Vamos ganando decíamos en la escuela primaria. En torno a Malvinas se vienen los guardapolvos blancos, el final dictatorial, el patrioterismo iletrado, el imperio anglo, el frío, un camino largo y el borracho con la plaza al palo. El espanto y la vida de los pibitos que hamacaban el desamparo, la desidia, hambruna y la fosa de trinchera. La guerra le puso cuerpos nuevos e inocentes a la ficción del manual Kapeluz. Un cuerpo ajeno y lisiado por las balas. Desde entonces, las islas tienen cientos de caras y de historias de hospitales y tumbas.

Algo de cada uno quedó ahí. No la patria defendida con sangre, sino las vidas comunes exhibidas ante eso que a falta de un nombre mejor, conocemos como el infierno. Entonces, de qué valen las razones del borracho y su locura en desafiar al imperio con una escopeta. Tampoco las sospechas del petróleo ni los hielos continentales. La guerra volvió real lo que solo era una publicidad en el aula. Teníamos doce años. Algunos hablábamos de Lennon, que era inglés y lo habían matado ¿por pacifista? Para esa época, Malvinas recibía los primeros habitantes argentinos. Y la cosa era que allá, había varios pibitos.

No es el método del cuartel. La de ser sirvientes de esos milicos burgueses y soretes de botas lustradas. Vuelos cortos, subordinación y valor, la humillación ejemplar, el rezo diurno y el odio a todos. Si el prepucio estaba cortado o el libro aparecía bajo el brazo, el guiso inmundo, llegaba al final de todos. Ellos merendaban con carne de exportación, mates y Chalchaleros. 

Se suponían, los suponíamos adentro de la patria, mientras se comportaban como ingleses en el África. Las guerras se arman con el personal de servicio que de yapa, son jóvenes. Las Malvinas son argentinas, son nuestras. Vuelta de página y regreso al cuento.

 

Las Malvinas no son de ellos, ni de Los Gurkas que se comían cruda a la gente. Se trata de un problema político y no de implantes de moral. Deberíamos mirarnos los pies, para no volver a poner las patas indebidamente en una plaza y gritar desbocados con los bolsillos llenos de curvas. Que no se malentienda, a los milicos nada se les debe, ni la democracia. Ellos le deben a esos pibitos, esos que hoy, en otros cuerpos, respiran otra vez la militancia en lugar de una guerra.