Más allá del negocio del espectáculo, la entrega de los Oscar no deja ser una ceremonia relacionada con el arte, y por la tanto, con la comedia y la tragedia propias de la experiencia humana. Quizás por eso los errores y escándalos suscitados en ese evento suelen traducir, a contramano de las intenciones manifiestas de sus protagonistas, algo del conflicto político y social que atraviesa una comunidad globalizada. Desde este punto de vista no nos importa tanto qué le sucede a quien comete un fallido o un lapsus sino la significación que el mismo cobra en el oyente, sea una o millones de personas.

Por ejemplo, en la entrega de los Oscar 2017 llovieron las críticas para el entonces presidente Donald Trump, a punto tal que el presentador (Jimmy Kimmel) no vaciló en decir: “en este momento nos están viendo 225 países que nos odian”. Bien, esa misma noche los actores Warren Beatty y Faye Dunaway dieron por ganador al film equivocado (La la Land en lugar de Moonlight). Error que momentos después fue corregido no sin cierto embarazo para los conductores. Ahora bien, si es cierto que, tal como señala Lacan, “es claro que todo acto fallido es un discurso logrado”[1]: ¿qué significación puede cobrar para el público el hecho de que en una trascendente ceremonia donde se reprueba a un presidente se muestre que ganó quien no debía? Hoy que el problema ya no es Trump sino el malvado “dictador” ruso, un patético exabrupto machista puede leerse en clave de una velada significación política.

Vayamos al punto. Entrega de los Oscar 2022. Un comediante hace su monólogo, el auditorio ríe, acompaña la verborrea del humorista. Llega el chiste del cual habla medio planeta: una referencia a la calvicie de la cantante y productora Jada Pinkett Smith. El marido de Jada ríe. Esto es: la cámara deja ver el instante en que Will Smith ríe ante el chiste sobre la calvicie de su esposa. El mismo chiste que la mujer rechaza con un gesto de desagrado. Y a partir de allí, todo lo que ya sabemos. El hombre abandona su silla, se dirige al comediante, le pega una cachetada, grita dos veces: ¡no pronuncies el nombre de mi esposa! y esta violencia produce más resonancias que varias ediciones de los Oscar todas juntas.

A manera de simple conjetura nos interesa ensayar una perspectiva hasta ahora soslayada en los comentarios y análisis vertidos sobre este episodio. ¿Qué tal si consideramos que Will Smith golpea a Chris Rock porque se siente en falta respecto de su esposa? Es más, con probabilidad teme el reproche que ella, con todo derecho, bien puede destinarle. Si así fuera el caso, el marido, el hombre, no se hace cargo de su reacción ante el chiste del comediante, esto es: que le gustó, y que por ello ríe. Por lo tanto, en lugar de pedirle disculpas a Jada, ejecuta un escandaloso acting (de hecho ingresa al escenario). Si el acting es un llamado inconsciente al Otro, en este caso Will actúa: Jada, yo soy bueno, ¡mirá cuánto te quiero! Se trata de un hombre violento en posición de niño. Un machirulo que en su fantasía transforma a la dama en madre.[2]

Luego, ya galardonado con el Oscar, el golpeador se declara poco menos que defensor de todas las familias y personas buenas del mundo y, entre lágrimas, agradece a todos aquellos que lo han ayudado y ayudan en tan magna tarea. Por eso, más allá de la dimensión anecdótica entre Will, Jada y Chris, pongamos este episodio en relación a la actual escena mundial donde, como es usual, los Estados Unidos se presentan como defensores de los buenos y correctos del mundo.

Esto es: la Academia estadounidense entrega el Oscar al Mejor Actor a un estadounidense violento que, en pleno acting, dice dedicar su vida a proteger a los buenos. No debe ser casualidad entonces que Freud escribiera “Los que fracasan cuando triunfan”[3] a partir de la historia de un hombre que obtiene poder gracias a sus crímenes: el Macbeth de Shakespeare, autor de tragedias si las hay. O sea.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

Notas:

[1] Jacques Lacan, “Función y campo de la palabra”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1988, p. 258.

[2] Alguien podría argumentar que en lugar de acting, se trató de un pasaje al acto, como la famosa cachetada de Dora al señor K, relatada por Freud en su famoso historial. Pero en el pasaje al acto ya no hay llamado al Otro: el sujeto se excluye completamente de la escena.

[3] Sigmund Freud, “Los que fracasan cuando triunfan”, en Obras Completas, A. E. Tomo XIV, p. 323.