Cuando en Sing Street, la película ochentosa de John Carney sobre post punk, marginalidad y sobre todo nunca ser como tus padres, su protagonista Cosmo busca entender la “tristeza feliz” que su amiga dice caracterizarlo, su hermano lo invita a escuchar un disco de The Cure para descifrar el enigma. Si el tiempo y el espacio estuvieran hoy de mi lado, no dudaría un instante en llevar a Cosmo a ver Tarzan Boy. En la nueva obra de Peter Pank, basada en su novela homónima de 2017 publicada por Milena Caserola, la sala se tiñe del mismo sentimiento de nostalgia, comedia, delirio y tragedia ante un pasado que despierta con ferocidad para no dejarnos olvidar el campo minado que muchas personas transitaron obligatoriamente en los baños y en los cines XXX, iluminadas por el deseo que, a la larga, todo lo puede. Protagonizada por Emiliano Figueredo y Alejandro Flecher, que lo dejan todo entre monólogos y besos, coreografías de Hernán Martínez y audiovisuales de Goyo Anchou, Peter retorna a una época de tres décadas, los 80, los 90 y los 2000, que vivió en primera persona para transformar la historia en poesía y la poesía en teatro, aplicando una fórmula mágica que mutando se hace eco de una frase que se lee en la pantalla de la obra: “¿Acaso la esencia de lo fantástico no reside en la mezcla de géneros y tiempos?”.
¿Cómo trabajaste la convivencia de pasado y presente, libertad y persecución, amor y muerte que protagoniza Tarzan Boy?
Peter Pank: Algo de esto ya estaba en la novela original, quería que pase por todos estos lados, con momentos muy fuertes, dramáticos, momentos de reconstrucción histórica bastante cuidada y momentos de erotismo y delirio con todo ese imaginario que es Tarzán en el cine. Elegí un personaje como Tarzán, que si bien es como una “institución de Hollywood”, es una institución medio venida a menos, sobre todo en la historia que escribió Edgar Rice Burroughs, que ahora sería políticamente incorrecta. Era importante pasar por esos estados.
En ese sentido la película Tarzan Boy que se proyecta en la obra cobra un rol vital.
P.P.: Con Goyo teníamos la idea de hacer la película de Tarzan Boy, ir a filmar al Tigre, pero todas las restricciones de la pandemia no ayudaban. Entonces tomamos material prestado y hábilmente trabajado con la edición de Goyo -que es un maestro para esto- lo doblamos para hacerle decir a esos actores lo que yo había escrito. Era importante que existiese esta película y que hubiese momentos de humor, para que todo no fuera tan denso. Esta generación está acorralada entre los desaparecidos, las Malvinas y la crisis del vih/sida, y el erotismo funciona como un escape, una pulsión de vida, en un momento en donde todo ese erotismo también estaba prohibido. Pero la vida siempre encuentra su camino para florecer.
¿Qué te seduce de los cines continuados para convertirlos en el espacio principal de la historia?
P.P.: Como bien cuentan Modarelli y Rapisardi en su libro "Fiestas, baños y exilios", eran los lugares de encuentro sexual de nuestra comunidad lgbt, de conocer al otro, además de los cambios que se fueron dando en la sociedad acerca de cómo conocerse con el paso del tiempo. Por eso también cuando la historia llega a los 2000 todo tiene que ver con chats, y los personajes están de espaldas entre sí. El pasado suele estar teñido de melancolía, y no quiero decir que eso haya sido mejor, porque no es así. Lo que rescato de esos cines es que a pesar de la sordidez o de la poca calidad que tuviese el material proyectado, ahí el encuentro era directo y no quedabas atrapado en un chat eterno que no va a llegar nunca a ningún puerto.
En algunas de tus otras obras también suelen aparecer situaciones del pasado que interpelan a un público que no vivió esas épocas.
P.P.: Me transita algo del documentalismo y el archivismo, el haber guardado cosas en cajas. Poder compartir nuestras historias con las generaciones nuevas es sumamente importante: contar un poco cómo llegamos hasta acá. No hay que olvidar, hay que recordar. A dos de mis obras anteriores, “1990 noches” y el “Kabaret Elektro Pank”, las montamos en ámbitos como Feliza, en donde el público es muy joven, y más allá de reírse o emocionarse un rato, también se puede llevar un descubrimiento: tal vez cuando vuelven a casa les den ganas de buscar y ver qué encuentran en la red de estos momentos del pasado, y eso me parece muy movilizante como artista.
Tarzan Boy se puede ver todos los sábados de abril a las 21 en Espacio Tole Tole, Pasteur 683.