal y afianzó la confianza de un electorado cuyos sectores más moderados, tanto a la izquierda como a la derecha, no tienen por quién votar. Una vez más, Macron absorbe a los huérfanos de la socialdemocracia y de los conservadores.
Le Pen es la otra figura singular. Por segunda vez consecutiva es muy probable que enfrente a Emmanuel Macron sin haber cambiado jamás el ADN de la extrema derecha. Todo la ha beneficiado: la radicalización de Eric Zemmour, la normalización de las ideas de la derecha radical en los grandes medios de difusión y sus propias transformaciones internas. Del partido neoliberal del año 2000, en 2020 se mudó a un partido que, en Francia, se define como “social populista”: medidas a favor del poder adquisitivo, impuestos sobre las fortunas y la especulación financiera, mantenimiento de Francia en el euro. En el fondo, es decir, en las cuestiones culturales, no hubo transformación alguna, salvo de imagen. Lejos parece estar hoy la guerrera retórica del pasado. Le Pen se presenta como “la presidenta de la paz civil” y de la “unión nacional”. Sin embargo, la temática central, es decir, la ametralladora contra los inmigrantes, sigue disparando sus proyectiles con la misma eficacia, con la misma xenofobia.
Mélenchon tiene unos días para alcanzar a Marine Le Pen y trastornar todo el orden de la novela electoral ya escrita a cuatro manos por la candidata de la ultraderecha y el presidente saliente. Le Pen cuenta con más tiempo para demostrar que “es posible” su victoria en la segunda vuelta. Para Macron, la amenaza es menos tenaz. El es el dramaturgo y demiurgo de su propia historia. Su mejor aliada ha sido Le Pen. En cinco años, ni la izquierda ni la derecha de gobierno restauraron su credibilidad. Ambas están en el patíbulo mientras Macron y Le Pen saben que, en ese duelo tantas veces anticipado, los dos estarán otra vez frente a frente ante sus destinos.