El otoño llegó de golpe. Hace frío en la vigilia del 2 de abril en el Parque Nacional a la Bandera. La canción de Lalo de los Santos, el Tema de Rosario, en la voz de la trova, trae su propio otoño. Cuando era (más) joven, no entendía la belleza de esa poesía y ahora, me pasa por el cuerpo. Las emociones están a flor de piel al lado del río Paraná: el camión del Centro de Ex Soldados Combatientes en Malvinas con el que estos hombres, hoy en sus 60, van durante las noches de invierno, desde hace años, a llevar comida caliente a las personas que están en la calle, es lugar de reunión. Hay algunxs jóvenes, de Generación Malvinas, una agrupación conformada por hijes que están dispuestxs a recoger el legado de sus padres. Son miles las personas que llegaron a escuchar a la Trova en la vigilia, que por primera vez cuenta con un espectáculo masivo para esperar a la medianoche.
Memoria es una palabra que a veces parece deshilachada, de tantos sentidos superpuestos que pueden vaciarla. Y sin embargo, en esa noche, parece un fulgor: la cola para tatuarse el contorno de las islas es larguísima. Un grupo de tatuadores ofreció esa participación en la vigilia. Suena como una lanza el tema de Ciro, Héroes de Malvinas. Y las lágrimas, el dolor de pensar en aquellos pibes de 18 años. Por siempre serán héroes canta y nuestra tarea es, ahora, desarmar esas formas de la heroicidad. La guerra es tan indisoluble con el patriarcado, que cuesta zambullirse en las emociones sin contradicciones. El amor y la gratitud hacia aquellos pibes, maltratados, expuestos al frío y al hambre, se yuxtapone con la necesaria revisión de las ideas de patria, de héroe, de potencia bélica.
Así como los veteranos, aquellos tiempos de temprana adolescencia están entrelazados en canciones. Toda la vida lo está. Suena En blanco y negro, y los años 80 se hacen presentes con todo su espesor personal. "Como yo, que la juzgan/ Como yo, que la niegan/ Como yo, que no puedo irme/ Muy lejos sin llorar", canta Silvina Garré desde el escenario. Rubén Goldín con Sueños de Valeriana habla de "dejar correr la tristeza como el agua". La sensación es que recién ahora, esa tristeza puede hacerse piel. Alguien me dice que "nunca había pensado en lo que habían pasado esos pibes" en las islas. Sin ninguna pretensión de originalidad, pienso que Malvinas fue el último acto de terrorismo de estado. Nunca pude olvidar el relato de Julio Más, un veterano rosarino, que en 2007 denunció a sus superiores por haber sido estaqueado en el frío. También me contó de un compañero muerto de hambre. Escucharlo, mirarlo a los ojos, fue una de las formas de esa memoria que durante muchos años les fue esquiva a quienes fueron allá "por la patria". Allí estaban los veteranos cuando explotó el edificio de Salta 2141, el 6 de agosto de 2013, en el cantero de bulevar Oroño, brindándose. Y allí, una de las hijas, me dijo: "No quiero que le digan héroe por la guerra, eso no lo eligió. Es héroe por todo lo que hizo después, eso sí lo elige". Cuántas complicaciones trae lo heroico. Eran pibes, son hombres heridos, que todavía buscan el sentido de hacer patria. Y yo "no tengo patria, tengo matria y quiero fratria", canta Caetano Veloso en Lingua.
"Voy hacia el fuego como la mariposa/ y no hay rima que rime con vivir", escribió Adrián Abonizio para El Témpano, canción inoxidable que entibia la noche, cuando faltan pocos minutos para el 2 de abril.
Si los relatos de ellos demoraron años en ser escuchados, qué decir de ellas, las mujeres que fueron a la guerra. Las instrumentadoras quirúrgicas, las enfermeras, esas Mujeres Invisibles del libro de Alicia Panero. En 2015, Mariana Carbajal contó su historia en este diario. ¿Cuántos libros, películas, canciones nos faltan para hacerlas presentes? Ellas todavía pelean para su reconocimiento como veteranas. Las músicas rosarinas Flor Croci y Evelina Sanzo les hicieron una canción que no sonó en la vigilia. Me quedé con las ganas. "Que revivan las mujeres, que la historia ha ocultado", cantan a dúo. Recuerdo el libro La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Aleksiévich, con sus entrevistas a cientos de las mujeres (un millón) que formaron parte del Ejército Rojo en la segunda guerra Mundial. Relatos imposibles de olvidar. Y que durante años nadie escuchó.
La hermanita perdida llamó Atahualpa Yupanqui a las islas Malvinas. Un año antes de la guerra, Suma Paz grabó esa canción de 1971, pero nadie quería publicarlo, en una época en la que no había plataformas para lanzar los temas sin depender de las discográficas. "En 1982, durante la guerra de Malvinas, lo primero que hicieron fue querer sacar el disco. Yo, que lo había esperado un montón de tiempo, me opuse y les dije que si lo sacaban les hacía juicio. No quería hacer el papel de cierta gente que vendía discos a rolete mientras nuestros jóvenes morían en las islas. Era inmoral. Pero negarme me costó 12 años sin poder grabar", contó en este mismo diario, hace ya muchos años.
La guerra, sus mujeres, se pueden rastrear mucho más lejos del llamado "teatro de operaciones". ¿Qué pasó con las madres, las hermanas, las novias? ¿Qué pasa con las hijas, las compañeras? El domingo, nada menos que en el patio cívico del Monumento a la Bandera, un conversatorio llamado Voces de la Matria convocó a las mamás de dos soldados. Es parte de la amplia iniciativa de la directora Jimena Chaves, que tiene en proceso el documental Matria, sobre madres de soldados caídos en la guerra. Ella dice que la película se convirtió en un "universo".
Gonaria Soru recordó a Daniel Osvaldo Sturel, su hijo fallecido por congelamiento tras el hundimiento del crucero General Belgrano, el 2 de mayo de 1982. Para ella, a los 86 años, la guerra sigue sin tener explicaciones. La caprichosa memoria trae No bombardeen Buenos Aires, ese miedo lejano, que fue una realidad palpable para las mujeres que sí perdieron a sus hijos, los 649 caídos. Las Madres que todavía no pudimos abrazar.
Sentada al lado de Gonaria, en el mismo sillón, Florencia no reprime las lágrimas mientras cuenta que su papá -Claudio Sánchez, veterano- habla poco y llora menos. Integra Generación Malvinas desde su mirada feminista, y así desafía a abrazar a quienes volvieron de la guerra heridos.
Elba cuenta que al volver, su hijo, Claudio "Tato" Petruzzi nunca fue el mismo. Y sabe muy bien que pudo no haber vuelto, siente que todos los que "quedaron" son sus hijos. La arbitraria playlist vuelve a traer Ellas bailan solas.
Cuando Elba quería contar lo que significó tener a su hijo en la guerra, mucha gente le decía que lo olvide, que deje eso atrás. Como si se pudiera decretar el olvido sin consecuencias. Habla con una voz bajita, y sus palabras llegan al corazón. Las cálidas preguntas de la periodista Virginia Giacosa la ayudan a desplegar su memoria de aquellos tiempos. Subraya que su papá "se quedó" en la guerra, murió durante el conflicto, al ver que la OTAN apoyaba a Inglaterra. "Cuando mi hijo volvió, eso fue otra tristeza, que ya no estaba el nono", dice Elba, ama de casa.
Chabuca Granda escribió la baguala Argentina Agredida para expresar su apoyo, entonces. La letra es explícita, como un abrazo tardío.
La lluvia amenaza caer en la tardecita del domingo. La patria abanderada, así se llama la escultura principal del Monumento, que se yergue sobre el conversatorio. Cuando termina, Elba García se para, apoyada sobre su bastón y con una voz bajita dice: “Es la primera vez que puedo hablar tanto de todo esto, nunca me habían escuchado".
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