Dos estrellas refulgen en el cielo rosado del universo gay de fines de siglo XX y las dos se llaman Federico:  Moura brilló en los años ochenta y  Klemm en los noventa. Ninguno salió abiertamente del closet, pero no hacía falta. Sus solas existencias alivianaron las vidas o acompañaron la soledad de gran parte de una generación.

Ambos pusieron en la escena pública un cuerpo inconveniente de trajes coloridos y movimientos delicados y felinos que resistía a la grisácea represión moralista. Moura, a través de juegos de palabras en canciones alegres y románticas; Klemm, a través de collages que frecuentemente combinaban la pintura y la fotografía, el arte pop y la alta cultura, se rebelaron contra la seriedad y la homofobia imperantes.

Tanto Moura como Klemm comparten también el triste destino de haber padecido el insulto y la incomprensión de la época que les tocó vivir.  Con el paso de los años, sus obras están siendo revalorizadas. En el caso de Klemm, el reconocimiento tardío parece costar aún más porque su figura maricona se asocia a la frivolidad y al neoliberalismo de los años noventa y el menemato.


Veinte años de la muerte de Klemm

Por este y por tantos motivos, al cumplirse veinte años de su desaparición física y en el año en que hubiera devenido octagenario, la muestra “Encantador de la noche. Federico Klemm 1942-2002” funciona como un justo tributo a un artista y una obra extraordinaria  y a un legado que, visto retrospectivamente, contribuyó a las luchas por los derechos y la visibilidad de la comunidad LTBIQ+. En efecto, en momentos, donde el imaginario heteronormativo era omnipresente, Klemm puso en el centro de su arte otras formas de visualizar cuerpos deseados y deseantes, familias e identidades queer avant la lettre.

El homenaje a Klemm, con curaduría de Guadalupe Chirotarrab, Santiago Villanueva y Feda Baeza, está organizado en tres actos separados que funcionan como tópicos centrales dentro de la obra del artista. Desde el 31 de marzo, puede verse en la sala Bonino de la Fundación -donde serán montadas las tres exposiciones- el primero de los episodios titulado “Telecristales y homoerotismo”. Acá emerge uno de los Klemm más subversivos y radicales mediante amplios murales de cuerpos masculinos. Su pintura de trazos rápidos y gruesos y sus imágenes fotográficas remiten tan pronto a la pornografía y al yire gay callejero urbano como a la imaginería católica y a la mitología greco-romana. De esa manera kitsch y caótica -con influencias, entre otros, de Pierre & Giles y Andy Warhol y la marca de un estilo personalísimo-, su arte no solo da cuenta de una época, sino que da lugar a nuevas formas de explorar el deseo.

Cuerpos desnudos e hipermusculados

En efecto, en las obras seleccionadas Klemm pone el foco en cuerpos hipermusculados y subersivamente desnudos ambientados en escenarios mitológicos o religiosos. Así vemos a jóvenes sansones corpulentos que ponen en tensión los músculos al derribar templos; Neptunos que emergen gloriosos de las aguas del Río de la Plata entre cristales y astros; Cristos con diminutos taparrabos que parecen salidos de una revista porno;el discípulo amado tocando algo más que el costado de Jesús; apóstoles lavándose los pies en rituales eróticos análogos a los del amo y el esclavo sadomasoquista; San Sebastianes sensuales que expresan el éxtasis sexual  y otros tantos santos voluptuosos rodeados por las llamas de la pasión o del infierno. Por otro lado, la serie titulada “Cristo en los enfermos” refleja sutilmente la vida hospitalaria, las muertes y la idea de apocalipsis de una generación que padeció los años más tortuosos de la epidemia del sida.

Las imágenes de los santos en llamas parecen anticipar proféticamente uno de los hechos más trágicos que tuvo que vivir el artista: pocos meses antes de morir, un incendió afectó su casa en Palermo y pereció su adorado perro Olaf. Y es que frecuentemente, en Klemm, vida y obra se mixturaban hasta constituir una verdadera estética de la existencia. Su vida, su manera de comportarse o de aparecer en los programas de televisión era en sí misma una obra de arte y también solía ser modelo de pinturas y fotomontajes y formar parte de instalaciones de su autoría y de las de colegas y amigos.

De próxima exhibición, el segundo episodio, “El cisne en llamas”, hará foco en la relación de amistad e intercambio creativo entre Federico Klemm y Mildred Burton. Y el episodio final, “Opera madre” se centrará en la relación de Federico con la Ópera y el Ballet y con su madre”. Acá cobrará particular importancia la adoración que Klemm sentía por el bailarín Rudolph Nureyev cuyo traje de pitón -que el propio Klemm supo lucir en algún programa televisivo- se encuentra exhibido en un lugar privilegiado de la muestra permanente.

“Telecristales y homoerotismo” es una obra imperdible que permite acercarse  al personaje freak y adelantado, denostado y adorado por partes iguales que supo ser Klemm . También da cuenta de su intento de crear un universo propio que supone una forma de sacralización o de religión de las disidencias sexuales. 

“Telecristales y homoerotismo”, primer episodio de “Encantador de la noche. Federico Klemm 1942-2002”. Curaduría: Federico Baeza, Guadalupe Chirrotarrab y Santiago Villanueva. Desde el 31 de marzo en la Fundación Klemm. Galería Embassy. Marcelo Torcuato de Alvear 628