¿Cuál es nuestra inocencia? ¿Cuál es nuestra culpa? preguntan los versos de un poema de Marianne Moore que husmea el umbral del coraje. Averiguar de dónde viene ese aluvión duelista que enfrenta la mirada de los otros es uno de los desvelos de la poeta de El basilisco emplumado y una de las apasionadas indagaciones que plantea El encanto de la mosca, el documental de Lucía Levis Bilsky y Octavio Comba que ganó el Premio a la Mejor Película de la Competencia Nuevos Directores en el Festival Internacional de Cine Documental Buenos Aires (FIDBA 2022). 

¿Qué deciden contar y qué ocultan los testimonios que ponen en discusión la contaminación de Puerto Madryn? ¿Qué coraje aireado quebrará el círculo de miedo que envuelve a la irresistible ciudad de las ballenas? Con inteligencia punzante el documental inicia su recorrido con una señal lingüística, huella semántica que anticipa un viaje tenebroso. La mosca como insecto díptero que deambula por excrementos y materia en descomposición, la acepción de la palabra mosca como sinónimo de dinero y la mosca como expresión de quietud y silencio: quedarse mosca. 

Aluar: la única empresa productora de aluminio en Argentina

La imagen de la playa patagónica se une de inmediato a la travesía reveladora de las palabras y cruje entre zumbidos, gorjeos y olas cuando un detector de metales se desliza sobre la arena, enseguida vemos a una mujer de espalda a la cámara caminando por la playa y levantando la basura que encuentra. Antes de que esa misma cámara enfoque un tembladeral de escenas soleadas: familias cargando reposeras y heladeritas, un crucero babélico llegando al puerto de aguas profundas, agentes turísticos y una clase de baile playero con coreografía festiva, se escucha la voz del locutor de un noticiero de los años setenta hablando como si él fuese el torrentoso río Futaleufú: “soy fuerte, rumoroso y rápido”, dice el locutor mientras las imágenes de archivo enfocan de lejos a los hombres que están construyendo Aluar, la primera y única empresa productora de aluminio primario en la Argentina. 

“Ahí están”, dice ahora la voz del presentador: “músculo, nervio y cerebro puestos al servicio de la causa grande”. La noticia sepia festeja la inminente construcción de la planta, un “jalón en la avanzada de nuestro país hacia su gran futuro”. El encanto de la mosca nos inquieta, una narrativa de terror se cuela en la edición de una crónica sobre destellos violáceos, bramidos de turbinas, bombas de tiempo, campos magnéticos, gases fluorados y salas de electrólisis.

Un hombre se manifiesta solo contra la contaminación de la planta de Aluar. 

Enfermedad y muertes tapadas por el "progreso"

Una trama furtiva moldeada por el dolor y el deseo incitante del progreso hablan de salud, enfermedad y muerte: “Es una planta maravillosa, pero hay un ocultamiento de una verdad”; “es contaminante, yo la planta completa la conozco porque trabajé adentro (…) mi organismo era muy débil, tres operaciones en tres meses”; “si había alguien en forma consiente que estaba haciendo daño a la naturaleza era yo, pero era mi tarea y me entusiasmaba, si no lo hacía yo lo hacía otro. Siempre tenemos que optar. Es como cuando encontrás un camino equivocado, no está mal volver”; “presenté un informe (…) iban negros a la casa y lavaban la ropa con la ropa de la familia (…) cáncer, alteraciones congénitas hereditarias, problemas de fertilidad (…) y así me echaron”; “mi papá murió de golpe, una leucemia terminal, usaba el agua de reuso para regar”; “no quiero hablar mucho del tema porque es un tema urticante”. 

Los testimonios se amontonan y revelan silencios, pero un silencio mayor que esas voces no rompen del todo, envuelve cada palabra que dicen. En la vida cotidiana madrynense que El encanto de la mosca rastrea hay excursiones a la planta de aluminio donde se reparten clips para comprobar el poder del campo magnético, regatas, tortas fritas, colita de ballenas, jineteadas, canciones de protestas (coro y rap), un debate en el Consejo Deliberante donde se dice (y se señala) que uno de sus miembros trabaja para Aluar, una tranquera abierta a la Fiesta del Cordero y un Vía Crucis submarino de Viernes Santo con procesión, actores amateurs, vestuario casero y de cotillón, buzos y una cruz de varios metros iluminada y sumergida. 

El encanto de la mosca se proyecta en la sala 3 del cine Gaumont todos los días a las 18,30 horas.


No más flúor

Esas fiestas populares a la vera de la planta de aluminio son seguidas de cerca por activistas que usan remeras que dicen “No más flúor”, y conversan sobre contaminación y cambio climático con los vecinos en la peregrinación pascual arengada por una voz que habla de amor y de abrirle las puertas a Dios: “¿Cuántas veces buscamos mitigar nuestras tristezas y vacíos dándole la espalda a la verdad? ¿Por qué a veces preferimos vivir engañados antes que afrontar la causa de nuestros males?”. Mientras la procesión avanza y antes de unirse al séquito alguien en una esquina se despide de uno de los activistas con un: “que siga bien, hasta luego”. 

Una noche, en la calle, a pocos metros del escenario donde se inaugura el Festival Internacional de Cine un grupo de activistas hacen intervenciones levantando carteles pintados sobre pedazos de cartón donde se lee: “Financia y Contamina”. El encanto de la mosca arranca las capas carnosas de una cebolla. Hay algo más debajo de ese tropel de declaraciones hechas frente a la cámara, como también hay algo más detrás de cada plano sobre ese horizonte patagónico con silueta de fábrica. Una línea cromática y volátil prueba que el mundo de las sombrillas veraniegas y el mundo del aluminio comparten algo más que el aire herido que respiran.