¿Qué significa en concreto la consigna de “llevar una vida en libertad”? ¿Cómo se resuelven las tensiones entre la militancia, la vida profesional y la vida doméstica? ¿Y las contradicciones entre las parejas monogámicas y el deseo? ¿Cuándo se fundó la grieta entre un feminismo liberal y uno de raigambre popular? Son algunas de las discusiones que se filtran en Feminismos para la revolución (Siglo Veintiuno Editores). Preguntas sin saldar que reaparecen entre las preocupaciones de estas catorce autoras -de los siglos XVIII, XIX y principios del XX- con una actualidad que inquieta hasta el subrayado. Catorce voces que dan cuenta de que las peleas que damos hoy sólo se pueden entender a la luz de un pasado que les da aliento y volúmen.
Reunidas por la sensibilidad y algo del antojo de la socióloga y coordinadora del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas Laura Fernández Cordero, las 14 desafiaron a sus partidos, sus maridos, sus camaradas, sus editores y desarrollaron sus ideas en los cruces entre el anticapitalismo y lo que en otros tiempos se nombraba como “cuestión femenina”, mucho antes siquiera de que existiera la palabra “feminismo”. Más que la linealidad de su pensamiento, las afinidades programáticas o el momento histórico, se podría decir que lo que las une es el espanto: todas fueron calificadas por sus contemporáneos como exaltadas, emocionales, desubicadas, virulentas, frenéticas, y siguen los cumplidos.
En Feminismos para la revolución figuran algunos de sus textos más raros acompañados por los perfiles escritos por Fernández Cordero. La voz de Rosa Luxemburgo por ejemplo aparece en cartas que más que de amor hablan de reproche: “esos textos la muestran en plena discusión sobre el mansplaining con su amante. Le está pidiendo al destinatario de la carta que no la mansplainee, que no la subestime. La fundadora del partido comunista alemán se queja en un registro bien de entre casa de una manipulación que ya no aguanta.
También están las voces de Claire Démar y Jenny D’Hericourt: periodistas feministas francesas de principios del siglo XX -traducidas por primera vez al español- que argumentan por el derecho al voto y al placer, y reclamaban por las promesas incumplidas de la Revolución Francesa. Mucho antes de que Olivia Colman cuativara en La hija oscura con su retrato de una madre en fuga, presentado como novedad, Aleksandra Kollontay, figura bolchevique que llegó a ser embajadora de la URSS, dejó a su hijo para emprender una aventura intelectual, política y amorosa, y así lo cuenta en sus memorias La opción obrera. La anarquista Emma Goldman, tan famosa por la frase que combina baile con revolución, aparece en esta compilación pensando los cuerpos en clave libertaria, dando consejos para una vida poliamorosa que funcione y también planteando la urgencia de desprender a las infancias de ese corset que pueden llegar a ser los padres.
En esta compilación hay alguna que otra pluma masculina, autores anarquistas. ¿Incluirlos fue un debate para vos y tu editora?
--Intento problematizar lo biológico como identidad, y en lugar de eso trabajar con la idea de voces. Sin desconocer, claro, que esas voces tienen una encarnación que asume una identidad masculina o femenina, o trans (en el caso de La Bella Otero). Que no fueran necesariamente mujeres asignadas como mujeres. La antología muestra el concepto de mujer en debate. También quería contrarrestar la idea de que hay cosas que sólo fueron dichas por mujeres. Hay una voz que no aparece necesariamente en el índice pero atraviesa todo, la de Pierre Joseph Proudhon, el hombre que encarna la masculinidad más misógina dentro de las izquierdas. Era necesario incluirla para entender cómo Jenny d´Héricourt discute con él.
¿Cómo diste con este personaje de la Bella Otero, la voz trans de esta antología?
--La conocí leyendo a Jorge Salessi en el libro Médicos, maleantes y maricas. Ahí analiza textos de la Bella Otero. En el archivo CEDINCI, donde yo trabajo, hay una colección que perteneció a José Ingenieros. Y estos criminólogos estudiaban a los que consideraban en el margen del orden social, y tenían a estas personas cautivas. Es un aparato de represión. La particularidad de la Bella Otero es que logra colar su autobiografía en el encierro o Francisco de Veyga decide publicarla. Incluso estando cautiva logra darnos esa voz. Es el texto más erótico de la antología, creo que ése y el de una Flora Tristán lésbica.
¿Cómo se llevan ellas mismas con la palabra feminista?
--El siglo XIX y principios del XX es el momento en que esas palabras se están acuñando. Feminismo viene del vocabulario médico, como género. Es un momento de mucha inestabilidad. No es que ellas rechazan una etiqueta. A veces tampoco está disponible. A Fourier le atribuyen la invención del término pero no es así. Flora Tristán tampoco lo utiliza, las anarquistas tampoco. Dicen: no somos feministas. Hay un pequeño artículo de Dora Barrancos que habla de esto. En 1898 empieza a aparecer el término porque está asociado con el sufragismo y las señoras burguesas. Estas anarquistas que son obreras a pesar de que leen y escriben, decían “nosotras no somos eso”. La Bella Otero está fuera de esa discusión política. Clara Zetkin tiene un texto de la división tajante del feminismo. Ella dirigió un periódico de corte feminista, de la mujer trabajadora, como lo hace Rosa Luxemburgo. Rosa no escribía sobre la mujer como lo hace Aleksandra Kolontái, pero desde la perspectiva de un socialismo del movimiento de mujeres. María Lacerda no se dice feminista, no quiere ser anarquista tampoco, porque es librepensadora. La única de ellas que se reivindicó netamente feminista, que es María Abella Ramírez, es una uruguaya que vivió en La Plata. Tiene una mirada anticlerical hermosa y la expresión de un feminismo liberal. Quería ponerlo porque hay autoras ahora que dicen que ahora hay un feminismo liberal, el de Hilary Clinton, o el de Angela Merkel. El feminismo fue liberal desde sus inicios y tuvo sus vertientes de izquierda también entonces, pero feminismo liberal siempre hubo.
¿Fue antes el feminismo liberal que el ligado a las izquierdas, o fueron simultáneos?
--Diría que simultáneo. Gran parte del sufragismo con sólo alcanzar derechos políticos y civiles que incluían a la mujer en el sistema ya estaba. Habría que ver si esa inclusión no es una transformación del sistema. Para poder decir qué fue primero habría que ver qué definimos como liberal. Pero siempre hubo feminismos que discutieron y pidieron una revolución social generalizada, y feminismos que lucharon por la inclusión.
El capítulo dedicado a Clara Zetkin, con la entrevista a Lenin, es imperdible. Lo cuestiona como a un par, otras veces como a un maestro, pero también lo deja hablar de más. Parece que lo quiere dejar expuesto a relecturas. ¿De dónde salió esta joya?
--Es un texto conocido para muchos sectores de las izquierdas. Ella le hace una entrevista Lenin y después él enferma gravemente y muere y no puede dar una réplica. La lectura mía es personal. La entendí como una señora grande, 15 años mayor que Lenin. Muchas veces me dicen: ¿por qué reivindicás a las izquierdas que son misóginas, homofóbicas y a veces transfóbicas? Porque las izquierdas tienen eso pero también fueron precursoras, causaron en el XIX y el XX toda una revolución sexual. En esa entrevista Lenin encarna un discurso particular, el de la promiscuidad, el de entender la prostitución como una calamidad que va a desaparecer, el de no poder darle un espacio a una mujer que decide. La estrategia del texto de Zetkin es que lo deja hablar y ella es la callada. Eso es callarse estratégicamente.
¿Para qué nos sirve leer estas voces autodenominadas liberales del siglo XIX y principios del XX? Sobre todo, ¿qué te parece que aportan a la hora de reponer genealogías de quienes se hacen llamar libertarios hoy?
--Es una pena que esa palabra que teníamos ligada a zonas del liberalismo que ofrecieron una lectura sobre la libertad humana interesante hoy sea tomada por una corriente que, lejos de esas promesas del liberalismo, de promesas revolucionarias del anarquismo, encarna lo peor de la economía y de la política. Propongo que volvamos a usar la palabra libertarixs, no les regalemos el término. Historizar permite ver en perspectiva esta actualidad que a veces nos avasalla. Hay un eslabón de voces, una tradición que nos fortalece, que no siempre están de acuerdo entre sí. Eso quería mostrar, las mujeres no estamos siempre de acuerdo entre nosotras.
En la introducción decís que Flora Tristán “dialoga“ con tu hija, ¿cómo ves esa interacción de pasados y presente?
--Con mucha emoción porque es la primera vez que tengo una hija y una sobrina de 12 años. La maternidad no era mi proyecto de principio. Tuve la suerte de poder decidir, y verla crecer. Ver cómo incorpora e incluso me discute cuestiones del feminismo. Me gustó incluirlas en esta unión de voces que por un lado respetan la historia y por otro no. Hay un párrafo que dice “intercambiaban libros, se pasaban fotocopias”. Tenemos un libro que historiza y así genera un espacio capaz de incluir a Flora Tristán, Jenny d´Héricourt y Rosa Luxemburgo y a las jóvenes de esta generación.