Primeros años ‘80. Tras abandonar los estudios como técnico electrónico en la escuela Siemens, Dante Gebel pasa las horas en la carpintería de su padre. Un accidente con una cepilladora trunca el oficio en un taller del conurbano. Empieza a dibujar y envía sus trabajos a diarios, hasta que una publicación zonal lo contrata para hacer tiras en contratapa. “Por acá hay algo. Me doy cuenta de que puedo comunicar”, rememora Gebel en entrevista con Página/12 y a horas del debut en El Nueve por La divina noche (martes a las 23). La comunicación tomó varias vías y fronteras. Con una dilatada carrera en la gráfica, radio y TV en Hispanoamérica, el conductor desembarca en la tele abierta local con un envío singular. Bajo el formato de late night, contendrá entrevistas, informes y segmentos en los que su responsable despliega su capacidad oratoria.
La divina noche cuenta con producción de Go Lab del Grupo Octubre y entre los desarrolladores aparece el nombre de Mario Pergolini. El envío es una adaptación, a gran escala, de lo hecho en Vorterix bajo el mismo título. Está grabado en Hollywood y su máximo responsable es alguien que se hizo muy reconocido en toda la región a partir de la prédica cristiana. “Un día Mario me dice, “le va a hacer bien a los argentinos alguna palabra de aliento y que te haga bien. No en línea religiosa sino una compañía. Hace falta eso”. Yo le expliqué que no hago algo religioso. Y ahí empezamos a cranear esto”, explica. En esas charlas se fue gestando el programa que mezcla tono familiar, humor blanco y una alta factura de producción. Espacio en el que caben reflexiones sobre la vida cotidiana, periodismo y hasta una big band.
Más allá de la fórmula de Gebel, el verdadero anclaje serán las palabras del conductor, sus pensamientos y las de sus invitados. “Son personas que me gustaría conocer un poco más. Van de Nicolás Repetto a Marcelo Tinelli, Jorge Rial, Juanita Viale. Pueden estar en las antípodas de pensamiento. No hay un perfil de entrevistado, salvo que sean conocidos y con visa, pasaporte y la vacuna al día para subirse a un avión. Eso fue determinante porque los tenemos que traer a Los Ángeles. Creo que no hay malos entrevistados hay malos entrevistadores”, lanza quien tiene como referentes a Jimmy Fallon, David Letterman, Conan O’Brien y de los argentinos a “la vieja guardia” como Juan Alberto Mateyko. “Gente que se para para hablar con prestancia y escucha a los entrevistados. Que comunica elegantemente. Me gusta que cuando se encienda la cámara se note que quien está delante es un profesional”, explica.
-¿Qué repaso hacés de tu paso por medios hasta este programa a gran escala?
-La tele ha cambiado muchísimo. Yo me tuve que adaptar para poder entrar en México. Dicen que si pegás en México pegás en toda la región. Yo estuve en Azteca, tuve que aprenderme todos los artistas de allá y había muchos que no conocía. Pero eso me dio libertad para entrevistar. Venía el “Messi mexicano” y yo tenía una tranquilidad muy grande. Estabas frente al Tinelli de ellos y lo trataba de manera simple. Eso me sirvió mucho, tuve que usar el neutro para hablar y sacarme argentinismos. Después estuve en Mega TV que se dirige de costa a costa en EE. UU. para todo el pueblo hispano. Le hablás a guatemaltecos, hondureños, puertorriqueños, venezolanos, inmigrantes, me costó mucho hasta que fluí. Y cuando me proponen hacer CNN y Vorterix recuperé el argentino que tenía guardado en el corazón. Y fue un entrenamiento muy grande para ahora llegar al Nueve y no sonar como una lata. No quería que se me escuchara con voz engolada. Sería espantoso. Recuperé el barrio. Fue cuestión de cambiar el chip frente a otro público.
-Te presentaste en estadios emblemáticos -del Luna Park a River-, tus eventos son masivos, pero tuviste que cambiar el chip. ¿Sentís que debés presentarte otra vez?
-Son caminos diferentes. Continuamente hago giras. Paramos por la pandemia pero ahora retornamos. Se llenan, sabemos que nos va a ir bien, vamos al Movistar de Colombia, al Auditorio Nacional en México. Ese público sabe quién soy y qué va a consumir. La tele siempre te abre a un público nuevo. Me pasó con CNN y Vorterix. Hay un público que no va por las redes y otro que es de ahí. Me toca estar con mis hijos y que se vuelvan locos con un influencer y yo no tengo idea quién es. Antes sabías quién era Sandro, Palito Ortega, Frank Sinatra, hoy no sabés. Y yo juego un poco con esa dicotomía. La gente que sabe quién soy y los que dicen, “¿este de dónde salió?”. Yo intento capitalizar eso. Puedo empezar un programa sin presión. No soy Tinelli. No es que van a estar diciendo, “¿a ver con cuánto arrancó Dante Gebel?”. Es al revés. Van a decir “¿y quién es este?”. Y hay un público subterráneo, un off que dice “dale, vamos a apoyarlo”. Se va a producir, capaz, un fenómeno muy interesante.
-El programa tuvo su primera versión en pandemia por Vorterix. ¿Cuánto influyó la coyuntura entonces y ahora?
-Muchísimo. La idea surge en el momento más álgido de la pandemia, cuando la vecina te denunciaba si te veía en la vereda. Estábamos encerrados. Nadie quería soportar escándalos, volvíamos a estar muy adentro, viéndonos cara a cara con nuestras familias. Queríamos hablar de cosas que impactan en la vida de todos. ¿Cuál es la verdadera felicidad? ¿Cuál es la diferencia entre éxito y felicidad? Por ahí empezamos. Me di cuenta que la pandemia nos unió en algo: nadie muere ateo y sin creer en algo. He estado en vuelos en los que sentís que viene el vacío, que estás como en una montaña rusa y te estás yendo. Si hay 300 pasajeros, no hay uno que no rece. No hay uno que diga: “bueno, que me coman los gusanos porque soy ateo”. Por las dudas agarran un rosario. La pandemia nos aunó en eso. Cuando estás ahí con tu familiar, con los cañitos del respirador, y vos sabés que te podés ir. Me lo dijo Julián Weich que la pasó fea: “yo soy un judío culposo”. En ese momento no te ponés a debatir, querés que venga una oración. No veo que no haya gente que no tenga fe en medio de una pandemia. Todos tocamos muchos fondos y ante la muerte y la finitud nos volvemos un poquito más permeables a la fe.
-Sos consciente de que rompés con el estereotipo del pastor, ¿no?
-Es que en realidad yo no soy pastor. Dejo que lo digan. En realidad, yo empecé en el '91 en una radio de Munro, convocando oyentes. Y vinieron 5 mil personas a un teatro. Pasamos a Obras. Y nos fuimos a Vélez. Y ahí saltamos a River. La prensa tituló lo del “pastor de los jóvenes”. Y ahí quedó. Podrían haber puesto el gurú y me estarían llamando así. Tengo un Doctorado Honoris Causa, esos que te dan en la Universidad por lo que hiciste no por los estudios, pero no dejo que me llamen doctor. Lo mismo como pastor. Hago una tarea pastoral pero estoy al revés del establishment pastoral, no tengo nada que ver con los brasileros ni con la religión organizada, pero tampoco lo tomo como una ofensa.
-¿Hoy quizás te titularían como coach ontológico?
-También. Pero suena a chanta. Yo no tengo la vida resuelta como para ser coach. No me gusta etiquetar. Y a los argentinos nos gusta etiquetar. Necesitamos saber de qué lado estás. Necesitamos definirnos por Ucrania o Rusia. De ahí que se profundizó la grieta. Si estamos del lado de Chris Rock o Will Smith. Hay que tomar posturas ante todo.
-¿Cómo se dio la relación con Mario Pergolini?
-Los dos somos muy singulares porque nos fascinan las comunicaciones. Y somos insistentes. Él no tiene WhatsApp. Hablamos poco pero nos queremos mucho. Hubo una simbiosis cuando nos conocimos. Fui de invitado a su programa y se sorprendió con la respuesta en las redes. Algo se encendió y pegamos mucha onda. “Vos tenés que hacer algo”, me decía. “Sí, pero vos me producís”, le respondía. Y fueron dos años de remo porque no quería saber nada. Cuando él se asocia con el Grupo Octubre me pareció genial; si él no lo producía, yo no hacía tele. Es la única persona en la que confiaba para que estuviera detrás de cámara ocupándose de los detalles. Hay una parte estética muy clara de sus productos, desde CQC a El Rayo, y yo quería que el ojo de Mario esté. Esperemos que la sociedad y la amistad perdure un buen tiempo.
-Las entrevistas íntimas y distendidas serán uno de los fuertes. ¿Tenés una suerte de manual o de mapa de vuelo?
-Me informo muchísimo sobre el entrevistado, pero no estoy atado a la actualidad violenta o de chisme. Buceo en quién es la persona: qué pensaba cuando era chico, qué representa el trabajo, si le fascina más la guita que el poder. Intento trazar más un perfil de la persona que de lo que esté haciendo. No quiero que el programa se vuelva una gacetilla, “estamos el 8 de este mes debutando en Mar del Plata, vengan”. Esta carrera es muy corta si vivís de los escándalos. No busco el titular. La mayoría de los periodistas siempre buscamos el titular abajo. “Estás en contra de los pastores, ¿no es cierto?”. No me lo banco. Esas son notas con vuelo muy bajo porque se nota la intención. Trato de ir a más profundo y vamos a tener la pantalla limpia. No vamos a titular. La intención es ir por el lado más humano como para que el otro pueda hablar y abrirse.