En su discurso del 2 de abril de 1976, cuando describió el plan económico de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz dijo que "dejarían de tener vigencia las paritarias entre la parte obrera y la empresarial para la fijación del nivel de los salarios", los cuales pasarían a ser, en lo económico, la víctima principal del golpe de marzo. Si los salarios caían, como de hecho y en manera abrupta sucedió, las que aumentaron obviamente fueron las ganancias empresarias de los grupos favorecidos por el plan, notablemente los transnacionales.

En el aniversario del golpe del 24 de marzo, que hace un par de semanas evocó una impresionante movilización popular, es donde cabe analizar todo aquello con una mirada regional y global del capitalismo, sin la cual toda reflexión es incompleta.

Las dictaduras ya estaban instaladas en Brasil y Paraguay cuando, en 1971, el general Banzer derrocó en Bolivia al militar nacionalista y revolucionario Juan José Torres, quien se refugiaría en Argentina y sería asesinado en 1976. En 1972 fue el turno de Ecuador: un golpe militar acabó con la presidencia de José María Velasco Ibarra, otro asiduo exiliado en Argentina, de donde era oriunda su esposa. En 1973 se instalaron las dictaduras en Uruguay y en Chile con las traiciones de Juan María Bordaberry y de Augusto Pinochet. 1975 fue el turno del Perú, cuando otro nacionalista revolucionario, Juan Velasco Alvarado, fue derrocado por la derecha militar. Y 1976, en el final de ese lustro sangriento, el golpe se consumó en Argentina.

¿Qué tenían que ver María Estela Martínez de Perón y Salvador Allende en cuanto a línea de gobierno? ¿En qué se parecían Bordaberry y Torres? ¿Cómo pensar que los escenarios nacionales, aun con sus obvias particularidades, pueden explicar esos golpes? Desde luego hubo hilos conductores como el Plan Cóndor o la propia Guerra Fría, pero hay todavía un trasfondo más, que se asocia al curso del capital global.

Ofensiva

Tras la Segunda Guerra Mundial sobrevino la descolonización en Asia y África, un mejor reparto del ingreso y una mayor presencia del Estado en cada país, con más regulaciones y equilibrios. El propio capitalismo reconoce a ese período como un ciclo dorado.

Pero la tasa de ganancia, clave en el desarrollo capitalista, bajó en las décadas de 1950 y 1960 hasta límites intolerables para los grupos más concentrados y poderosos, como analizaron académicos como Robert Brenner, Theotonio Dos Santos (en su versión de la teoría de la dependencia), Anwar Shaik o el argentino Carlos Abalo, quin señala que "la tasa de ganancia de las corporaciones tuvo una tendencia marcadamente descendiente, al pasar del 40 por ciento del capital neto a costo de reposición, a comienzos de los años '50, a un 10 por ciento en los primeros años '70". 

En una reunión de la Trilateral Commission a fines de los ‘60, Samuel Hungtinton llegó a hablar "exceso de democracia". El capital dijo basta hacia 1968 y comenzó su ofensiva con el trabajo, que fue fuerte en los dos centros neurálgicos del capitalismo mundial: en Europa se dio la represión al Mayo Francés, al “Autunno Caldo” y las huelgas de Italia, y en Estados Unidos tuvo lugar el ataque a los hippies, la lucha por los derechos civiles y la contracultura y la imposición de drogas. En América Latina, fue genocidio y terrorismo de Estado con decenas de miles de muertos.

La crisis de caída de tasa de ganancia podía superarse de dos modos. Una, con una reacción capitalista más concentrada, como la que finalmente se impuso, dando más poder al "mercado", con multinacionales más fuertes y robando al Estado para que garantizara esa vuelta a ganancias superlativas, como las que había antes de las guerras mundiales. El nuevo esquema se daría en llamar luego "neoliberalismo". Otra salida era, por el contrario, expandir más el mercado interno y el reparto del ingreso  y completar el desarrollo por sustitución de importaciones, con un Estado regulador pero habilitando espacios lucrativos al sector privado, es decir, lo que intentaron todos los gobiernos derrocados en '71-76, con el caso más extremo en Chile con su vía democrática al socialismo y la respuesta más extrema como contrarrevolución capitalista.

El Capital

El golpe de 1976 en Argentina, más allá del desgobierno o vacío de poder que había con la gestión de “Isabelita” y del clima de violencia cotidiana que se vivía, no se puede leer sin el contexto que marca que todos y cada uno de los gobiernos de la región fueron derrocados sin importar su ideología, virtudes o defectos. Se impuso, matando a todos lo que quisieran matar, un camino de salida a la crisis acorde a lo que los tiempos que el gran capital imponía.

Desde ya ni Videla ni Pinochet, que ensayó variantes muy burdas antes de entregar el mando a los “Chicago boys” monetaristas, ni mucho menos quienes secuestraban, picaneaban o arrojaban gente al mar tenían idea de quién en verdad empujaba a ese delirio asesino. Pero esa fuerza global y regional fue la principal razón de los golpes que desangraron a Argentina y a América Latina y que merecen el reclamo de siempre: verdad, memoria y justicia.